jueves, 17 de abril de 2025

Mujeres en el sepulcro.

Mujeres en el sepulcro 

La potente luz de las lámparas palidece ante el resplandor que emana de ese nuevo sepulcro excavado en la roca, el cual, a pesar de haber sido encontrado vacío, sigue siendo noticia. Desde hace dos mil años. 

La fuerza de este resplandor es tal que desencadena persecuciones, provoca disensiones hasta la guerra, es continuamente cuestionada. ¿Qué fundamento tenemos para creer que de este vientre de piedra emana la mayor misericordia, el verdadero ‘rachamim’ de la historia: la vida eterna abierta al hombre? 

Las razones son débiles, porque los testigos de este resplandor son mujeres: María Magdalena, Salomé y la otra María. Tres mujeres con sus ánforas de nardo precioso. Juan cuenta que Nicodemo, hombre rico y miembro del Sinedrio, procuró 30 kilos. Una fortuna y un peso nada desdeñable. Se necesitaron tres mujeres, y tres mujeres fuertes, jóvenes, ya que corrieron al sepulcro con diez kilos de ánfora cada una. 

El artista que se dedicó a la narración bíblica con gran entusiasmo, poco apreciado por la crítica porque se le consideraba un simple ilustrador, demasiado narrativo, demasiado poco desconcertante para el intelectualismo del arte moderno, retrata a las tres mujeres inmóviles y atónitas ante el sepulcro vacío y luminoso. 

Que el insignificante testimonio de las mujeres haya hecho historia, que el insignificante testimonio de Magdalena haya hecho historia, siempre ha desconcertado, pero quizá solo hoy podemos medir la profundidad de este escándalo. 

Hoy, mientras un mundo clama a favor de las mujeres, otro las esclaviza con la mercantilización de su vientre o con la prohibición de ejercer funciones públicas y religiosas. La voz del Resucitado no deja de clamar a favor de la verdadera naturaleza de la mujer, de su dignidad y de su historia. Naturaleza, dignidad e historia que aquí, ante este sepulcro luminoso, se han dado cita para ser certificadas por el Resucitado. 

El artista retrata a Magdalena inclinada, tal y como quiere el evangelista Juan, sobre el sepulcro vacío. Es ella la primera en adentrarse en el Misterio. Cuatro ángeles custodian el sepulcro: tres sentados y uno de pie con la estola del presbítero. Son signos claros de un acontecimiento que viene del cielo, pero que enseña nuevas palabras en la tierra. 

En el suelo, en contraste con las mujeres, están los soldados. Si se miran bien, son el retrato perfecto de la virilidad, son varones y hombres de armas, rudos, acostumbrados al esfuerzo y a la guerra. Los hombres rudos están vencidos por el sueño y las mujeres indefensas están vigilantes, como las vírgenes de la parábola. 

Sin duda el artista retrata a estos durmientes en la postura de quienes están vencidos por sus excesos, parecen drogados, borrachos, descompuestos es su sueño. Hasta puede ser realmente el retrato de una parte de nuestro mundo. Hay algunos (hombres y mujeres) narcotizados por sus propias ideologías, por sus comportamientos absurdos proclamados como verdades que deben imponerse a todos los demás. Los hay en todos los continentes. Los hay en todas partes, y de todos los colores, cada uno con razones y teorías que les dan licencia para matar, con hechos o con palabras, a todos los demás. 

Pero, afortunadamente, también están los vigilantes, hombres y mujeres que llevan el peso de la verdad como una carga pesada (como ánforas de diez kilos), pero siguen corriendo, sostenidos por la esperanza del Misterio.

Si pensamos en cómo el más miserable de la historia, que cambió el rumbo de generaciones enteras, que construyó una civilización; si pensamos en cómo pasó este misterio, entonces, casi en silencio. Ignorado. Tachado de cháchara de mujeres y teorías de fanáticos. Si pensamos en esto, deberíamos temblar porque, tal vez, el Misterio también está pasando hoy y nosotros permanecemos indiferentes. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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