miércoles, 16 de abril de 2025

La nueva mutación: de la televisión a las redes sociales.

La nueva mutación: de la televisión a las redes sociales 

Según algunos, la entrada de la televisión en los hogares había sido una de las causas principales de la gran mutación antropológica que había transformado al pueblo de un conjunto político de ciudadanos a un conjunto comercial de consumidores. 

La sociedad de consumo no solo encontraba en la televisión su instrumento preferido de promoción, sino que el espectador se veía obligado a adoptar una postura necesariamente pasiva frente a ella. El mensaje era unidireccional y no daba lugar a ninguna posibilidad de interacción. De ahí la acusación de algunos sobre la existencia de un nuevo fascismo que imponía sus órdenes sin necesidad de recurrir a un poder autoritario y represivo, sino a través de la vía hedonista de una seducción permisiva. 

El espectador representaba la forma más pura del consumidor obligado a tragar pasivamente avalanchas de mensajes y ofertas que tenían como denominador común el apagamiento de su capacidad de iniciativa crítica. La televisión se convertía así en el instrumento de propaganda de un neo-totalitarismo que había transferido el poder del soberano a los objetos de consumo. Un poder que moldeaba los cuerpos y las mentes de sus usuarios, uniformándolos de forma conformista a los modelos de valores impuestos por el nuevo régimen. 

Algunos vieron en la era en la que la televisión reinaba en nuestros hogares una especie de confirmación de la tesis relativa al declive de la autoridad paterna y a la pérdida más generalizada del discurso educativo. La televisión había sustituido a unos padres cada vez más distraídos o ausentes, incapaces de desempeñar su papel. 

La progresiva afirmación de la red y de las redes sociales está redefiniendo profundamente este panorama. Y no solo porque los jóvenes ya no ven la televisión. Lo que han cambiado las redes sociales es, ante todo, el carácter necesariamente pasivo del espectador. 

La nueva pantalla social es, de hecho, estructuralmente movida. Todo se consume de forma acelerada. No se trata tanto de la hipnosis televisiva, que requiere tiempo, sino de la inmersión en una realidad paralela. No es casualidad que el uso del smartphone y sus posibilidades sociales ya no se limite, como ocurría con la televisión, a un lugar, sino que aparezca como una especie de prótesis del cuerpo del sujeto. Mientras que la televisión fabricaba cuerpos y cerebros ofreciéndoles los modelos de identificación impuestos por la sociedad de consumo, el smartphone aparece más bien como una parte poshumana del cuerpo. 

La participación en la vida de las redes sociales también refleja esta interpenetración. No se trata de ver un programa impuesto por una parrilla, sino de crear una parrilla personal, no solo en la elección de lo que quiero ver, sino en la posibilidad inédita de proponerme como protagonista absoluto de la escena. 

La rígida distinción impuesta por la televisión entre el mensaje ofrecido por la pantalla y su espectador se ve así radicalmente subvertida. La pantalla ya no es una frontera rígida que separa, sino que ha sido radicalmente traumatizada: los actores y protagonistas de la escena se han multiplicado por millones. La pantalla ha perdido su centralidad vertical para diseminarse horizontalmente. 

Y lo mismo ocurre con la escritura. Era lo que provocaba la resignación melancólica cuando se constataba con amargura la cantidad de imbéciles a los que la red permitiría escribir. También en este caso, la frontera entre el lector y el escritor se ha roto por completo: en las redes sociales, cualquiera puede escribir sobre cualquier cosa. 

En este sentido, a diferencia de lo que ocurría con el espectador pasivamente hipnotizado por la televisión, las redes sociales se basan en la valorización extrema de la interacción. Esta no solo se manifiesta en forma de «me gusta» o «no me gusta», sino sobre todo en la exhibición del propio cuerpo y del propio pensamiento sin censura. 

Pero cuando desaparecen las fronteras simbólicas, siempre existe el riesgo de caer catastróficamente en la indiferenciación. Es la cara oscura de la democratización introducida por las redes sociales. Este es el núcleo de todo populismo, incluido el mediático. 

La autorización dada a todos para hablar de todo —uno igual a uno— no solo produce efectos de peligrosa mistificación —pensemos en el enorme daño que causan quienes se expresan en las redes sociales sin tener conocimientos sobre enfermedades o tratamientos médicos—, sino que activa poderosamente dinámicas agresivas y envidiosas. 

Mientras la televisión apagaba el sentido crítico ejerciendo una función de control biopolítico, el uso colectivo de las redes sociales parece exacerbarlo anormalmente hasta el punto de legitimar su evidente y desconcertante desbordamiento hacia el odio envidioso, cuando no hacia la incitación abierta a la violencia. 

Es el sobrecalentamiento pulsional que genera continuamente la pantalla de las redes sociales y del que son manifestaciones elocuentes la falsificación sistemática de la verdad, la brutalidad de los insultos, las campañas individuales o colectivas de difamación que pueden llevar a los sujetos más jóvenes o frágiles incluso a comportamientos autolesivos graves. 

No es casualidad que hijos y padres tiendan a comportarse de la misma manera en el uso violento de las redes sociales. Adultos que se comportan estúpidamente como adolescentes, y adolescentes que manifiestan la misma violencia estúpida que anima el mundo de los adultos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF 

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