La honestidad sirve de poco en política… - y por eso la incompetencia se aúpa al poder y se instala en el mismo-
Ya veo las caras de asombro de algunos que pensarán que me he vuelto loco, que estoy defendiendo a los ladrones de la democracia, etc. Nada de eso. Y si el amable lector tiene la amabilidad de seguirme, comprenderá en qué sentido sostengo que la honestidad no es en absoluto lo más importante en política, sino solo un modesto requisito previo en el mejor de los casos y cómo la incompetencia ha tomado las riendas de la gestión del poder.
Y que quede claro que no estoy diciendo en absoluto que, por ejemplo, robar sea un pecado venial o un vicio insignificante que se puede soportar perfectamente. En absoluto. Robar dinero público es un acto absolutamente odioso que deslegitima la democracia - tan a menudo afectada por la corrupción - y crea disfunciones sistémicas, incluso graves. Por lo tanto, no es una bagatela que se pueda justificar o tolerar, y expulsar a los políticos corruptos es una obligación de suma importancia.
Pero tengo la sensación de que, mientras que existe la percepción de lo malo que es la corrupción o el fraude de los políticos, no existe en absoluto la percepción de lo peligroso que es en la política la incompetencia, la ineptitud, la nulidad - poco importa si por falta de preparación o por estupidez -.
Un idiota da pena y estamos convencidos de que, ¡pobrecito!, se equivoca de buena fe, así que no pasa nada si no acierta, no lo hace a propósito. Y también el impreparado puede contar con un cierto grado de comprensión: se ha equivocado, pero aprenderá. En definitiva, para evitar a un corrupto, podemos conformarnos con un idiota o un ignorante total que no hará grandes cosas, pero tampoco grandes desastres.
Desde el punto de vista de la ética individual, esta actitud tiene su justificación: la reducida capacidad de entendimiento es una circunstancia atenuante. Pero ¿se puede aplicar este criterio en el ámbito de la moral política y del juicio sobre la gestión de los asuntos públicos? Obviamente, hay que considerar la cuestión desde el punto de vista de los objetivos que se persiguen y de los fallos que pueden producirse.
¿Estamos seguros de que siempre es preferible el honesto al corrupto?
Pongo un ejemplo que si vale… vale tanto en cuanto. Vamos allá. Tenemos tres cirujanos:
1.- el primero es muy bueno, pero un verdadero delincuente (cobra sobornos por los suministros del hospital que dirige, expide certificados complacientes a los maleantes detenidos, falsifica los informes médicos, abusa de las enfermeras, utiliza las instalaciones del hospital para realizar exámenes privados... un hombre repugnante);
2.- el segundo es un cirujano anciano, una persona muy honesta, incapaz de apropiarse ni de un lápiz, un verdadero tesoro de hombre, pero un desastre como médico: el 25 % de los pacientes operados sufren discapacidades permanentes o no sobreviven a la operación;
3.- el tercero es un recién licenciado que nunca ha realizado una sola operación y hay motivos para dudar de que sepa por dónde se sujeta el bisturí, pero es un chico lleno de entusiasmo y ganas de trabajar.
¿A quién elegirías para operarte?
Creo que, aparte de los más fanáticos devotos de la cruzada de la moralidad, la mayoría de nosotros, aunque maldijese entre dientes, quizá hasta elegiríamos al primero.
¿Y qué nos hace pensar que la política es diferente de la cirugía?
No tenemos que elegir al «señor honestidad» ni proclamar santo a nadie, tenemos que elegir al mejor cirujano o al político más capaz de resolver los problemas del país, que a veces requieren la capacidad de hacer una gran política.
Y aquí hasta puede comenzar la habitual batería y retahíla de tópicos: «¿Pero cómo voy a confiar en un deshonesto poniendo mi vida en sus manos?». «Un corrupto solo piensa en su beneficio personal, por lo que no tiene ningún interés en hacer gran política», y así sucesivamente.
Quizá es decepcionante pero la experiencia histórica nos enseña que no pocos grandes han sido auténticos bandidos: ¿tenemos alguna idea de los negocios del «señor» Julio César? ¿O de la gran desenvoltura del «señor» Napoleón en materia de dinero público? Danton era un corrupto terrible, pero no hay duda de que habría sido mucho mejor que ganara él en lugar de ese fanático del incorruptible Robespierre. Pongo ejemplos, sin abundar en demasía y de otros países… por aquello de no levantar los ánimos de las susceptibilidades…
Por lo tanto, no es necesario que un corrupto o un incapaz sea incapaz de desarrollar una gran política. Y, lo que es más importante, no es en absoluto seguro que un honesto no provoque desastres mucho mayores. Mis ejemplos son pocos y siempre, por supuesto, de otros países.
El general Maurice Gamelen, jefe del Estado Mayor francés en 1940, era un soldado íntegro, por encima de toda sospecha, con un historial personal ejemplar: bajo su mando, Francia perdió la guerra en cuatro semanas y las tropas alemanas desfilaron bajo el Arco del Triunfo.
Pío X, un santo, pero también uno de los papas del siglo XX que persiguió el modernismo y que impidió toda renovación de la Iglesia.
Laurentj Beria era personalmente desinteresado y no acumulaba privilegios ni beneficios, pero fue un criminal responsable de las peores represiones de la época estalinista (pero aquí entramos en el terreno de los fanáticos, que son un capítulo aparte).
El presidente estadounidense Herbert Hoover no era especialmente famoso por su moralidad, pero fue un incompetente total que llevó a Estados Unidos al desastre en la crisis de 1929.
¿Es necesario continuar abundando en ejemplos?
También por esto es bueno recordar que la incompetencia es la mayor forma de deshonestidad: si no estás a la altura de la tarea que se te ha asignado, pero permaneces en tu puesto, eres el peor delincuente que se puede encontrar.
Como se puede ver, muchos de los mayores desastres se deben más a las decisiones de personajes ineficaces que a personajes corruptos. Y esto tiene una explicación: el corrupto no tiene por qué ser necesariamente un incompetente o estar desinteresado por su país, sino que, si es inteligente, tiene todo el interés en cuidar lo mejor posible a la «gallina que le da los huevos de oro». Lo cual no le da licencia para robar a manos llenas, también porque, al fin y al cabo, no todos los corruptos son, por ejemplo, Julio César.
La cuestión es que a un corrupto siempre se le puede vigilar, rodearlo de personas honestas y capaces, crear un sistema de controles y, en última instancia, castigarlo, etc. Pero ¿qué se puede hacer con un incompetente?
Si se presenta una emergencia que exige genialidad, rapidez de reflejos, inventiva, etc., el gobernante capaz, inteligente y preparado tal vez esté a la altura de la situación, aunque sea corrupto, mientras que es seguro que el incapaz e inepto lo estropeará todo provocando catástrofes, aunque sea el más honesto de los hombres.
Stendhal decía que «la honestidad es la virtud de los mediocres». Quizás exageraba un poco al restar importancia a la honestidad, que, en definitiva, sigue siendo un valor positivo. Pero no se equivocaba mucho, si tenemos en cuenta el «festival de la mediocridad» que estamos viviendo, donde las loas a la honestidad junto al buenismo son uno de los principales ingredientes del pastel glaseado de lo políticamente correcto.
Anteponer la honestidad a la competencia es uno de los estigmas más seguros de la antipolítica actual. Una señal de gran cortedad y pobreza intelectuales. En política, convenzámonos, se necesita una pizca de ‘cinismo’ (¡he dicho una pizca, no una tonelada!). Esto, repito, no significa que debamos tolerar, justificar y permitir los fraudes o los robos en detrimento del bien público, sino que debemos aprender a temer la incompetencia, la ineptitud, la ignorancia y la estupidez, la nulidad como males mucho peores.
Y entonces, ¿queremos castigar a los corruptos y deshonestos? Muy bien, examinemos negro sobre blanco, abramos las salas de los tribunales y, llegado el caso, incluso las celdas de las prisiones.
Pero ¿y qué hacemos con los incompetentes en el poder y con los ineficaces en la gestión pública de la sociedad?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF




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