Una meditación neotestamentaria sobre la sinodalidad: Hechos de los Apóstoles 15, 22-31
Cuando hablamos de la sinodalidad, solemos aludir al pasaje neotestamentario de Hechos de los Apóstoles 15, 22-31. Ésta es la meditación que os propongo.
Se trata de la primera experiencia sinodal cristiana. Un relato al que conviene volver cada vez que la comunidad cristiana se interroga sobre su camino. No para celebrar el mito de los orígenes, sino para orientar los pasos en el presente. El autor de los Hechos de los Apóstoles, de hecho, no nos entrega aquí una simple página de la historia de la Iglesia, sino una visión... un sueño de Iglesia.
Nos habla de los primeros pasos de aquellos hombres y mujeres que en un cenáculo, en Jerusalén, habían recibido el don del Espíritu Santo, y, con él, la fuerza para dar testimonio con su vida de la resurrección del Señor Jesús.
Y los pasos, cuando son verdaderos, transforman. No se puede caminar sin cambiar. Porque, al caminar, se encuentran nuevos rostros y, con ellos, preguntas sobre el sentido y desafíos inesperados, y entonces hay que tomar decisiones...
Decisiones que no traicionan, sino que profundizan en el «depósito de la fe», que ayudan a comprender mejor y a permanecer fieles al Evangelio de Jesucristo.
Los Hechos de los Apóstoles son, de hecho, el libro de la «creatividad» y de las «decisiones valientes», por retomar dos expresiones conocidas: la primera del Papa Francisco y la segunda del Papa León XIV.
Los Once encuentran una manera de devolver la plenitud al colegio apostólico, con la elección de Matías; poco después inventan un nuevo ministerio con la institución de los diáconos; Felipe tiene el valor de integrar al marginado, excluido del Templo - el eunuco -, y así podríamos continuar.
Y aquí, justo en el centro del libro, tenemos la más valiente de las decisiones: ampliar las fronteras de la comunidad creyente a quienes no pertenecían al pueblo elegido, sin imponerles una carga excesiva.
Si hoy nosotros estamos aquí, es también gracias a ese valor. No es fácil: ¡recordemos la resistencia de Pedro a entrar en la casa de Cornelio! (cf. Hechos de los Apóstoles 10).
El valor de pensar, que creo que es el primer mensaje que nos transmite este texto. Ante lo nuevo que avanza, los ancianos de Jerusalén y los demás hermanos no huyen asustados, sino que se reúnen, reflexionan, piensan... ¡Cuánto necesitamos hoy una comunidad cristiana que no tenga miedo de pensar!
De este episodio paradigmático narrado por Lucas, me gustaría ahora destacar brevemente tres aspectos que pueden ayudarnos a releer la experiencia sinodal como don y tarea, como gracia y misión.
1.- El sujeto del discernimiento
En los versículos anteriores a los que hemos escuchado, Lucas nos introduce en la escena recogiendo las voces que se entrelazan en ella: las de Pablo y Bernabé, que han conocido a los paganos que se han convertido a la fe y transmiten con entusiasmo su experiencia (15,4); las de los fariseos, también creyentes en Jesús, que consideran importante no perder el vínculo con la Ley de Moisés (15,5). Y luego la de Pedro, que cuenta su encuentro con los paganos (15,7-12), y la de Santiago, que vuelve a remitirse a la Escritura (15,13-21).
La trama es significativa, porque en ella se alternan lo que podemos considerar las dos fuentes de todo discernimiento: la realidad, los hechos, los rostros concretos... y luego la Escritura, el testimonio de la Palabra de Dios.
Están los hechos, las vidas reales, con la densidad concreta de sus esfuerzos y alegrías. Y están las Escrituras, que pueden dar sentido, orientación y salvación a esas existencias. La Palabra es así una lámpara para orientarse en el camino, mientras que los rostros concretos ayudan a comprender mejor el significado profundo de las Escrituras.
Luego llega el momento de decidir y aclarar los caminos concretos. Los hermanos de Jerusalén lo hacen, poniendo ese resultado bajo una doble autoridad: «El Espíritu Santo y nosotros».
El primer responsable de las decisiones es el Espíritu Santo. ¡Sabemos lo peligroso que es pretender hablar en nombre del Espíritu! Pero cuando nos disponemos a escuchar de forma auténtica, valiente y fiel la realidad y las Escrituras, ¡el Espíritu actúa!
¡Luego está el «nosotros» eclesial! Un nosotros variopinto, que no descuida ninguna voz, donde cada uno ejerce su «autoridad» (cf. Mc 13,34): laicos y ministros ordenados, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos. En la íntima convicción de que la autoridad - ‘exousia’ - pertenece al Señor: «Se me ha dado toda autoridad... id», dirá el Resucitado a los suyos, enviándolos en misión (Mt 28,18). Todos son servidores de la única Palabra, cada uno según el don de gracia recibido y custodiado. ¡No hay poder que ejercer y repartir, sino una Palabra a la que servir!
2.- El tono de las decisiones
La segunda acentuación que me gustaría proponeros se refiere a lo que yo llamaría el «tono» con el que se expresan las decisiones tomadas: «Ha parecido bien...» (15,28). Un verbo que dice humildad.
Ha parecido... Es como decir: ¡es lo que por ahora hemos entendido o ha sido posible! Por lo tanto, no pretende tener ningún carácter definitivo.
Seguramente también nosotros, en nuestro camino sinodal, hemos tratado y seguimos tratando de comprender. El resultado a algunos les parecerá poco valiente, a otros insuficiente, ¡y lo es! Sin embargo, es un resultado, propuesto con humildad.
Una humildad que no es cobarde, que no incita a la resignación, sino que pide permanecer abiertos a otros pasos. Nos recuerda que serán necesarios otros pasos, y nos disponemos a darlos, siempre escuchando al Espíritu y a cada una de las otras voces.
3.- El efecto
La tercera acentuación que os propongo subraya el efecto de las decisiones tomadas. Lucas dice que, cuando los hermanos de Antioquía leyeron la carta llegada de Jerusalén, «se alegraron por el ánimo que infundía» (15,31). En griego: tē paraklēsei. El término ‘paraklesis’ significa «ánimo», pero también «consuelo»; y, sobre todo, lleva consigo el eco del Espíritu Santo, el Parakletos.
Esas palabras «sabían» a Espíritu Santo. Eran palabras que llevaban consuelo en los sufrimientos y ánimo para vivir...
¡Nuestro mundo necesita esto más que nunca! Nuestro texto ve la luz en un momento crítico, mientras asistimos, con creciente sensación de impotencia, a guerras e injusticias que alimentan las guerras: ¿será capaz de traer alivio, esperanza y ánimo para vivir?
Las palabras de la Iglesia tienen cada vez más dificultades para transmitir el sabor del Evangelio, especialmente a las nuevas generaciones: ¿será capaz nuestro camino sinodal de iniciar un proceso de verdadera renovación de la fe?
La respuesta está en las palabras que se escriben... Pero también en aquellas palabras con las que acompañamos lo escrito. De tal manera que no quede en papel mojado. De tal modo que los gérmenes de vida que contiene —a veces tímidos— vayan acompañados de las voces de creyentes valientes.
Esta es otra característica que Lucas nos transmite en su relato. Dice que desde Jerusalén escribieron una carta a los antioquenos, pero decidieron que fuera acompañada por las palabras de dos hermanos, que tradujeras a voz viva lo que se había escrito.
Que el Señor conceda a cada uno de nosotros acompañar nuestras palabras con el calor de nuestra humanidad y con la fuerza de nuestra fe en Jesucristo, para que sean verdaderamente motivo de consuelo para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Para que cada uno sea alcanzado por el poder de la resurrección del Señor Jesús. De aquel Jesús de Nazaret, poderoso en obras y en palabras -por este orden- delante de Dios y del pueblo (cf. Lucas 24, 19).
Llegados a este punto, preguntémonos en este ámbito de discernimiento espiritual sinodal en el que nos encontramos: ¿qué señales, qué signos, deben acompañar nuestros deseos y nuestras palabras de sinodalidad? (cf. Marcos 16, 17-20: al igual que hay señales/signos que acompañan a los que creen).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF





No hay comentarios:
Publicar un comentario