La vida castiga a quien llega tarde -una reflexión con el Papa León XIV-
«La vida castiga a quien llega tarde», dijo un líder soviético al número uno de la República Democrática Alemana para convencerlo de que siguiera el camino de las reformas siguiendo el modelo de Moscú. Era el 7 de octubre de 1989: un mes después, la caída del Muro de Berlín marcó el fin de la Alemania comunista. Aquella fue la profecía que Gorbachov dirigió a Honecker y que, de hecho, aceleró la caída del «telón de acero».
La frase puede indicar que la vida misma (la sociedad, la Iglesia, …) pueden conocer consecuencias negativas si no se respetan los tiempos, si se dejan escapar las circunstancias favorables y si no se aprovechan los momentos oportunos. A veces, incluso, esa actitud se puede volver hasta crónica. También sistémica.
La fórmula "signos de los tiempos" fue puesta nuevamente en circulación en la teología católica por el Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. La referencia original es la expresión de Jesús relatada en el Evangelio de Mateo y de forma implícita en el Evangelio de Lucas.
Mateo escribe: “Cuando llega la tarde, decís: buen tiempo porque el tiempo está rojo; y por la mañana: hoy tormentoso porque el cielo está rojo oscuro. ¿Sabes, pues, interpretar el aspecto del cielo y no sabes distinguir los signos de los tiempos?” (Mt 16,2-3). Lucas, a su vez, relata las palabras: “¡Hipócritas! Sabéis juzgar la apariencia de la tierra y del cielo, ¿por qué no sabéis juzgar esta vez? ¿Y por qué no evaluáis vosotros mismos lo que es correcto?” (Lc 12,56-57).
¿Quién habla de los signos de los tiempos? Juan XXIII, convocando el Concilio Ecuménico con la Constitución Humanae salutis -Navidad de 1961-, recordó la enseñanza de Jesús: "haciendo nuestra la recomendación de Jesús de saber distinguir los signos de los tiempos (Mt 16,3), nos parece ver, en medio de tanta oscuridad, muchas pistas que dan esperanza para el destino de la Iglesia y de la humanidad".
El Concilio Vaticano II retomó la fórmula explícitamente en algunos lugares. En el Decreto sobre los Presbíteros pide que "estén dispuestos a escuchar la opinión de los laicos... para que juntos puedan reconocer los signos de los tiempos" (PO 9). En el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, los Padres conciliares observan: "Entre los signos de nuestro tiempo, merece una mención especial el creciente e imparable sentimiento de solidaridad de todos los pueblos" (AA 14 § 2). En el Decreto sobre el Ecumenismo, el Concilio insta al camino ecuménico como respuesta a la acción del Espíritu: "Desde hoy, bajo el impulso de la gracia del Espíritu Santo, en muchas partes del mundo, con la oración, la palabra y la acción, se realizan muchos esfuerzos para alcanzar la plenitud de unidad deseada por Jesucristo, este Sagrado Concilio exhorta a todos los fieles católicos a reconocer los signos de los tiempos y participar con entusiasmo en la obra ecuménica" (UR 4).
Finalmente, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes siguió las líneas de una teología de los signos cuando escribió: "Es deber permanente de la Iglesia escudriñar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, para que en una adaptado a cada generación, puede responder a las eternas preguntas de los hombres sobre el significado de la vida presente y futura y sobre sus relaciones mutuas. De hecho, necesitamos conocer y comprender el mundo en el que vivimos, así como sus expectativas, sus aspiraciones y su naturaleza a menudo dramática" (GS 4); "El pueblo de Dios, movido por la fe, … trata de discernir en los acontecimientos, peticiones y aspiraciones en las que participa junto con otros hombres de nuestro tiempo, cuáles son los verdaderos signos de la presencia o del plan de Dios" (GS 11). Y concluyó que "es deber de todo el pueblo de Dios… escuchar atentamente, comprender e interpretar las diversas lenguas de nuestro tiempo" (GS 44).
Es necesario distinguir el uso sociológico de la fórmula “signos de los tiempos” del uso teológico. En sentido sociológico la fórmula indica las características de un período histórico que lo distinguen de otros. En este sentido, la globalización, el mercado, el horizonte planetario, …, de la historia son citados a menudo como signos de nuestro tiempo. Se trata de fenómenos amplios y visibles, no siempre positivos en relación con el Reino de Dios, incluso a menudo opuestos a su dinámica. Pero precisamente por eso también pueden tener un significado para las comunidades eclesiales, ya que suscitan la tensión necesaria para superarlas.
No son los acontecimientos como tales ni las condiciones sociales las que constituyen los signos de los tiempos, sino la relación que tienen con el Reino de Dios y por tanto las indicaciones que dan para buscar los lugares donde la acción de Dios puede expresarse como salvación. Una vez reconocidos, pueden indicar la dirección del camino de la Iglesia. Las características particulares de un período histórico constituyen a menudo solicitudes para que las comunidades eclesiales den respuestas salvíficas. De este modo se convierten en signos indirectos, ya que pueden indicar la acción o presencia divina en quienes, guiados por el Espíritu, trabajan por el Reino reaccionando ante el mal.
En un uso estrictamente teológico, por tanto, la fórmula “signos de los tiempos” se refiere a la acción de Dios respecto a la venida de su Reino expresada en la historia a través de sus testigos.
Desde esta perspectiva, los “signos de los tiempos” son a menudo marginales, apenas visibles, no apreciados y, a menudo, ridiculizados porque no están en sintonía con las modas actuales. En sentido teológico, la fórmula ·signos de los tiempos” indica aquellas cosas nuevas en la vida que, en el torbellino de la historia, la acción de Dios logra suscitar, donde encuentra fieles dispuestos a acogerla. Son signos del Bien que abre caminos en la historia, de la Verdad que busca nuevas formulaciones, de la Justicia que intenta proyectos de fraternidad: signos del Reino que viene, motivos de esperanza mesiánica.
El sujeto de la lectura de los “signos de los tiempos” es todo el Pueblo de Dios o toda la Iglesia. No los pastores. Tampoco los teólogos. Unos y otros están al servicio del entero Pueblo de Dios. El lugar o el objeto material de lectura son los "acontecimientos" de la historia, en particular, las "expectativas, las aspiraciones, a menudo de carácter dramático", o "las diversas maneras de hablar" de los hombres de nuestro tiempo.
La Iglesia no posee todos los elementos para llevar a cabo su misión, ni conoce todos los contenidos para anunciar adecuadamente la verdad revelada. Es necesario recurrir a la historia de los hombres, a sus experiencias, para captar los aspectos aún no descubiertos de la verdad y poder anunciarlos para la salvación de los hombres. Este examen del mundo no es estrictamente responsabilidad de la Iglesia, que no posee todas las herramientas necesarias para este análisis. Por tanto, debe recurrir a los "expertos del mundo, creyentes o no creyentes" (GS 44).
El objeto específico de la escucha/mirada eclesial deben son los "signos de la presencia o del designio de Dios". El objetivo de esta escucha/mirada es la misión eclesial: "responder a las preguntas perennes del hombre sobre la vida presente y futura y sus relaciones mutuas"; “comprender la verdad revelada, profundizarla y presentarla de la manera más adecuada".
La luz de esta lectura llega a la Iglesia desde su tradición, desde la fe, desde la acción del Espíritu Santo. La luz de la fe, como tal, no ofrece contenidos propios, sino que nos hace descubrir lo que está presente u oculto en la realidad. La fe no puede sustituir el análisis de las cosas, pero lo hace posible desde una perspectiva diferente.
El arte de leer e interpretar los signos de los tiempos es empeñativo, exigente, …, y un deber imperativo. Si es verdad que hay sueños que es menor que no se cumplan…, si es verdad que hay sueños que desgraciadamente no se cumplen…, también hay sueños que sólo se cumplen con el tiempo. “Cuando uno sueña en solitario, lo soñado se queda en sueños. Pero si todos soñamos al unísono, entonces lo soñado se hace realidad” (Hélder Cámara).
El sueño de la sinodalidad es un sueño soñado por muchos. Esa visión de sinodalidad en la Iglesia es compartida por muchos. No sabemos si todos viviremos para ver la realización de ese sueño, de esa visión. Pero, incluso si no vivimos para ello, tampoco ese sueño/esa visión morirá con nosotros. Será, si es una cosa de Dios, propagada por el anhelo de generaciones enteras que albergan ese sueño, esa visión, …, a no ser que los sueños sean solamente sueños, y la visiones nada más que espejismos…
Si comenzaba citando la consigna que Gorbachov dirigió a Honecker, quiero recordar aquella otra, que siglos antes, Jesús de Nazaret formuló en su última cena de despedida: «Lo que tengas que hacer, hazlo pronto» (Juan 13, 27). Si es verdad aquello de "más vale tarde que nunca", quizá no sea menos verdad aquello de "mejor pronto que tarde".




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