lunes, 17 de marzo de 2025

La invitación del Resucitado a superar las barreras.

La invitación del Resucitado a superar las barreras 

Los discípulos estaban encerrados en sus casas por miedo. Casa de tinieblas y de temor, mientras fuera es primavera: y Jesús vino con las puertas cerradas. Entre los suyos, como una apertura, un patrón de aperturas continuas, un transeúnte de cierres y fronteras, un peregrino de la eternidad. ¡Cuánto amo las puertas abiertas de Dios, las brechas en los muros, los agujeros en la red! Todo eso es profecía de un mundo en revuelta por hambre de humanidad. 

Jesús vino y se puso en medio de ellos. En el centro de su miedo, en medio de ellos, no encima de ellos, no delante, sino en el centro, porque todos son igualmente importantes. Él está en el centro de la comunidad, en el encuentro, en el vínculo: «el Espíritu del Señor no habita en el yo, ni en el tú, habita entre el yo y el tú» -Martin Buber-. 

Entre ellos, sin gestos sensacionales, sólo estando allí: la presencia es el otro nombre del amor. No acusa, no reprocha, no abandona, "se sitúa en el medio", la fuerza cohesiva de los átomos y del mundo. 

La paz sea con vosotros, anuncia, como una caricia a sus miedos, a sus sentimientos de culpa, a sus sueños incumplidos, a la tristeza que decolora los días. 

Los acontecimientos de Pascua no son simples «apariciones del Resucitado», son encuentros, con todo el esplendor, la humildad y la fuerza generativa del encuentro. 

Ocho días después, Jesús todavía está allí: los había enviado a los cruces de los caminos, a los márgenes y periferias, y los encuentra todavía encerrados en aquella misma habitación. Y en lugar de alzar la voz o de lanzar ultimátums, en lugar de retroceder ante la imperfección de aquellas vidas, Jesús sale al encuentro y acompaña, con el arte del acompañamiento, la fe naciente de sus seguidores. 

Mira, toca, mete el dedo... La Resurrección no cerró los agujeros de los clavos, no curó los labios de las heridas. Porque la muerte en la cruz no es un simple accidente que se olvida: esas llagas son la gloria de Dios, el punto más alto que ha alcanzado su amor loco, y por eso permanecerán eternamente abiertas. 

Mostró a sus discípulos sus llagas, toda su humanidad. Y dentro estaba toda su divinidad. 

Mete tu mano aquí… A veces me pierdo imaginando que tal vez un día yo también escucharé las mismas palabras, que yo también podré, temblando, dejándome guiar, cegado por las lágrimas, poner mi mano en el corazón de Dios. Y sentirme amado. 

Bienaventurados los que no vieron y creyeron. La última bienaventuranza es para nosotros, para los que luchan, para los que andan a tientas, para los que no ven y tropiezan, para los que vuelven a empezar. 

Así termina el Evangelio, así comienza nuestro discipulado: con una bienaventuranza, con el olor de la alegría, con el riesgo de la felicidad, con una promesa de vida capaz de atravesar todo el dolor del mundo y los desiertos sangrientos de la historia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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