miércoles, 19 de marzo de 2025

El Concilio Vaticano II: una renovación en la continuidad.

El Concilio Vaticano II: una renovación en la continuidad 

… Habiendo nacido en 1965, no conocí la Iglesia preconciliar. La única Iglesia que conozco es aquella en la que nací y crecí, es decir, la del Concilio Vaticano II. Y confieso desde ya que estoy más que contento con esta Iglesia. 

¿La anterior fue mejor? No lo sé y no me importa. Me interesa mucho más hablar del Concilio Vaticano II y de sus frutos, tanto porque nos concierne directamente, y sobre todo, porque aún hoy circula una narrativa tóxica y engañosa sobre el Concilio Vaticano II que ha distorsionado por completo la percepción del mismo y comprometido su correcta comprensión y recepción. Reducida a lo esencial, esta narración dice dos cosas. 

La primera es que el Concilio Vaticano II fue un Concilio de “ruptura” respecto al pasado, es decir respecto a la Iglesia Tridentina, donde “ruptura” significa que las innovaciones introducidas crearon una fractura, precisamente, entre el antes y el después, de la que surgió una Iglesia diferente, una Iglesia radicalmente cambiada. 

La segunda es que por esta ruptura todo se derrumbó. En esta perspectiva, el Concilio Vaticano II, principalmente por su carácter pastoral, es visto como la causa remota de todos los males que afligen a la Iglesia desde hace más de medio siglo, incluida la crisis actual en la que algunos dicen que se encuentra el catolicismo… 

En cuanto al primer aspecto, la tesis del Concilio como “ruptura” o “discontinuidad” es compartida tanto por los círculos llamados “progresistas” como por los “tradicionalistas” -utilizo estas categorías con el único propósito de simplificar-. Lo que cambia es la evaluación y el juicio que se da sobre el significado de esta ruptura. 

Para los primeros fue sin duda un hecho positivo. La ruptura producida por el Concilio Vaticano II fue ciertamente absolutamente saludable en cuanto representó la entrada de la Iglesia en la modernidad, el advenimiento del tiempo del diálogo, el abandono de la actitud de "estado de sitio" ante un mundo que evoluciona, cambia y que por tanto exige una constante adaptación de la doctrina, de la moral, de la liturgia y del mismo modo de ser Iglesia a los nuevos tiempos que se avecinan. La valoración de la ruptura que hacen los sectores llamados "tradicionalistas" es diametralmente opuesta, y es juzgada negativamente ya que para ellos la única Iglesia verdadera es la plasmada en el Concilio de Trento. 

De ahí la condena inequívoca del Concilio Vaticano II por haber provocado el derrumbe y la crisis que le siguió y que, algunos dicen, ha llegado hasta nosotros, lo que representa el segundo aspecto de la narración de la que parto. 

¿Cuál es el problema? El problema es que ésta es, como dije antes, una narrativa tóxica y engañosa. Y no una, sino dos veces. Y como ya me aburro de oírlo, creo que al menos hay que tomar la palabra para formular otro punto de vista. Siempre es hora de ofrecer otra perspectiva. 

En realidad la fractura que supuso el Concilio Vaticano II representaba, al mismo tiempo, el punto de llegada y el punto de partida de un proceso de renovación en la Iglesia entendida en su sentido más genuino: es decir, de una renovación en continuidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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