lunes, 8 de septiembre de 2025

Así bendeciréis - Lucas 2, 16-21 -.

Así bendeciréis - Lucas 2, 16-21 -


 

Así bendeciréis a los israelitas.

 

La orden dada por Dios a Moisés y Aarón es perentoria y sin posibilidad de interpretación. Los dos libertadores, los dos líderes, los dos profetas hermanos están llamados a bendecir al pueblo, a decir cosas buenas.

 

La invitación que el Señor nos hace a cada uno de nosotros al comienzo de este nuevo año es sencilla y directa: estamos llamados a bendecir a todos aquellos con quienes nos encontremos.

 

Bendecir, es decir, decir cosas buenas.

 

Acostumbrados como estamos a decir cosas malas, a ver el mal, a escrutar con desconfianza cada afirmación, a pillar en falta a cualquiera, a regodearnos en las conspiraciones erigidas en sistema político y exacerbadas por las nuevas tecnologías.

 

Todos enfadados, todos armados, todos furiosos, todos combativos, todos arrogantes.

 

¡Es tan difícil vivir en este mundo de descontentos! ¡Es tan terrible adaptarse a este imperio agonizante! Es tan triste ver a todos mirándose alrededor, listos para atacarse sin piedad...

 

Es tan desarmante y descabellada la invitación de Dios: «Así bendeciréis a los israelitas».

 

Y así me invito a hacerlo. Y os invito a hacerlo.

 

A decir cosas buenas, a partir de hoy, a partir de este año nuevo.

 

¿Será esta la manera de cambiar el mundo? ¿Empezar a amarlo?

 

¿Amarlo porque somos amados? ¿Amarlo por el exceso de amor recibido? ¿Amarlo como solo sabe amarlo este Dios que se hace niño indefenso?


 Que puedas ver

 

¿Es esta la solución sencilla para cambiar nuestras vidas sin resolver e inquietas? ¿Cambiar nuestra forma de ver las cosas?

 

Pero no en el sentido ilusorio de fingir que las cosas cambian, no por un optimismo genérico basado en la nada. Ver más allá de las apariencias y decir cosas buenas porque el mundo ha cambiado, ha sido fecundado por el nacimiento de Dios.

 

Comenzar un año bajo el signo de la bendición significa dar espacio al alma, establecer una jerarquía de prioridades dentro de nuestras vidas, de nuestros días. Si Dios es accesible, si está presente, si está dispuesto a llevar la luz a lo que hacemos y vivimos, entonces todo cambia.

 

Porque cambia el corazón y la forma de ver la realidad.

 

Los pastores vuelven a su miserable trabajo cantando y exultando porque han visto que la salvación les alcanza en el lugar de su fatiga.

 

María medita la iniciativa de Dios, su sabia locura, su contagiosa euforia y va más allá de la pequeña cabaña que la acoge. Ve en la mirada de los pastores la bendición que Jesús ha venido a inaugurar.


La luz de su rostro

 

Así bendeciréis a los israelitas.

 

Que puedas ver la luz del rostro de Dios, el esplendor de su rostro.

 

Hacer brillar el rostro indica la sonrisa de una persona: cuando sonreímos, nuestro rostro se ilumina. Pase lo que pase en estos meses, que podamos captar el rostro sonriente de Dios en nuestra vida, en nuestras vicisitudes, incluso en nuestras fatigas.

 

Dios sonríe, por supuesto. Quien ama, incluso en la adversidad, sonríe.

 

El rostro sonriente de Dios nos lo revela el niño Jesús.

 

Dios sonríe, no está enfadado, ni es impenetrable, ni distante, ni nervioso.

 

Dios sonríe, siempre. El problema, si acaso, somos nosotros.

 

En los momentos de fatiga y dolor no miramos hacia Dios, sino hacia nosotros mismos, hacia el dolor, hacia la parte oscura de la realidad; nos dejamos llevar por la emoción, no reconocemos ninguna sonrisa en Dios.

 

No esperemos que Dios nos resuelva los problemas, ni que nos allane la vida o nos la simplifique.

 

La vida es un misterio y, como tal, debe ser acogida y respetada, y al discípulo no se le evita el sufrimiento.

 

Pero si Dios nos sonríe, siempre, significa que existe un truco que no vemos, una razón que ignoramos, un horizonte más allá, más alto, otro, y entonces confiamos.

 

Pase lo que pase en nuestra este año, que Dios nos sonría.


Poner orden

 

Para darse cuenta de la sonrisa de Dios hay que imitar a la adolescente María.

 

María, a quien celebramos con el título de «Madre de Dios», está turbada por los demasiados acontecimientos que han caracterizado la última semana: el parto en soledad, el estar lejos de su casa, el alojamiento más que provisional, la visita de los pastores sospechosos.

 

Y en medio de tantas emociones, ¿qué hace?

 

Guarda todas estas cosas meditándolas en su corazón. Literalmente, Lucas escribe que «tomaba las diversas piezas y trataba de recomponerlas».

 

Nos falta un centro en nuestra vida, estamos abrumados por la vida vivida. Como la ropa sucia amontonada en la palangana, necesitamos un hilo en el que colgar todas las cosas para ponerlas a secar.

 

Este centro unificador, que es la fe, nos es precioso.

 

¿Por qué no comprometernos en este año que comienza a partir de Dios, a poner la escucha de la Palabra y la meditación en el centro de nuestro día?

 

Solo así nos daremos cuenta de que Dios nos sonríe.

 

Si alguien nos estima, si habla bien de nosotros, si nos hace sentir su afecto, nos da alas.

 

Y nos hacemos capaces de hacer cualquier cosa. Escalar montañas, descender a los abismos más profundos.

 

Os bendigo a cada uno de vosotros. Y os pido que os bendigáis unos a otros, que digáis cosas buenas, en esta noche de transición, y mañana, cuando os despertéis. Que digáis cosas buenas, sin ceder a la lamentación o al desánimo. Que digáis y hagáis el bien sin tener miedo a confiar.

 

Dios dice cosas buenas y hace cosas buenas, está entre nosotros con toda su belleza desarmante, su desnudez absoluta, su luz que lo ilumina todo.

 

Vivamos como bendecidos porque somos amados.


Bendigamos porque amamos.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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