¿Quién eres Señor?
Hoy la Iglesia celebra en una sola fiesta a Pedro y Pablo, los dos pilares que hicieron grande a la comunidad cristiana de Roma. Dos discípulos que, cada uno con su sensibilidad, prestaron un gran servicio de seguimiento al Señor y de testimonio de la fe hasta derramar la sangre.
¡Qué imaginación tiene el Espíritu Santo! Y qué sentido del humor y qué valentía tiene la Iglesia al unir a dos santos tan diferentes que, en vida, tuvieron más de una discusión acalorada y más de un intercambio de opiniones...
Pedro fue llamado por Jesús para convertirse en guardián de la fe, garante de la integridad del anuncio que el Señor había hecho a los Apóstoles y al mundo. ¡Un papel no precisamente adecuado para un humilde y analfabeto pescador de Galilea! Pero el Señor no mira las apariencias ni las capacidades, sino a la persona y su trayectoria.
Y Pedro, con su autenticidad y su capacidad de arrepentirse de sus pecados, admitiendo sus errores, se vuelve capaz de acoger a todos sin juzgar a nadie. Pedro se convierte en punto de referencia para los demás discípulos, presencia tranquilizadora y modesta de la fidelidad al Señor.
Pablo, en cambio, es el digno representante de un mundo culturalmente abierto y dinámico, capaz de resumir en sí mismo lo mejor de las culturas de las que procedía. El Señor lo llamó para ser instrumento de evangelización entre los paganos y para fundar la Iglesia fuera de las fronteras de Israel.
Nos llegará el momento en que nos encontraremos «resumiendo» nuestra vida, haciendo, para nosotros mismos, un «inventario», una especie de testamento espiritual...
Pablo emplea muy pocas palabras, utiliza imágenes elocuentes que nos transmiten la «consistencia» de su vida, su «dinamismo», que se convierte en la característica fundamental de su propia «fe»...: el descubrimiento del Amor, que revolucionó su vida, que vivió y «devolvió» con su propia vida.
La síntesis de la vida de cada uno registra, necesariamente, junto a los momentos de alegría y realización, los sufrimientos vividos, la oscuridad, la soledad, incluso la desesperación... pero aquí estamos... ¡hemos llegado hasta aquí!
Todavía nos queda un poco para terminar nuestra «carrera», para pelear nuestro «combate»... y, sin duda, ante la constatación de que el Señor «ha estado cerca de mí y me ha dado fuerzas...», la pregunta que nos hacemos es: «¿he conservado la fe?».
Y luego... si pudiera «dejar» en herencia un poco de mi experiencia, ¿qué me gustaría transmitir?
- La gracia del Señor vale más que la vida; Él ha sido mi ayuda... Su fuerza me ha sostenido y su gracia me ha bastado;
- He creído, incluso cuando decía: «Soy demasiado infeliz»; he buscado al Señor, muchas veces: Él me ha respondido y me ha liberado de todos mis miedos... me ha salvado de todas mis angustias; el Señor ha estado cerca de mí y me ha dado fuerza;
- El Señor ha hecho grandes cosas por mí, me ha llenado de alegría; he saboreado y visto lo bueno que es el Señor;
- A lo largo de mi vida, me ha hecho conocer, poco a poco, el misterio de su voluntad;
- Muchas
veces, en mi vida, me he detenido a preguntarme: «¿Quién eres tú para mí,
Señor?».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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