miércoles, 29 de octubre de 2025

El colonialismo en Cisjordania y Gaza.

El colonialismo en Cisjordania y Gaza 

A pesar de que los bufones de la corte y de los estómagos bien alimentados, la descripción de la situación en Gaza como genocidio, confirmada por instituciones y voces autorizadas, circula desde hace meses en la esfera pública. 

Al registrar este fracaso político e intelectual de una grande parte de la clase dirigente europea y occidental, sería hora de dar un paso más y trasladar la cuestión a otro plano, con el fin de cuestionar la brutal ocupación de nuestro lenguaje y su uso para justificar los crímenes contra la humanidad perpetrados por Israel con la anuencia de Occidente. 

Insistir en la palabra clave «colonialismo» incluso permite abrir la atroz situación del Mediterráneo oriental a una nueva narrativa y a una serie de consideraciones históricas y críticas que llevan mucho más allá de la banalidad del mal que sustenta las explicaciones actualmente en boga. 

El simple hecho de que el concepto de colonialismo no esté permitido en los estudios de televisión, en los debates parlamentarios, en la prensa es incluso una alerta sobre algo inquietante desde el punto de vista léxico y político. 

Recordar la constitución colonial del presente, de nuestro presente, que emerge de manera inequívoca de las ruinas de Gaza, lleva a cuestionarse la estructura de las actuales relaciones políticas, culturales y económicas que enmarcan el mundo reflejando una perspectiva monocordemente unívoca. 

Es cómodo pensar que el colonialismo, como capítulo histórico, ha sido superado y relegado a los márgenes de la historia europea, acabando en el olvido del pasado. Pero tal vez el tiempo histórico no sea simplemente lineal. 

Cualquier análisis del pasado es siempre un acto contemporáneo, sostenido y suspendido por lenguajes actuales que permiten que la historia aparezca entre nosotros. De esta manera, el pasado sigue interrogándonos, planteando preguntas contra cualquier intento de domesticarlo con fines puramente políticos e instrumentales. 

Reducir la historia exclusivamente a nuestra forma de verla implica la negación de los derechos de los demás. Así, la narrativa de los vencedores occidentales se presenta como la única y, por lo tanto, universal. Este esquema representa un verdadero fracaso historiográfico, filosófico y político. 

Ante la arrogancia de Occidente, que defiende las acciones indefendibles del Estado de Israel no solo desde 2023, sino desde hace décadas, nos encontramos ante la continuidad colonial. 

En otras palabras, el colonialismo no es un acontecimiento histórico concluido, sino un proceso abierto que sigue apropiándose de las riquezas y los recursos del planeta, persiguiendo el imperativo del capital y creando una jerarquía racial del mundo para justificarlo. 

Ahora, sin pudor, a la luz del sol, el vínculo intrínseco entre colonialismo, capitalismo y racismo, por el que algunas vidas cuentan más que otras y la defensa de la supremacía blanca es cada vez más explícita, se manifiesta en toda su brutalidad. 

En este escenario atroz, Palestina se presenta como el laboratorio sangriento de la modernidad. Presentada y explicada como una «cuestión» intrínsecamente violenta e irresoluble, Gaza y Cisjordania traicionan la continuidad colonial que ha sustentado nuestro «progreso» durante cinco siglos. Mientras tanto, las empresas constructoras europeas, occidentales,…, se preparan para la reconstrucción de Gaza. 

Introducir en el debate público el concepto de colonialismo como clave para liberar el presente de la brutalidad de la narrativa dominante nos permite también salir de la claustrofobia del momento, que nos sumerge en los detalles de las conspiraciones del poder, sin llegar a las profundas estructuras que regulan la formación del mundo contemporáneo. 

En la percepción del espacio-tiempo de la modernidad, en la que los parámetros habituales solo confirman nuestra soberanía, debemos darnos cuenta de que las pretensiones globales del capitalismo y el exterminio de las poblaciones indígenas e «inferiores» han sido el dispositivo central para establecer, económica, política y filosóficamente, la modernidad occidental como medida del mundo. 

Ese es el orden europeo y occidental, avanzado y progresista, que no se quiere desmantelar y que se desea seguir apuntalando en sus pretensiones universalistas. De ese orden no surgen perspectivas más abiertas y democráticas. Toda otra voz disonante con ese orden, toda otra opinión que resista y se niegue a someterse y a desaparecer bajo los escombros y las ruinas de ese orden es declarada enemiga de ese pensamiento único que intenta capturarnos —desde la política hasta la poética—. Hoy no se permiten opiniones disonantes. Hoy se prohíben voces nos autorizadas según el orden. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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