sábado, 22 de marzo de 2025

Octava de Pascua. Sábado de Pascua - Marcos 16, 9-15 -.

Sábado de Pascua - Marcos 16, 9-15 - 

El evangelio de Marcos había terminado de forma demasiado abrupta, con las mujeres huyendo despavoridas el día de la resurrección, sin decir nada a nadie. Por eso, uno de los discípulos del evangelista se había sentido obligado a añadir unos versículos, haciendo un resumen de las apariciones de la resurrección conocidas por toda la comunidad y añadiendo una frase final que es una obra maestra: los discípulos son invitados a ir por todo el mundo a proclamar el Evangelio. Para ello, son los primeros en tener que vencer la incredulidad, enfrentarse a sus dudas... Al final de la semana de la octava de Pascua, la Palabra nos recuerda que incluso los discípulos que experimentaron en primera persona la resurrección deben enfrentarse después a sus propias incertidumbres. No nos asustemos, pues, si también nosotros tenemos que afrontar dudas en nuestra fe. Es sano que nos cuestionemos, necesario es, sin embargo, que nos demos cuenta de nuestras inseguridades, profundizando inteligentemente en las verdades de nuestra fe. El Señor necesita discípulos dinámicos y creíbles, ¡no momias llenas de doctrina inviolable! 

Una escena doméstica, familiar, en la que Jesús se aparece a sus discípulos mientras están a la mesa, juntos, en un gesto que repite varias veces después de Pascua y que subraya su deseo de familiaridad. 

En Emaús se sienta a la mesa con los dos peregrinos y parte el pan; en el cenáculo come una porción de pescado a la brasa delante de todos los discípulos; en la playa del lago de Tiberíades prepara, para los siete discípulos que vuelven a pescar, pescado a la brasa y pan. 

Quizás ésta sea la señal más antigua que tiene la humanidad: sentarse juntos y compartir la comida. Probablemente así fue como nos convertimos en humanos, compartiendo la cosecha de bayas y raíces o las presas cazadas, para estar unidos. 

Son experiencias muy remotas de solidaridad e incluso de justicia. Jesús toma el gesto de la mesa y de la familiaridad entre los hombres y lo convierte en símbolo y gesto de familiaridad con Dios, historias de vida que se convierten en historias de Dios. 

Y les dijo: Id por todo el mundo. En todas las apariciones hay una invitación constante a los discípulos. Los saca de las pequeñas rutas cotidianas, rutinarias, ¿cómodas?, y les confía el gran mapa del mundo. 

Y les dice: proclamad el Evangelio “a toda criatura”, literalmente “a la creación”. No sólo a los hombres, por tanto, sino a todos los seres vivos, al corazón misterioso del mundo y de la historia. 

Como un sueño de un Evangelio sobre la creación, un sueño de comunión con “todo ser viviente en toda carne”, del que nació lo que Teilhard de Chardin llamó “La Misa sobre el mundo”. 

En los desiertos de Asia escribió: «Una vez más, Señor, me encuentro sin pan, sin vino, sin altar; me elevaré por encima de los símbolos a la pura majestad de la Creación; y te ofreceré en el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo. Sobre el altar depositaré, oh Señor, el grano esperado por todos los trabajos, y en mi copa verteré el jugo de todos los buenos frutos que hoy se exprimirán». 

En estos días, y en nuestras Eucaristías, quizá también nosotros podamos redescubrir la gran liturgia doméstica, la del hogar, y la gran liturgia de toda la creación que abraza la grande Misa de la historia y del mundo. 

La fe cristiana, antes de convertirse en mi historia, es la experiencia de otros. Ese es el punto de partida. Por eso existe la Iglesia. La Iglesia es esta palabra de boca en boca, de gesto en gesto, que nos llega de experiencia en experiencia, haciéndonos pasar de las historias de los demás a la nuestra. 

Es un antes que también hace posible el después. Sin ese antes que llamamos “tradición”, no puede haber ni siquiera la novedad del “después” de cada uno de nosotros. Tal vez deberíamos hacer las paces con nuestra incredulidad, porque también puede ser que como creyentes seamos también incrédulos. 

Pero lo que importa es tener la humildad de dejar de lado nuestra incredulidad cuando es Jesús mismo quien se manifiesta a cada uno de nosotros, en los modos y tiempos que Él decide para cada uno de nosotros. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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