Mandatum novum
En los últimos Domingos de la Pascua, la Iglesia nos propone escuchar las palabras de Jesús recogidas y meditadas en los llamados «discursos de despedida» del Evangelio según Juan (cf. Jn 13,31-16,33). A través de estos discursos, nos habla el Cristo resucitado y glorificado. Se nos da así la posibilidad de centrar nuestra atención en lo esencial de la vida cristiana, que brota de las energías del misterio pascual.
En nuestro texto resuena la afirmación de Jesús que sintetiza por sí sola todo el «camino» cristiano: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también vosotros unos a otros». Jesús lo repetirá poco después: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
La novedad de este mandamiento no está representada por su objeto, el amor, ya que tal precepto ya estaba contenido en la Torá: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Dt 6,5) y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18), puestos por Jesús en el mismo plano como «el mayor mandamiento de la Ley» (cf. Mt 22,36). Pero entonces, ¿por qué el mandamiento nuevo es el último y definitivo, capaz de recapitular todos los preceptos anteriores y de discernir cada mandamiento contenido en las Escrituras? ¿Qué es más que el mandatum novum?
La clave para comprender la novedad decisiva consiste en el hecho de que Jesús dio el «mandamiento nuevo» con la autoridad de quien lo vivió hasta el extremo. En esto, de hecho, consiste su autoridad, reconocida por todos: Jesús enseña solo lo que vive en primera persona. ¿Y qué está viviendo aquí?
Durante la última cena, tan pronto como Judas, el que lo traiciona, sale del comedor (cf. Jn 13,30) —y Jesús, aunque lo sabe todo (cf. Jn 13,1.3.21), no lo excluye ni siquiera de la última comida fraternal—, Jesús mismo lanza un grito de júbilo: «¡Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado!», aceptando así entregarse libremente a la muerte. Podríamos parafrasear: ahora se cumple la gloria de Jesús —que para el cuarto evangelio es siempre la gloria de amar— y así también Dios es glorificado.
Precisamente en este punto, porque vive en plenitud lo que dice, Jesús puede anunciar: «Amaos los unos a los otros, así como yo os he amado», es decir, «sobre la base de que os he amado», «en la medida en que os he amado», es decir, sin medida, «hasta el final» (Jn 13,1), hasta la traición. Y nótese que Jesús no dice: «Amadme como yo os he amado», sino «amaos como yo os he amado». Según el cuarto evangelio, amando a los hermanos y hermanas es como se devuelve el amor de Jesús, es decir, el amor de Dios. Tal como Jesús dijo poco antes, al comentar el lavatorio de los pies: «Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14).
Según el testimonio de Jerónimo, el evangelista Juan, ya anciano, al no poder hablar por mucho tiempo, se limitaba a repetir: «Hijitos, amaos los unos a los otros». Ante la objeción de sus hermanos, cansados de escuchar las mismas palabras, un día respondió: «Este es el mandamiento del Señor y, aunque fuera el único que se observara, bastaría». Con la simple lucidez que le da la sabiduría de los años, Juan comprendió lo que nosotros, en cambio, a menudo olvidamos o eliminamos: en el mandamiento nuevo, y sobre todo en su «cómo», en el hecho de que es el mandamiento del Señor, está todo el cristianismo.
Después de Jesús, amar a los demás con su estilo, eligiendo libremente ser prójimo de ellos, es amar a Dios. En esta síntesis, Jesús ni siquiera explicita la petición de amar a Dios, porque sabe bien que cuando los humanos se aman de verdad, con la gratuidad que Él vivió, al hacerlo ya viven el amor de Dios. Y que esto es lo esencial lo dijo Jesús mismo, con su precisión final: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros». De esto, no de otra cosa. No se necesitan grandes signos, sino solo el signo de un amor mutuo que contenga en sí mismo el impulso a la universalidad: amar a todos, siempre, sin límites; es decir, amar a quien está frente a mí, ahora, con mis límites y los suyos.
Con el mandatum novum se produjo el giro decisivo, aunque de manera oculta, con la fuerza de la pequeña semilla que hoy muere bajo tierra para dar vida a un gran árbol, cuando el Señor quiera. La caridad fraterna, vivida a la manera de Cristo, es la novedad de la vida de Dios que irrumpe en nuestra vieja tierra, regenerándola; es el anticipo de la vida futura a la que aspiramos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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