lunes, 17 de marzo de 2025

En el corazón del cielo nuestro alfabeto del amor.

En el corazón del cielo nuestro alfabeto del amor 

La incredulidad de Tomás nos fue más beneficiosa que la fe de los apóstoles -Gregorio Magno-. Tomás nos es más útil que los demás. Porque nos muestra qué gran educador fue Jesús: había formado a Tomás en la libertad interior, en el coraje de disentir para seguir la propia conciencia. 

Las puertas donde se encontraban los discípulos estaban cerradas por miedo a los judíos. 

Una comunidad cerrada, asustadiza y con puertas enrejadas. No, Tomás, él va y viene, él es valiente (había exhortado a sus compañeros: ¡vayamos también nosotros a morir con él!). Allí, dentro, se podía sentir que falta el aire. 

Hemos visto al Señor aquí, cuando tú no estabas, le dicen. Y él: si no lo veo con mis propios ojos no lo creeré. 

Tomás es un precioso compañero de viaje, como todos aquellos que, dentro y fuera de la Iglesia, quieren ver, quieren tocar, con la seriedad que merece la fe; todos aquellos que son exigentes y radicales, y no se conforman con lo que dicen, sino que desean una fe que deje huella en el corazón y en la historia. 

Qué hermoso sería si también en la Iglesia fuéramos educados al estilo de Jesús, que nos forma más en la seriedad y en la profundidad, en la libertad y en el coraje, que en la obediencia. Qué importante no pensar pensamientos ya pensados ​​por otros. Para no desperdiciar el Espíritu. 

Luego el momento central: el encuentro con el Resucitado. En lugar de imponerse, Jesús se propone, se expone: Pon tu dedo aquí. Extiende tu mano y métela en mi costado. 

Jesús respeta sus esfuerzos y sus dudas. Respeta el tiempo de todos y la complejidad de la vida. No se escandaliza, se presenta de nuevo con sus heridas abiertas. 

La resurrección no cerró los agujeros de los clavos, porque la muerte en la cruz no es un simple accidente que se pueda superar, sino algo que debe permanecer para la eternidad, la gloria y el orgullo de Cristo, la cumbre, la máxima revelación del amor de Dios. En el corazón del cielo hay, para siempre, carne humana herida. Nuestro alfabeto del amor. 

Porque me has visto, has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. He aquí una dicha que por fin siento mía, las otras siempre las he sentido difíciles, cosas para unos pocos valientes, para unos pocos hambrientos de lo inmenso. 

Finalmente una bendición para todos, para los que luchan, para los que andan a tientas, para los que no ven, para los que vuelven a empezar. 

Bienaventurados nosotros... gracias a todos los que creemos sin necesidad de señales, aunque tengamos mil y una dudas, como Tomás. Somos nosotros los que, si pudiéramos tocar de cerca a Jesús, ver su rostro, tocar su rostro, si pudiéramos verlo, también diríamos: ¡Señor mío y Dios mío! 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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