miércoles, 16 de abril de 2025

Credo (XVIII).

Creo en Dios, que nos creó capaces de dar y recibir amor.

 

Creo que nuestros cuerpos cuentan su gloria

y que las caricias, los besos, los abrazos

de quien ama son su santuario predilecto.

Creo que mi cuerpo, tan frágil y hermoso,

es esencial para dar cuerpo a la fe.

No creo en una fe que reniegue del cuerpo

en detrimento del espíritu.

Me atrevo a creer que, en la experiencia única de quien ama

dando todo de sí mismo, de sí misma, hay el sello divino.

 

Creo en Jesucristo, que es el cuerpo de Dios en medio de nosotros.

Nacido de una simple mujer, vivió,

gozó y sufrió, como nosotros.

Él vino a liberar nuestros cuerpos

de los demonios del moralismo.

Vino a sanar nuestras parálisis

para enseñarnos el baile de la vida.

Su cuerpo fue violado, torturado,

ultrajado por el poder político y religioso.

Pero la tumba se convirtió en la cuna

de la vida resucitada.

La vida a la que todos estamos destinados.

 

Creo en el Espíritu que, como cuerpo de niña,

no puede quedarse quieto.

Se mueve, juega, baila y crea cosas nuevas.

Ama el aire libre, los jardines y la fruta fresca.

No tiene miedo de ensuciarse corriendo.

Le encanta refugiarse en las cocinas donde las mujeres

preparan dulces especiales para la fiesta.

 

Creo que la Iglesia es una realidad de cuerpos redimidos, libres,

liberados de los sentimientos de culpa.

Una comunidad capaz de acoger y celebrar

las muchas manifestaciones del amor.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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