Aquella presencia y aquella voz que nos hacen rendirnos
El amor ha escrito su historia en el cuerpo de Jesús con el alfabeto de las heridas, ahora indelebles como el amor. Hay un agujero en sus manos, por donde puede entrar el dedo de Tomas. Hay una herida de lanza en el costado donde puede caber toda la mano. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos.
Me conmueve el hecho de que Jesús comprende el deseo de Tomás, su anhelo y su lucha por creer, y entonces es Él mismo quien se adelanta, se propone, vuelve a tender las manos. Y lo mismo hará conmigo: en mis dudas, Él siempre vendrá a mi encuentro. La lentitud de todos los testigos para creer, sus largas dudas me consuelan, porque me salvan de esa garra que parece aplastar al hombre de hoy: por un lado la indiferencia religiosa sin profundidad y sin búsqueda, por otro el fanatismo y el fundamentalismo sin el beneficio de la razón.
Al final, Tomas se da por vencido. Y no está escrito que tocara el cuerpo del Resucitado. Se entrega no al tacto, sino a Jesús que sale a su encuentro. No se abandona a los sentidos, sino a la paz, primera palabra que acompaña al Resucitado desde hace ocho días y que ahora se difunde: ¡La paz esté con vosotros!
No es un deseo, no es una simple promesa, sino una afirmación: la paz está aquí, está en vosotros, ha comenzado. La paz es una voz silenciosa, no grita, no se impone, se propone, como el Resucitado; con pequeños signos humildes, un escalofrío en el alma, una alegría creciente, sueños sin más lágrimas.
Su paz desciende sobre nuestros corazones cansados y temerosos, desciende sobre nuestra historia de dudas y derrotas, sobre nuestras guerras. Nos entregamos a ella, aunque parezca insignificante a quien ama el espectáculo, porque si no hay paz en nosotros no daremos paz, si no hay orden en nosotros no crearemos orden.
La profesión de fe de Tomás es hermosa: «Mi Señor y mi Dios». Resume toda la experiencia pascual: Jesús, tras la muerte fallida, es ahora el vencedor, pero el vencedor carga con las heridas del ejecutado. El Crucificado ha resucitado, pero el Resucitado es el Crucificado.
Una cruz sin Pascua es ciega, la Pascua sin cruz está vacía. Paradoja de la fe cristiana. Para mí, que busco a Dios, solo hay una respuesta: Jesús. Ese acontecimiento ocurrido bajo Poncio Pilato deja Palestina, naufraga en el cielo, en la eternidad, en el principio de las cosas. Sólo sé de Dios lo que sé de Jesús de Nazaret.
Dos veces repite Tomás aquel pequeño posesivo «mi», que lo cambia todo, que viene del Cantar de los Cantares -«Mi amado es para mí y yo para mi amado» 6,3-, que no indica posesión celosa, sino aquella que me ha robado el corazón.
Se refiere a lo que me hace vivir, lo mejor de mí, las cosas queridas que forman mi identidad y mi alegría. "Mío", como es el corazón. Y sin él, no existiría. "Mío", como es el aliento. Y sin él no viviría.
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