Una pregunta que da vida
La gente, ¿quién dice que es el Hijo del hombre? La respuesta es hermosa y a la vez errónea. Dicen que eres un profeta, una criatura de fuego y luz, como Elías; una criatura de fuerza y viento, como el Bautista; profeta, voz de Dios y su aliento.
Pero
vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Jesús es la pregunta dentro de nuestras respuestas fáciles, es la pregunta que despierta, que da vida.
Dios crea la fe a través de preguntas.
Pero vosotros... La pregunta va precedida de una contraposición. Pero vosotros, vosotros, ¿qué decís?
Vosotros que me seguís desde hace años, vosotros que me habéis visto sonreír, llorar, respirar, multiplicar el pan...
Como si los Doce fueran de otro mundo; como si nunca tuvieran que homologarse al sistema.
Pedro responde: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Y Jesús: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Pedro es roca para la Iglesia y para el hombre, en la medida en que repite que Dios se ha entregado en Cristo, que Cristo, crucificado, está vivo, que todos somos hijos en el Hijo.
Esta es la fe-roca, el primado de Pedro que construye la Iglesia.
Como Pedro, modelo del creyente, también yo estoy llamado a convertirme en roca y llave: roca que da apoyo, seguridad, estabilidad al hermano que me ha sido confiado; llave que abre las hermosas puertas de Dios, de un Reino donde florece la vida.
Como Pedro, también yo estoy llamado a atar y desatar, es decir, a crear en mi historia estructuras de reconciliación, de proximidad.
Pero tú, ¿quién dices que soy yo?
De Cristo solo entiendo lo que vivo de
Cristo. La vida no está en lo que digo de la vida, sino en lo que vivo de la
vida.
Cristo no es alguien a quien debo entender,
sino alguien que me atrae; no alguien a quien interpreto, sino alguien que me
atrapa.
La cruz no nos fue dada para comprenderla,
sino para aferrarnos a ella.
«Comprender» a Jesús, definirlo, puede ser fácil, pero «comprenderlo» en el sentido original de tomar para mí, agarrar, estrechar, poseer su secreto, solo es posible si su vida me ha «agarrado».
Corro porque estoy conquistado, dice Pablo.
Corro porque estoy cautivado, vencido,
prisionero, seducido por Cristo.
Nuestra vida no avanza por decretos, sino
por pasión. No por golpes de voluntad, sino por atracción.
Soy cristiano por seducción divina: yo, prisionero de Cristo (Ef 4,1), atrapado por Él, corro para atraparlo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario