Lo reconocieron al partir el pan -San Lucas 24,13-35-
La liturgia del día de la tarde de Pascua nos ofrece como
lectura la historia de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), que el Evangelio de
San Lucas sitúa la misma tarde del día de la resurrección de Jesús. De varias
maneras el pasaje no quiere ser solo un relato de eventos, sino también un
arquetipo para la experiencia del cristiano, y nos ofrece en síntesis la
base de la celebración litúrgica de la Eucaristía.
Una vez entrados en el momento de oración, se comienza con una lectura tranquila y atenta del pasaje, que se encuentra hacia el final del Evangelio según Lucas (24,13-35).
Solamente hago algunos subrayados:
[18] Uno de ellos, llamado Cleofás. El texto habla de dos discípulos, pero solo se da el nombre de uno de ellos. A nivel literario, este texto invita al lector/oyente a ponerse en el lugar del otro discípulo. Al fin y al cabo, el discípulo anónimo somos tú y yo, en nuestro camino pascual.
[21] Esperábamos que fuera él quien liberara a Israel. Estos discípulos son discípulos decepcionados. Jesús no resultó ser el tipo de Mesías, el tipo de salvador, que ellos imaginaban.
[23] Y no habiendo hallado su cuerpo... afirman que está vivo. Este detalle es fundamental. No están decepcionados porque no han recibido el anuncio. Están entre los que ya han recibido el anuncio, pero en el fondo no han creído, porque aún no han tenido una experiencia personal del Resucitado.
[27] Comenzando por Moisés y todos los profetas. Aquí la referencia es a toda la Biblia hebrea, dividida en la tradición judía en la Torá (Génesis-Deuteronomio), atribuida a Moisés, los profetas anteriores (Josué-Jueces-Samuel-Reyes) y posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce Profetas Menores), y los escritos (Salmos, etc.).
[30] Cuando estaba a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Aquí Jesús repite claramente los gestos de la última cena (Lc 22,19). No es una simple comida, sino la Eucaristía.
[31-32] ... Lo
reconocieron, pero él desapareció de su vista. Es al partir el pan, en
el gesto eucarístico, que se reconoce a Jesús, y es a través de la eucaristía
que Jesús permanece presente en medio de ellos. Los dos momentos (Jesús
explicando las Escrituras y la fracción del pan) forman la base de la
celebración de la Eucaristía: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la
Eucaristía, expresada de manera tan elocuente en la oración eucarística V:
Te glorificamos,
Padre Santo:
Tú nos sostienes
siempre en nuestro camino
sobre todo, en esta
hora
en que Cristo, tu
Hijo
nos reúne para la
santa cena.
Él, como a los
discípulos de Emaús,
nos revela el sentido
de las Escrituras
y parte el pan para nosotros.
[32] ¿No ardía acaso nuestro corazón…? Los discípulos, reflexionando sobre su propia experiencia, encuentran una clave de discernimiento, con la experiencia del consuelo espiritual.
[33] Partieron
sin demora. La experiencia del Resucitado no puede guardarse
para uno mismo, y tiene cierta urgencia. Es necesario compartirla con los
demás. Cada cristiano, a su manera, está llamado a ser evangelizador.
Te invito a releer el pasaje, teniendo en cuenta las diversas observaciones hechas sobre el texto, y luego reflexionar, partiendo de las siguientes preguntas:
a.- Durante la celebración eucarística, también nosotros estamos llamados -como el discípulo anónimo- a dejar que Jesús nos explique las Escrituras y parta el pan para nosotros. ¿Cómo vivo la Eucaristía, especialmente la del Domingo, como un momento de encuentro?
b.- ¿En qué momento de mi vida me siento decepcionado por mi Salvador? ¿En qué momento yo también esperaba en Él... pero, en el fondo, ya no espero?
c.- ¿En qué momento, aunque haya recibido el anuncio del Señor Resucitado, sigo sin creer?
d.- ¿Dónde he experimentado que mi corazón arde con el mensaje evangélico? ¿Cuáles han sido esos momentos en mi vida? ¿Los recuerdo?
e.- ¿Dónde
reconozco momentos en los que encuentro un impulso, una urgencia interior, para
ser testigo y proclamar la Buena Nueva?
Dejo que la meditación desemboque en oración y entro en conversación con el Señor. ¿Qué es lo que realmente me gustaría decirle? ¿Qué es lo que, tal vez, me incomoda al comunicarme con Él? ¿De qué cosas me gustaría darle las gracias? ¿Qué gracia me gustaría pedirle? ¿De qué me gustaría pedir perdón?
Permanezco, sin prisas, en conversación.
Me detengo, en silencio, en presencia del Señor, dejando que la oración de la mente se convierta cada vez más en una del corazón, y disfruto de esos preciosos momentos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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