miércoles, 16 de abril de 2025

Amando se comprende la Palabra.

Amando se comprende la Palabra 

Si me amas. Jesús reivindica para sí, por primera vez, el sentimiento más importante y disruptivo del mundo humano: el amor. Entra en nuestra parte más íntima y profunda, pero con extrema delicadeza. Todo se basa en la primera palabra «si», «si tú amas». Un fundamento tan humilde, tan libre, tan frágil, tan puro, tan paciente. 

«Si me amas, guardarás mi palabra» y no expresa una orden, no formula un mandato, sino que abre una posibilidad; no es un verbo en imperativo, sino en futuro y que expresa el respeto emocionante de Dios, que llama a la puerta del corazón y espera: si amas, harás. E inmediatamente invierte nuestra forma de pensar. 

Nosotros habríamos dicho: si guardas mi palabra llegarás a amarme, sin advertir que esta lógica invierte el Evangelio, porque ve a Dios como un espejo en el que reflejar sus propios méritos, Dios de la ley y no de la gracia. 

Un dicho medieval afirma: «Los justos caminan, los sabios corren, los enamorados vuelan». La caridad pone energía, luz, calor, alegría en todo lo que haces, y te parece que vuelas. Volar para observar su Palabra, así está escrito, y en cambio nosotros lo hemos entendido mal enseguida, como si Jesús hubiera dicho: para observar mis mandamientos. 

Y en cambio no, la Palabra no coincide con los mandamientos, es mucho más. La Palabra salva, ilumina, traza caminos, consuela. La Palabra hace vivir, siembra los campos de la vida, te acucia, lleva a Dios en ti. 

Solo si la amas, la Palabra se enciende, trae pan, sopla en las velas. Solo si has descubierto la belleza de Cristo, partirá el impulso de vivir su Evangelio. Porque nuestra vida no avanza por golpes de voluntad, sino por una pasión. Y la pasión nace de una belleza. 

En mí, el amor por Jesús brota de la belleza que he intuido en él, de su vida buena, bella y dichosa. 

Luego, una segunda serie de expresiones: vendremos a él, moraremos con él, volveré a vosotros. Un Dios que ama la cercanía, que acorta incansablemente las distancias. Y nos alojaremos: en mí, el Misericordioso sin hogar busca casa. Quizá nunca encuentre una verdadera morada, solo un pobre refugio. Pero hay algo que Él me pide: ser un fragmento de cosmos hospitalario. Dios no se merece, se hospeda. 

Pero si no piensas en Él, si no hablas con Él en tu interior, si no lo escuchas en secreto, tal vez aún no seas la casa de Dios. 

Si no hay rito en el corazón, una liturgia secreta e íntima, todas las demás liturgias son máscaras de la nada. Entonces, custodiemos los ritos del corazón. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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