Confesión de fe
¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
La respuesta es hermosa y errónea, hermosa e incompleta: «Dicen que eres un profeta. Una criatura de fuego y luz, como Elías, como el Bautista. Dicen que eres la voz de Dios y su aliento».
Jesús no se detiene en lo que piensa la gente, sabe bien que la verdad no reside en las encuestas de opinión.
Y continúa: ¿quién decís que soy yo?
Es más, la pregunta va precedida de un «pero»: vosotros, en cambio, ¿qué decís?
Como si los doce fueran de otro mundo y sus palabras fueran contracorriente; como si los discípulos no debieran homologarse nunca, ni hablar por oídas.
Pero tú, tú, en cambio, ¿quién dices que soy yo?
Porque las palabras más verdaderas nacen siempre en singular.
Tú, con tu mente, tu fuerza, tu corazón, tu pecado, ¿qué dices de Dios?
¿Cómo
decir quién eres, Señor?
Eres el fuego que me devora.
Eres mi remordimiento ininterrumpido.
Eres la alegría matutina del mundo.
Pero también eres la locura que me mira con
ojos mudos durante toda esta noche que perdura sobre el mundo.
Para responder no se necesitan libros ni catecismos, sino que cada uno que haya perseguido, acosado, cuestionado, derribado, vencido por Dios; cada uno que haya saboreado una sola vez el amor, o haya sido rozado por el ala severa de la muerte, puede dar esa respuesta que se construye con toda la vida, que no es una fórmula: Tú eres el Hijo de Dios.
Y continuará su Evangelio, continuará diciéndome también a mí, como a Pedro: Bienaventurado tú. Feliz tú. ¡Tu vida ha encontrado! Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Pedro es la roca en la medida en que es capaz de decir quién es Cristo, tesoro, bien para toda la humanidad.
Es roca para la Iglesia y para la historia en la medida en que repite que Dios es amor, que su casa es cada hombre; que Cristo, crucificado, está ahora vivo, primero en la gran peregrinación hacia la vida que es la historia humana.
Esta es la fe-roca, el primado de Pedro que edifica la Iglesia, nuestra historia, mi casa, nuestro hogar.
Como Pedro, yo también puedo convertirme en roca y llave.
Roca que da seguridad, estabilidad, sentido también a los demás; llave que abre las puertas hermosas de Dios, la vida en plenitud, que es paz, alegría, luz, energía, para siempre (Col 3,15).
Tú, ¿quién dices que soy yo?
Pero decirlo no basta.
Somos especialistas en palabras fáciles, en simples eslóganes, en frases hechas.
La vida no es lo que se dice de la vida, sino lo que se vive de la vida.
Y Jesucristo no es lo que yo digo de Él, en una fórmula exacta, sino lo que vivo de Él, en una vida exacta; lo que vivo de su amor crucificado, de esa cruz donde todo está escrito con letras de amor y dolor, las únicas que no engañan.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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