lunes, 17 de marzo de 2025

La Resurrección no cancela la cruz, culmen del amor.

La Resurrección no cancela la cruz, culmen del amor 

La tarde de Pascua el Señor entra en esa habitación cerrada, con puertas y ventanas enrejadas, donde no corre el aire y reina el miedo. Sólo Tomás tiene el coraje de entrar y salir. 

Sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Sobre ese puñado de criaturas, cerradas y asustadas, poco fiables, desciende el viento de los orígenes, el viento que sopló sobre el abismo, que sacude las puertas cerradas del cenáculo: como el Padre me ha enviado, también yo os envío. Vosotros como Yo. 

Y los envía tal como son, una cosa pequeña en realidad, un pequeño grupo desorganizado. Pero ahora hay en ellos "algo más": está su Espíritu, el secreto de Jesús, su aliento, lo que le hace vivir A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados. Aquí está el aliento, la esencia, el espíritu de Dios: para vivir, Dios necesita perdonar. 

Para ser Padre necesita abrazar a cada hijo que regresa, debe ir al encuentro de cada hijo mayor que no comprende, debe buscar a cada oveja que se ha perdido. La misericordia es una necesidad de Dios, no un atributo entre otros, sino la identidad misma del Padre, una necesidad: hoy debo detenerme en tu casa. 

Primera misión, primer trabajo, primera evangelización que entrega a quienes están llenos del Soplo de Dios: perdonad..., con el acto creador del perdón que vuelve a abrir el futuro, que saca la mariposa de la oruga, del gusano que parezco o temo ser. 

Ocho días después sigue allí: el hombre abandonado regresa a quien sólo sabe abandonar. Los envió a las calles y todavía los encuentra en esa habitación cerrada. Pero Jesús acompaña con infinita delicadeza la pequeña fe de sus seguidores, con suprema humanidad gestiona la imperfección de la vida de todos. No nos pide que seamos perfectos, sino que seamos auténticos; no para ser inmaculados, sino para estar en el camino. 

Y se dirige a Tomás, a quien había educado en la libertad interior, en la disidencia, a quien había hecho riguroso y valiente, grande en humanidad. 

En lugar de imponerse, propone a sus manos: Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Extiende tu mano y métela en mi costado. Jesús respeta sus esfuerzos y sus dudas. Jesús respeta el tiempo de todos y la complejidad de la vida. No se escandaliza, se vuelve a proponer, más aún, se expone con sus heridas abiertas. 

La resurrección no cancela la cruz, no ha cerrado los agujeros de los clavos, no ha curado los labios de las heridas. Cruz y Pascua son un único movimiento, una única historia. 

Porque la muerte en la cruz no es un simple accidente que hay que superar, que hay que anular, es más bien algo que debe permanecer para la eternidad, gloria y orgullo de Cristo: sus llagas son la cumbre del amor, sus llagas se han convertido en las aberturas de la mayor belleza de la historia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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