Hospedar a Dios
Nosotros vendremos a él y moraremos con él. Una pasión por unirse habita la historia de Dios y del hombre, de modo que Dios ha buscado durante milenios un pueblo y profetas de fuego, reyes y mendigos, y finalmente una mujer de Nazaret para entrar en comunión con la humanidad.
Santo Tomás de Aquino decía que el amor es la pasión por unirse a la persona amada. Dios es amor, pasión por unirse a la humanidad.
Vendremos. Hermoso es este venir de Dios, su nombre es Aquel-que-viene, aquel que ama la cercanía, que acorta incansablemente las distancias. Y tomaremos morada junto a él. En mí, el Misericordioso sin hogar busca casa. Quizá nunca encuentre un verdadero hogar; solo puedo ofrecer un pobre refugio, no tengo virtudes ni méritos especiales, ni riquezas espirituales, pero solo una cosa Él me pide: ser un mínimo fragmento de cosmos hospitalario hacia la llegada de Dios.
Dios toma morada en tu interior: pero si no piensas en Él, si no hablas con Él en tu interior, si no lo escuchas en secreto, si no te detienes en tu interior, en silencio, junto a Él, tal vez la casa esté vacía, tal vez aún no seas morada de Dios.
Si no hay rito en el corazón, si no hay liturgia en el corazón, todas nuestras liturgias eclesiásticas, incluso las más imponentes, son máscaras de la nada, suenan vacías. Custodia los ritos del corazón.
Dos son los dones del Resucitado: la paz y el Espíritu. La paz, milagro frágil infinitamente quebrantado. Que se guarda solo juntos, compartiéndolo. Y el Espíritu, que es encendido del corazón, incandescencia y dinamismo, que es viento y no ama las puertas cerradas.
El Espíritu nos hace enamorarnos de un cristianismo que es visión, encantamiento, fervor, poesía, testimonio vivo. Y os recordará en el corazón todo lo que os he dicho. El Espíritu dialoga con nosotros sin pausa. Consolador es su nombre, y no porque exorcice soledades, lágrimas o fracasos, sanador de miedos de vivir, sino porque es el maestro del camino hacia el templo del corazón, hacia la liturgia del corazón; porque nos salva de una vida sin corazón, de acciones y palabras sin corazón.
Porque es el subversor de todos los falsos pacifismos, de esa tranquilidad que en realidad es vida apagada. Y sobre todo porque devuelve al centro la Palabra, que es la nueva morada de Dios entre los hombres.
Así el Espíritu sigue nombrando a Cristo en el corazón, y nombrar a Cristo equivale a consolar la vida. Dios mismo está legitimado para presentarse al hombre solo porque sabe consolar la vida, pero por su capacidad de consolar.
Entonces la vida vuelve a seducirnos. Y nosotros volvemos a dar razón de nuestra esperanza, de lo que soñamos para este mundo, para este hombre: todo lo que podemos poner en la palabra paz, en la palabra vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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