Así bendeciréis - Lucas 2, 16-21 -
Así bendeciréis a los israelitas.
La orden dada por Dios a Moisés y Aarón es perentoria
y sin posibilidad de interpretación. Los dos libertadores, los dos líderes, los
dos profetas hermanos están llamados a bendecir al pueblo, a decir cosas
buenas.
La invitación que el Señor nos hace a cada uno de
nosotros al comienzo de este nuevo año es sencilla y directa: estamos llamados
a bendecir a todos aquellos con quienes nos encontremos.
Bendecir, es decir, decir cosas buenas.
Acostumbrados como estamos a decir cosas malas, a ver
el mal, a escrutar con desconfianza cada afirmación, a pillar en falta a
cualquiera, a regodearnos en las conspiraciones erigidas en sistema político y
exacerbadas por las nuevas tecnologías.
Todos enfadados, todos armados, todos furiosos, todos
combativos, todos arrogantes.
¡Es tan difícil vivir en este mundo de descontentos!
¡Es tan terrible adaptarse a este imperio agonizante! Es tan triste ver a todos
mirándose alrededor, listos para atacarse sin piedad...
Es tan desarmante y descabellada la invitación de
Dios: «Así bendeciréis a los israelitas».
Y así me invito a hacerlo. Y os invito a hacerlo.
A decir cosas buenas, a partir de hoy, a partir de
este año nuevo.
¿Será esta la manera de cambiar el mundo? ¿Empezar a
amarlo?
¿Amarlo porque somos amados? ¿Amarlo por el exceso de
amor recibido? ¿Amarlo como solo sabe amarlo este Dios que se hace niño
indefenso?
Que puedas ver
¿Es esta la solución sencilla para cambiar nuestras
vidas sin resolver e inquietas? ¿Cambiar nuestra forma de ver las cosas?
Pero no en el sentido ilusorio de fingir que las cosas
cambian, no por un optimismo genérico basado en la nada. Ver más allá de las
apariencias y decir cosas buenas porque el mundo ha cambiado, ha sido fecundado
por el nacimiento de Dios.
Comenzar un año bajo el signo de la bendición significa
dar espacio al alma, establecer una jerarquía de prioridades dentro de nuestras
vidas, de nuestros días. Si Dios es accesible, si está presente, si está
dispuesto a llevar la luz a lo que hacemos y vivimos, entonces todo cambia.
Porque cambia el corazón y la forma de ver la
realidad.
Los pastores vuelven a su miserable trabajo cantando y
exultando porque han visto que la salvación les alcanza en el lugar de su
fatiga.
María medita la iniciativa de Dios, su sabia locura,
su contagiosa euforia y va más allá de la pequeña cabaña que la acoge. Ve en la
mirada de los pastores la bendición que Jesús ha venido a inaugurar.
La luz de su rostro
Así bendeciréis a los israelitas.
Que puedas ver la luz del rostro de Dios, el esplendor
de su rostro.
Hacer brillar el rostro indica la sonrisa de una persona: cuando sonreímos,
nuestro rostro se ilumina. Pase lo que pase en estos meses, que podamos captar
el rostro sonriente de Dios en nuestra vida, en nuestras vicisitudes, incluso
en nuestras fatigas.
Dios sonríe, por supuesto. Quien ama, incluso en la
adversidad, sonríe.
El rostro sonriente de Dios nos lo revela el niño
Jesús.
Dios sonríe, no está enfadado, ni es impenetrable, ni
distante, ni nervioso.
Dios sonríe, siempre. El problema, si acaso, somos
nosotros.
En los momentos de fatiga y dolor no miramos hacia
Dios, sino hacia nosotros mismos, hacia el dolor, hacia la parte oscura de la
realidad; nos dejamos llevar por la emoción, no reconocemos ninguna sonrisa en
Dios.
No esperemos que Dios nos resuelva los problemas, ni
que nos allane la vida o nos la simplifique.
La vida es un misterio y, como tal, debe ser acogida y
respetada, y al discípulo no se le evita el sufrimiento.
Pero si Dios nos sonríe, siempre, significa que existe
un truco que no vemos, una razón que ignoramos, un horizonte más allá, más
alto, otro, y entonces confiamos.
Pase lo que pase en nuestra este año, que Dios nos
sonría.
Poner orden
Para darse cuenta de la sonrisa de Dios hay que imitar
a la adolescente María.
María, a quien celebramos con el título de «Madre de
Dios», está turbada por los demasiados acontecimientos que han caracterizado la
última semana: el parto en soledad, el estar lejos de su casa, el alojamiento
más que provisional, la visita de los pastores sospechosos.
Y en medio de tantas emociones, ¿qué hace?
Guarda todas estas cosas meditándolas en su corazón.
Literalmente, Lucas escribe que «tomaba
las diversas piezas y trataba de recomponerlas».
Nos falta un centro en nuestra vida, estamos abrumados
por la vida vivida. Como la ropa sucia amontonada en la palangana, necesitamos
un hilo en el que colgar todas las cosas para ponerlas a secar.
Este centro unificador, que es la fe, nos es precioso.
¿Por qué no comprometernos en este año que comienza a
partir de Dios, a poner la escucha de la Palabra y la meditación en el centro
de nuestro día?
Solo así nos daremos cuenta de que Dios nos sonríe.
Si alguien nos estima, si habla bien de nosotros, si nos
hace sentir su afecto, nos da alas.
Y nos hacemos capaces de hacer cualquier cosa. Escalar
montañas, descender a los abismos más profundos.
Os bendigo a cada uno de vosotros. Y os pido que os
bendigáis unos a otros, que digáis cosas buenas, en esta noche de transición, y
mañana, cuando os despertéis. Que digáis cosas buenas, sin ceder a la
lamentación o al desánimo. Que digáis y hagáis el bien sin tener miedo a
confiar.
Dios dice cosas buenas y hace cosas buenas, está entre
nosotros con toda su belleza desarmante, su desnudez absoluta, su luz que lo
ilumina todo.
Vivamos como bendecidos porque somos amados.
Bendigamos porque amamos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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