Aquella paz que fluye de las heridas
Jesús llega, estando las puertas cerradas. Hay un aire de miedo en aquella casa, miedo de los judíos, pero también y sobre todo miedo de ellos mismos, de cómo lo habían abandonado, lo habían traicionado, lo habían negado tan rápidamente.
Pero Jesús viene. El abandonado regresa a quien sólo sabe abandonar, el traicionado se pone una vez más en manos de quien lo traicionó.
"Y Él se pone en medio de ellos". De aquí viene la fe cristiana, del hecho de que Jesús está ahí, de su estar aquí, vivo, ahora. La memoria, por apasionada que sea, no basta para dar vida a una persona; como mucho, puede dar origen a una escuela de pensamiento. La fe nace de una presencia, no de un recuerdo.
«Jesús se acercó y habló a Tomás» En el pequeño rebaño buscó a aquel que dudaba: «Pon tu dedo aquí, extiende tu mano, toca». Aquí está Jesús: no se escandaliza de todas mis dudas, no se impresiona de mi dificultad para creer, no exige mi fe plena, sino que se acerca a mí. Este gesto es suficiente para Tomas. Quien se acerca, te tiende la mano, no te juzga, sino que te anima, es Jesús. ¡No puedes equivocarte!
Tomás se da por vencido. Se entrega a las heridas que Jesús no esconde, sino que muestra: el agujero del clavo, tócalo; el corte en el costado, se puede entrar con una mano; heridas que no esperábamos, pensábamos que la Resurrección habría borrado, curado y cerrado las heridas del Viernes Santo.
¡Pero no! Porque la Pascua no es la cancelación de la Cruz, sino su continuación, su fruto maduro, su consecuencia. Las heridas son el alfabeto de su amor.
El Resucitado no lleva nada más que las llagas del Crucificado, de donde ya no mana sangre, sino luz. Trae el oro de sus heridas.
Pienso en las heridas de tantas personas, por la debilidad, por el dolor, por la desgracia. Hay oro en las heridas. Las heridas son sagradas, hay Dios en las heridas, como una gota de oro.
Todos podemos ser un sanador herido. Precisamente los golpes que parecían duros o sin sentido en la vida nos han hecho capaces de comprender a los demás, de salir en su ayuda. Nuestra debilidad se convierte en fortaleza. Como dice Isaías: sana a los demás y tu herida pronto sanará; ilumina a los demás y serás iluminado.
Tomás se entrega a la paz, primera palabra que acompaña al Resucitado durante ocho días: ¡La paz esté con vosotros! No es un deseo, no es una simple promesa, sino una afirmación: la paz está aquí, está en nosotros, ya ha comenzado.
Su paz aún desciende sobre los corazones cansados, y todo corazón está cansado, desciende sobre nuestra historia de dudas y derrotas, como una bendición inmerecida y feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario