Esbozo bíblico de un estilo sinodal
La difusión de la idea de sinodalidad –palabra clave del pontificado del Papa Francisco– pasa y pasará cada vez más por el estilo que los diversos sujetos eclesiales asumirán en su ser, en sus relaciones, en su servicio a la causa del Reino y de la Iglesia.
También para los cristianos es una cuestión de estilo; de hecho, para el cristianismo es una cuestión de estilo.
En particular, hay rastros significativos del estilo sinodal en la Escritura. Basta recordar la regla intemporal del comportamiento eclesial en la toma de decisiones: «Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros» (Hch 15,28). Lo encontramos también en las palabras y en las acciones de Jesús, maestro de humanidad y del Evangelio, pero sobre todo está en el arte pedagógico que demuestra con sus discípulos: les pregunta, debate con ellos, les reprende cuando no puede aprobarlos.
El estilo sinodal, como cualquier otro estilo, no está constituido por procedimientos reglamentarios que se apliquen en los diversos contextos eclesiales: en las diócesis, en las parroquias y en las diversas comunidades eclesiales, eucarísticas o no.
Se trata, en cambio, de algo cultural, espiritual, teológico: es una disposición de comportamiento que debe tender a hacerse permanente, capaz de llevar a vivir y a trabajar junto con todos los demás en el espíritu del Evangelio, de la fraternidad bautismal, de la comunión eucarística, de la generosa colaboración caritativa, de la corresponsabilidad seria, sabia y tenaz. No existe una fórmula infalible para la sinodalidad, sino que se necesita el sentido de la Iglesia que la inspira, la sostiene y la vivifica.
El estilo de la sinodalidad no es un simple ideal, un conjunto de deseos que fácilmente podrían convertirse en retóricos. Se trata más bien de asumir actitudes dialógicas adecuadas e iniciar procesos de colaboración precisos.
Además, el conjunto de rasgos formales que identifican cualquier estilo nunca es fijo -esto vale también para el estilo sinodal-: no podemos reducirlo a un manual de reglas a seguir, a listas de procedimientos a memorizar. El estilo, incluso el sinodal, es una manera de ser que siempre combina con la originalidad.
De hecho hay diversas formas de estilo sinodal:
1.- El estilo de la hospitalidad. El estilo de acogida exige ejercitar el amor en el acto de aceptar al otro, de reconocerlo por todo lo que es. Se trata de respetarlo, de acogerlo en la propia vida, antes que en el templo y en la propia casa, con plena y delicada hospitalidad. Esto implica la capacidad de escucha, la tolerancia, el sentido sagrado de la persona humana, la discreción.
La diócesis, la parroquia, la curia, los institutos educativos y los demás lugares eclesiales, en su conjunto,…, están llamados a practicar el respeto, la tolerancia, la plena apertura de la mente y del corazón, las dos puertas del alma. En concreto, las Iglesias locales, nacidas en la fuente bautismal, llevan la enseñanza y la pedagogía de la hospitalidad al púlpito y a su espacio vital de testimonio y de misión.
En una pedagogía motivada por la sinodalidad, deben recordar a cada uno de sus hijos e hijas que no es posible olvidar lo que sucedió al inicio de su existencia cristiana: el gesto de acogida de la Iglesia Madre en su casa… Ese gesto debe caracterizar ahora su experiencia de discípulos de Cristo y miembros de una Iglesia que quiere suscitar, en todas partes y entre todos, la solidaridad, la recuperación, la paz, en una palabra: la comunión sinodal.
2.- El estilo de la convivencia. El cristianismo es una religión de convivencia: por eso, el estilo sinodal de pensar, decidir y planificar juntos es adecuado a los cristianos. Somos muchos para una sola misión. Este sentimiento de fe predispone a la aceptación mutua, al espíritu de colaboración, a la voluntad de compartir. Por cierto, la sabiduría humana también aconseja esto: es mejor equivocarse juntos que acertar solos.
Los cristianos de este nuevo postconcilio están llamados a vivir sinodalmente en la historia, por tanto también con el estilo de la convivialidad eucarística. La convivialidad, como tendencia de la cultura, debe convertirse en comensalidad, como experiencia entre culturas. Para cambiar el mundo en nombre de la justicia, es necesario cambiar la vida en nombre del amor. El Papa Francisco interpreta este amor como «ternura».
La cultura o la «civilización de la ternura» irradia como un rayo: es ternura hacia uno mismo, hacia el prójimo, hacia la creación, hacia los pueblos. Se trata, en particular, de comprometernos en la creación de una cultura de convivencia que favorezca la fecundación mutua de las diferencias.
3.- El estilo del diálogo. Sin diálogo no existe comunión y la misión queda comprometida. El diálogo entre cristianos, para comprender lo que se vive en la Iglesia, debe ser respetuoso, humilde, tejido con espíritu de parresía constructiva y conducido de manera eclesial. Las Iglesias Locales y todos los organismos de la Iglesia universal son lugares naturales para ejercitar, en estilo dialogal, es decir, para ejercitar colectivamente, el juicio sobre las cosas que se deben decir y hacer, a la luz del juicio único sobre el mundo que Dios pronunció en el relato del Crucificado. Este juicio inspira una triple convicción: las cosas de Dios se juzgan con los criterios de Dios; el Reino viene por caminos humildes y con medios débiles; los asuntos eclesiales se tratan únicamente de modo sinodal.
Este estilo de diálogo debería practicarse, por ejemplo y especialmente, en los ambientes educativos (universidades, instituciones de formación de todo tipo, conventos y seminarios, grupos eclesiales, asociaciones deportivas, círculos artísticos, etc.). Estas realidades eclesiales tienen la oportunidad de practicar de múltiples maneras el estilo del diálogo con la activación rigurosa, paciente y evangélicamente vivida, sabiamente conducida por los órganos de participación, tanto los legalmente impuestos como activando otras modalidades comunitarias para actuar de manera sinodal que la creatividad pastoral sabe siempre encontrar.
Y hay también al menos tres formas de estilo sinodal para los pastores.
También en la vida de la Iglesia, en la misión, en la pastoral, es una cuestión de estilo, porque para ello es necesaria la cualidad de la comunión, realidad trinitaria compartida por la Iglesia, que nunca deja de ser inspiradora.
Sin embargo, la Iglesia hoy tiene un camino de comportamiento interesante para crecer en la comunión eclesial y es el de una gran experiencia de sinodalidad. Ésta debe llegar a ser la forma más evidente de vida eclesial. Pero para que esto suceda es necesario practicar las virtudes sinodales (acogida, escucha, convivencia, perdón, etc.). Estos, en definitiva, trazan el estilo del Evangelio, el estilo de la fe, en una palabra… el estilo de Dios, muy diverso del estilo de los hombres: los pensamientos de Dios no son siempre nuestros pensamientos, sus caminos no son siempre nuestros caminos (cf. Is 55,8s). El estilo sinodal se reconocerá por algunos rasgos particulares: disponibilidad, corresponsabilidad, voluntad de cuidar…
1.- El estilo de Jeremías. La llamada de los pastores a la conversión, es decir, a una reforma atenta y rigurosa, no debe ser un acto de acusación rígida que lleva al juicio y a la condena del culpable, aunque proporcionado a la culpa, sino que debe configurarse como un acto pedagógico, que lleva los rasgos de las entrañas misericordiosas, el procedimiento compasivo que tiene como fin hacer tomar conciencia al culpable del mal realizado y llevarlo al arrepentimiento y a pedir perdón. Es el “estilo Jeremías” el que ayuda a entrar en la dinámica de la compasión y misericordia propios de la alianza del corazón.
El pastor debe adoptar este mismo estilo: dirigirse siempre y únicamente orientando a la conversión y al restablecimiento de una relación de fidelidad con Dios y con la Iglesia. Esta pastoral es una invitación a cambiar los modos de comportamiento y de actuar dentro de la Iglesia, determinando así una reforma sinodal factible y concreta.
2.- El estilo del Bautista. Los pastores también deben adoptar el “estilo bautista”. Es el estilo de la discreción, el de quien no se pone en el lugar de Cristo: «Yo no soy el Cristo». […] El que es dueño de la novia es el novio; pero el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se regocija grandemente de la voz del esposo. Ahora esta alegría mía se ha cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Jn 3,29-30).
También los pastores deben recordar que «quien posee a la esposa [la Iglesia] es el esposo [Cristo]» y que ellos son los enviados delante para prepararle el camino, mientras que Cristo debe pasar primero en el camino, y los discípulos deben seguirlo, como dice san Agustín: «Transit Jesus ut clamemus» (San Agustín, Sermo 88, 10, 9). Ésta es la idea correcta de la sinodalidad: dejar pasar a Cristo poniéndonos detrás de Él y gritando de alegría a su paso.
3.- El estilo de María de Nazaret. Hay un “testamento” de la Virgen-Madre y es la instrucción que dio a los sirvientes durante las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). María enseña a Jesús, en el sentido etimológico propio (in-segna): lo indica, lo señala porque, como Madre, sabe más que nadie cómo acceder a su corazón. María conduce a Jesús, pide obediencia para Jesús: su tarea y su placer es ser memoria de Él.
Su fe invita a hacer memoria de la historia de la salvación para que se actualice, mientras desea que también los discípulos de Jesús de todos los tiempos se acuerden de él, especialmente en la hora de la prueba. María es mujer sinodal o caminante porque, como discípula, da testimonio de fidelidad a Jesús maestro y porque, como maestra, nos enseña a seguir a Jesús, pastor que conduce al Reino.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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