La posibilidad de lo imposible: la esperanza y la paz
Se nos repite insistentemente que la paz es imposible.
Que el ser humano está condenado a la guerra, que la violencia es nuestro
destino natural. Si lo posible ha sido secuestrado por el poder ¿es posible apostar
por lo imposible?
Lo «posible» está gestionado por quienes tienen el poder… Pero esta convicción no es una verdad: es una narrativa que sirve para legitimar el poder, para mantener a los pueblos y a los individuos en una condición de resignación. Si la paz es una utopía, entonces es precisamente la utopía lo que debemos cultivar, porque solo ella puede abrir espacios imprevistos dentro del presente. La posibilidad de lo imposible se convierte así en nuestro único recurso político y social.
Lo posible pertenece al orden de lo planificable, lo previsible, lo calculable. Es indispensable, sin duda, porque sin un mínimo de estabilidad la vida se precipitaría al caos. Pero hoy lo posible está tantas veces secuestrado: lo gestionan los poderes financieros, los sistemas mediáticos corruptos, las instituciones sometidas a los intereses económicos.
Ante este secuestro del futuro, la única respuesta que
queda es apostar por lo imposible, por una esperanza que no se deja encasillar
ni neutralizar.
La esperanza no es un lujo interior. Es una fuerza colectiva, una práctica social. La encontramos en las ONG, en las personas que arriesgan su vida para combatir el hambre y las epidemias, en los movimientos que defienden la dignidad del trabajo, en las comunidades que inventan formas de economía solidaria, en… Es el coraje de quienes desafían la lógica del beneficio y el dominio, aun sabiendo que no tienen garantías de éxito.
Cada pequeño gesto de resistencia —una protesta, un boicot, una ocupación, una red de ayuda mutua— resquebraja la armadura pesada del poder. Son tácticas invisibles que le quitan espacio al poder, abriendo rendijas por las que se filtra otra posibilidad de vida. Es aquí donde la esperanza toma forma: en los márgenes, en los fragmentos, en los lugares donde los dominantes creen haber ganado ya. Por eso hay que apostar por lo «imposible», es decir, por la esperanza como resistencia.
Hoy en día es difícil creer en la democracia cuando demasiadas carreras políticas dependen de la financiación privada, cuando la palabra pública está contaminada por unos medios de comunicación que persiguen audiencia y beneficios, cuando la desinformación se extiende como un sistema. La promesa que alimenta la esperanza ya no viene de arriba: no viene de los partidos, ni de las instituciones. Nace de abajo, de la trama de relaciones, de las luchas cotidianas, de las comunidades que no se rinden.
La esperanza no tiene fundamentos estables: es frágil, infundada, arbitraria, ... Pero precisamente por eso no puede ser confiscada. Ningún aparato logra neutralizar el impulso que proviene de los márgenes. Es una promesa de justicia que no se limita a esperar: actúa, se organiza, construye espacios de futuro dentro de las grietas del presente.
Las turbulencias de nuestro tiempo —las guerras que se multiplican, las transiciones económicas que producen precariedad, la tecnología que se convierte en vigilancia— alimentan el miedo. Pero en la frontera del miedo aparece la esperanza, y se convierte en un acto político radical: esperar contra toda esperanza. No para engañarse, sino para resistir. No para eliminar el conflicto, sino para inclinarlo hacia la justicia.
La esperanza, cuando parece imposible, se vuelve necesaria. Es una fuerza que no se limita a imaginar: organiza huelgas, construye comunidades alternativas, defiende la verdad contra la manipulación. Es inquieta, rebelde, incapaz de conformarse con la gestión de lo existente.
La paz, entonces, no es la ausencia de guerra ni la conservación del orden. Es un proceso político y social que desestabiliza el presente y lo inclina hacia el futuro. La tarea del pacifismo no es proteger equilibrios precarios, sino romper la solidez del hoy para abrir paso al mañana.
La paz es la posibilidad de lo imposible. No porque esté garantizada, sino porque solo si seguimos esperándola podemos contrarrestar la resignación. El futuro no será mejor por sí solo: será mejor si nuestra esperanza se transforma en acción, en resistencia, en creación imaginativa e inventiva social.
Y es en esta esperanza, frágil pero indomable, donde la paz sigue encontrando hoy su fuerza.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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