Creo en Dios, que nos creó capaces de dar y recibir amor.
Creo que nuestros cuerpos
cuentan su gloria
y que las caricias, los besos, los abrazos
de quien ama son su santuario predilecto.
Creo que mi cuerpo, tan frágil y hermoso,
es esencial para dar cuerpo a la fe.
No creo en una fe que reniegue del cuerpo
en detrimento del espíritu.
Me atrevo a creer que, en la experiencia única de quien
ama
dando todo de sí mismo, de sí misma, hay el sello divino.
Creo en Jesucristo, que es
el cuerpo de Dios en medio de nosotros.
Nacido de una simple mujer, vivió,
gozó y sufrió, como nosotros.
Él vino a liberar nuestros cuerpos
de los demonios del moralismo.
Vino a sanar nuestras parálisis
para enseñarnos el baile de la vida.
Su cuerpo fue violado, torturado,
ultrajado por el poder político y religioso.
Pero la tumba se convirtió en la cuna
de la vida resucitada.
La vida a la que todos estamos destinados.
Creo en el Espíritu que,
como cuerpo de niña,
no puede quedarse quieto.
Se mueve, juega, baila y crea cosas nuevas.
Ama el aire libre, los jardines y la fruta fresca.
No tiene miedo de ensuciarse corriendo.
Le encanta refugiarse en las cocinas donde las mujeres
preparan dulces especiales para la fiesta.
Creo que la Iglesia es una
realidad de cuerpos redimidos, libres,
liberados de los sentimientos de culpa.
Una comunidad capaz de acoger y celebrar
las muchas manifestaciones del amor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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