El grito elocuente del silencio de Jesús
Recibo un vídeo en mi móvil. Lo veo distraídamente, como si se tratara de las mil provocaciones que envían mis amigos y que no siempre son útiles. Normalmente ni siquiera los veo, los borro. Esta vez no. Algo me empuja a seguir adelante. Me sorprende y me desgarra el corazón la voz de dolor mientras el silencio narra lo indescriptible en imágenes de horror.
¿Por qué callamos? ¿Por qué los medios de comunicación, tan eficaces e indispensables, no dan voz al dolor del inocente? ¿Por qué en el mundo occidental el sufrimiento lejano es una realidad ajena?
El Vía Crucis escrito con el pincel y la memoria por Jerzy Duda-Gracz en el año 2000 sigue siendo tristemente profético. Debía ser la revisión del Calvario de la Iglesia en el siglo XX y, en cambio, ahora se revela como profecía de nuevos calvarios interminables.
Sí, estamos mudos, como quienes asisten a la condena de Jesús. Mudos como el cordero manso llevado al matadero, que se acurruca a los pies de Jesús esperando el sacrificio.
El juicio viene de los grandes de la historia y es amplificado por los medios de comunicación. Ellos son los nuevos profetas de las masas. Son ellos, los focos, los micrófonos y las cámaras, los que se encienden sobre un mundo martirizado.
La justicia no está reducida al silencio, está ciega. Todavía puede hablar, pero solo debe decir lo que conviene a los profetas, lo que es políticamente correcto, por eso le vendan los ojos.
De hecho, un juez se sienta en el estrado: vendado, puede hablar, pero guarda un silencio cómplice. Su atuendo es, por un lado, la toga típica de los jueces y, por otro, un hábito religioso.
Él, como Pilato, se sienta en el trono de los acusadores y una mujer, religiosa, pero al servicio del poder, le ofrece una palangana para lavarse la conciencia de esa sangre inocente.
En el lado opuesto, otra mujer grita al cielo con las manos juntas y se hace eco de los gritos desde los mil lugares del planeta cuya sangre clama al cielo. Y donde no hay dolor sangriento, surge un nuevo martirio: el impuesto por lo políticamente correcto, que pretende someter también al inocente.
La vendedora de patatas ostenta su balanza vacía, signo de una justicia estéril. No se da cuenta de que Cristo, con su silencio y su manto escarlata, se impone en la escena y hace palidecer todos los altisonantes micrófonos del mundo.
El cordero inmolado está erguido, vencedor en el momento mismo de la derrota, y nos invita a permanecer fuera de la Babel de las voces y las luces del protagonismo. Nos pide que le sigamos, como el hombre y la mujer en primer plano.
Uno lleva una vela, la otra un libro de oraciones. El seguimiento del Humilde y del Manso, la fe en la compasión y la misericordia nos salvarán.
Dejemos en la medida de lo posible de escuchar los amplificadores de la mentira: noticias falsas, bulos, fotomontajes, ejecuciones filmadas, y escuchemos, en el silencio del alma y de la oración, el grito de nuestros hermanos, hijos del mismo Dios.
También nosotros, al igual que nuestros hijos, absortos en la manía de teclear, estamos olvidando el ABC de la humanidad y la gramática del cristianismo, al que nos remite la pareja en primer plano: aprender y seguir al Hijo del Hombre Cristo sostenidos por la fuerza que nace de lo alto, que sopla como y donde quiere, que viene de lo profundo de las entrañas.
Los dolores de parto darán a luz los nuevos cielos y la nueva tierra en los que el Padre y la Madre Dios enjugará Dios toda lágrima de los ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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