Bendecidos por aquellos con rostros y corazones luminosos - Lucas 2, 16-21 -
Ocho días después de Navidad, el Evangelio nos lleva de vuelta a la cueva de Belén, a la única visita que relata Lucas, la de los pastores con olor a leche y lana, siempre detrás de sus corderos, nunca en la sinagoga, que llegan por la noche guiados por una nube de canto.
Y María, víctima del asombro, ¡guardaba todo en su corazón! Hacía espacio en su interior para ese niño, hijo de lo imposible y de su vientre; y meditaba, buscaba el sentido de las palabras y los acontecimientos, de un Dios que sabe de estrellas y de leche, de infinito y de hogar. No se vive solo de emociones y asombros, y María tiene tiempo y corazón para pensar en grande, maestra de vida que cuida de sus sueños.
Al comienzo del nuevo año, cuando el tiempo viene como mensajero de Dios, la primera palabra de la Biblia es un deseo, hermoso como pocos. El Señor dijo: Bendeciréis a vuestros hermanos (Números 6,22).
Bendeciréis... es una orden, es para todos. En primer lugar, tú también bendecirás, lo merezcan o no, buenos y menos buenos, antes que nada, como primera actitud, bendecirás a tus hermanos.
Dios mismo enseña las palabras: Que el Señor te bendiga, que descienda sobre ti como energía de vida y de nacimientos. Y que te proteja, que esté contigo en cada paso que des, en cada camino que tomes, que sea sol y escudo. Que haga resplandecer su rostro por ti. Dios tiene un rostro de luz, porque tiene un corazón de luz.
La bendición de Dios para el año que viene no es ni salud, ni riqueza, ni fortuna, ni larga vida, sino, muy simplemente, la luz. Luz interior para ver en profundidad, luz en tus pasos para intuir el camino, luz para saborear la belleza y los encuentros, para no tener miedo.
La verdadera bendición de Dios, a mi alrededor, son personas con rostro y corazón luminosos, que irradian bondad, generosidad, belleza, paz.
Que el Señor te perdone: todos los errores, todos los abandonos, alguna cobardía y muchas tonterías. Él no es un dedo acusador, sino una mano que levanta. Que el Señor te mire y te conceda la paz.
Mirar a alguien es como decir: me interesas, me gustas, te tengo en mis ojos. ¿Qué nos deparará el año que viene? No lo sabemos, pero de una cosa estamos seguros: el Señor se volverá hacia nosotros y sus ojos nos buscarán.
Y si caigo y me hago daño, Dios se inclinará aún más sobre mí. Él será mi límite del cielo, inclinado sobre mí como una madre, porque no debe escapársele ni un solo suspiro, no debe perderse ni una sola lágrima. Pase lo que pase, este año Dios se inclinará sobre nosotros.
Y que Dios nos conceda paz: la paz, milagro frágil, roto mil veces, en cada rincón de la tierra. Que Dios nos conceda ese sueño suyo, que parece desvanecerse con cada amanecer, pero del que Él mismo no nos permitirá cansarnos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario