miércoles, 29 de octubre de 2025

Diseñar nuevos mapas de esperanza.

Diseñar nuevos mapas de esperanza

La Carta Apostólica del Papa León XIV, Diseñar nuevos mapas de esperanza, llega con motivo del Jubileo de la Educación y en un momento de rápidos cambios e incertidumbres que desorientan, reafirmando un hecho: la educación no es una actividad accesoria para la Iglesia, sino que constituye el tejido mismo de la evangelización. 

El Evangelio se convierte en gesto educativo, relación y cultura, y las comunidades educativas, guiadas por la palabra de Jesús, están llamadas a relanzarse y a tender puentes, pensando y actuando, imaginando y soñando con creatividad a los retos contemporáneos. 

Desde sus orígenes, de hecho, el Evangelio ha generado «constelaciones educativas», que han sido capaces de leer los tiempos y de custodiar la unidad entre fe y razón, pensamiento y vida, conocimiento y justicia. 

El Papa León XIV recuerda que la historia del compromiso educativo de la Iglesia sigue viva y se desarrolla a través de etapas fundamentales que ponen de relieve una visión coherente del ser humano. 

En primer lugar, esta Carta Apostólica se publica con motivo del 60.º aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum Educationis - 28 de octubre de 1965 -. Con esta Declaración, el Concilio Vaticano II reafirmaba la importancia crucial de la educación en la vida humana, declarando el derecho inalienable de toda persona a una educación acorde con su vocación y abierta a la convivencia fraterna. La Iglesia, en virtud de su mandato de anunciar el misterio de la salvación, tiene una tarea específica en el desarrollo de la educación. 

Hace quince años, el contexto educativo ya se caracterizaba por grandes dificultades. 

Hay que recordar por ejemplo que en una carta a la Diócesis de Roma del 21 de enero de 2008, el Papa Benedicto XVI hablaba de una gran «emergencia educativa»: según el Papa Benedicto XVI, la crisis educativa tiene sus raíces en una crisis de confianza en la vida y en la dificultad de transmitir certezas y valores esenciales. Y exhortaba a no temer, ya que las dificultades no son insuperables, sino más bien la otra cara de la moneda del precioso don de la libertad. 

Más recientemente, hace cinco años, se lanzó el Pacto Educativo Global. El Papa León XIV lo reconoce como un legado profético del Papa Francisco, una invitación a crear una alianza y una red para educar en la fraternidad universal. Sus siete vías fundamentales orientan a las escuelas y universidades, poniendo en el centro a la persona, escuchando a los jóvenes y promoviendo la dignidad. 

En la Iglesia, la educación siempre ha sido una prioridad, manifestada en una «cosmología de la paideia cristiana». Las «constelaciones educativas» - desde las primeras universidades nacidas «del corazón de la Iglesia», hasta todos y cada uno de los carismas religiosos en la educación - demuestran que la pedagogía católica nunca es una teoría desencarnada, sino pasión, carne e historia, que ofrece respuestas originales a las necesidades de cada época. 

El Papa León XIV describe la educación como un «acto de esperanza» y una pasión que se renueva, manifestando la promesa que se ve en el futuro de la humanidad. Es un «oficio de promesas», que requiere prometer tiempo, confianza, competencia, justicia y el valor de la verdad. Por último, es una «tarea de amor» que se transmite para recomponer el tejido desgarrado de las relaciones. 

En la visión del Papa León XIV, la educación debe abarcar en particular dos relaciones especialmente significativas. 

1.- La primera es la que existe entre la fe y la razón. Citando a San John Henry Newman, copatrón de la misión educativa de la Iglesia, se subraya que «la verdad religiosa no es solo una parte, sino una condición del conocimiento general». Esto invita a un compromiso renovado con un conocimiento riguroso, responsable y profundamente humano. 

2.- La segunda relación crucial es la que existe entre el deseo y el corazón: separarlos del conocimiento significaría romper a la persona. La universidad y la escuela católica están llamadas a ser lugares donde la duda no se prohíbe, sino que se acompaña, y donde el corazón dialoga con el corazón según el lema de San John Henry Newman: Cor ad cor loquitur. 

La educación debe ser integral, abarcando a la persona en su totalidad: espiritual, intelectual, afectiva, social y corporal. Esta visión integral implica que: 

  • La verdad se busca en comunidad, recordando que «el camino [es] mucho más llevadero cuando se avanza con la ayuda del otro». 
  • La libertad es respuesta y no capricho, pero la educación es formación para el «uso correcto de la libertad», aceptando el riesgo que conlleva y ayudando a corregir las ideas erróneas. 
  • La autoridad no es dominio, sino servicio. Adquiere credibilidad a través de la experiencia, la competencia y, sobre todo, la coherencia de la vida del educador, que es testigo de la verdad y del bien. 

El acto educativo es, en todas sus expresiones, un acto comunitario. La comunidad educativa se define como un «nosotros» que incluye al docente, al estudiante, a la familia, al personal, a los pastores y a la sociedad civil, todos convergiendo para generar vida. 

Me parece que en la Carta Apostólica emerge un rasgo interesante para el contexto contemporáneo, y es que la educación requiere el apoyo de toda la sociedad: por eso es fundamental la dimensión de la alianza. 

Se invita a las instituciones educativas a converger y a sustituir las rivalidades por la unidad, su fuerza más profética. En un mundo interconectado, es esencial colaborar activamente tanto a nivel local como global, promoviendo intercambios, proyectos comunes y el reconocimiento mutuo de las buenas prácticas. Las instituciones católicas están llamadas a colaborar con la sociedad civil, al igual que las autoridades políticas y los sectores productivos con ellas. 

La familia sigue siendo el primer lugar educativo. Los padres/las madres son los primeros y principales educadores, y las escuelas católicas deben colaborar con ellos, no sustituirlos, construyendo una alianza educativa basada en la corresponsabilidad. 

En este contexto, es fundamental el principio de subsidiariedad, ya reconocido en Gravissimum Educationis. El Estado debe proteger el derecho a la educación, velar por la seriedad de los estudios y promover el ordenamiento escolar, teniendo en cuenta la subsidiariedad y excluyendo toda forma de monopolio escolar. 

En particular, la escuela católica es un entorno en el que se entrelazan la fe, la cultura y la vida, impregnado del espíritu evangélico. 

Su misión es coordinar el conjunto de la cultura humana con el mensaje de la salvación, para que el conocimiento sea iluminado por la fe. La escuela católica conserva una «importancia suma» y contribuye a la protección de la libertad de conciencia y los derechos de los padres. 

A sesenta años de Gravissimum Educationis y a cinco años del Pacto Educativo Global, el Papa León XIV añade tres prioridades para la red educativa católica. 

  • Vida interior: los jóvenes buscan profundidad. Es necesario ofrecer espacios de silencio, discernimiento y diálogo con la conciencia y con Dios. 
  • Digital humano: las universidades y las escuelas deben formar en el uso sabio de las tecnologías y la Inteligencia Artificial, anteponiendo la persona al algoritmo y armonizando las inteligencias técnica, emocional, social, espiritual y ecológica. El progreso tecnológico forma parte del plan de Dios, pero exige discernimiento y una reflexión ética y filosófica. 
  • Paz desarmada y desarmante: la educación debe enseñar lenguajes no violentos, la reconciliación y la construcción de puentes, para que «Bienaventurados los pacificadores» (Mt 5,9) se convierta en método y contenido del aprendizaje. La paz es una fuerza suave que rechaza la violencia. 

La urgencia es la de diseñar nuevos mapas de esperanza. Toda la red educativa católica es una constelación educativa renovada, viva y plural, llamada a converger. 

Quiero acabar con una cita expresa de esta Carta Apostólica que se encuentra hacia el final de la misma. Es el número 11.2: 

«Pido a las comunidades educativas: desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón. Desarmen las palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Levanten la mirada. Como Dios dijo a Abraham, ‘Mira al cielo y cuenta las estrellas’ (Gn 15,5): sepan preguntarse hacia dónde van y por qué. Custodien el corazón: la relación viene antes de la opinión, la persona antes del programa. No desperdicien tiempo ni oportunidades: ‘citando una expresión agustiniana: nuestro presente es una intuición, un tiempo que vivimos y del cual debemos aprovechar antes de que se nos escape’. En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago mía la exhortación del Apóstol Pablo: ‘Deben brillar como astros en el mundo, sosteniendo en alto la palabra de la vida’ (Fil 2,15-16)». 

La constelación educativa exige calidad y valentía: calidad en el diseño pedagógico y valentía para garantizar el acceso a los más pobres, porque «perder a los pobres» significa perder la escuela misma. El futuro exige «brillar como astros en el mundo, manteniendo alta la palabra de la vida» (Fil 2,15-16), orientando hacia la verdad que libera y la fraternidad que consolida la justicia. 

El Papa León XIV invita a los educadores a confiar en María, Sede de la Sabiduría, para ser «coreógrafos de la esperanza», es decir, testimonios creíbles de una sabiduría que ilumina y libera. Y nosotros podemos dirigir a Ella nuestra oración: 


Santa Madre de Dios,

Tú que eres más grande que los cielos,

pues has contenido a Aquel

que los cielos y la tierra no podían contener,

Tú, Virgen y Madre, eres la Sede viva del Verbo eterno hecho hombre,

el Hijo de Dios Padre, la Sabiduría divina y humana

en la que todo es, se mueve y existe

porque la Sabiduría, en las manos del Amor,

custodia la vida.

 

En este tercer milenio de la Iglesia

mientras las mujeres y los hombres sufren por tantas divisiones,

la cultura y el saber, a menudo aislados y fragmentados,

parecen no servir a la vida, sino separarse de ella,

y las ciencias y la investigación encuentran un fin en sí mismas,

nosotros te pedimos

la gracia de poder abrirnos al Espíritu Santo,

el Señor que da la vida,

para que toda la cultura pueda ser vivificada por la Sabiduría divina-humana.

 

Unidad de todo lo que existe,

de modo que cada conocimiento tenga siempre en cuenta a los demás,

como un tejido orgánico,

donde se estudia, se piensa y se crea en la libre adhesión a la Sabiduría eterna,

para que todo contribuya al conocimiento del verdadero rostro de Dios

y a la verdadera vida de los hombres. Amén.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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