Buscamos al hombre para encontrar a Dios - Mateo 2, 1-12 -
En Navidad es Dios quien busca al hombre. En la Epifanía, es el hombre quien busca a Dios.
Y todo es un germinar de signos: como signo, María tiene un ángel, José un sueño, los
pastores un Niño en el pesebre, a los Magos les basta una estrella, a nosotros
nos bastan los Magos. Incluso Herodes tiene el signo: unos viajeros que llegan
de Oriente, cuna de la luz, en busca de otro rey.
Porque siempre hay una señal, para todos, también hoy. A menudo se trata de pequeñas señales, sutiles; más
a menudo aún se trata de personas que son epifanías de bondad, encarnaciones
vivientes del Evangelio, que tienen ojos y palabras como estrellas. El
hombre es la estrella: «recorre al hombre y encontrarás a Dios» - San Agustín -.
Porque Dios no es el Dios de los libros, sino de la carne en la que descendió.
¿Cómo podemos convertirnos también nosotros en
lectores de signos, y no en escribas bajo un cielo vacío?
I. El primer
paso lo indica Isaías: «¡Levanta la cabeza y mira!». La vida es éxtasis, salir de uno mismo, mirar hacia
arriba; salir del pequeño perímetro de la sangre hacia la gran órbita de las
estrellas, de las mil rejas tras las que se encierra y se engaña el Narciso que
hay en mí, hacia el Otro. Abrir las ventanas de la casa a los grandes vientos.
II. Ponerse
en camino tras una estrella que camina. Para encontrar a Jesús hay que ir, investigar, desplegar las velas,
viajar con la inteligencia y con el corazón. Buscar es ya un poco encontrar,
pero encontrar a Jesús significa seguir buscándolo. «Yendo de principio en principio, hacia principios siempre nuevos» -
San Gregorio de Nisa -. Pero yendo juntos, como los Magos: pequeña comunidad,
soledad ya vencida; como ellos, fijando al mismo tiempo la mirada en los
abismos del cielo y en los ojos de las criaturas.
III. No temer
los errores. Se necesita la
infinita paciencia de volver a empezar y de interrogar de nuevo la Palabra y la
estrella, no como lo hace un escriba, sino como lo hace un niño. ¿Cómo mira un
niño? Con una mirada sencilla y afectuosa.
IV. Adorar y
dar. El regalo más preciado que
los Reyes Magos pueden ofrecer es su propio viaje, de casi dos años de
duración; el regalo más grande es su largo deseo. Dios desea que tengamos deseo
de él.
«Por otro camino regresaron a su país».
También el regreso a casa es un camino nuevo, porque el encuentro te ha hecho
nuevo. Solo es verdadero buscador de Dios quien tropieza con una estrella,
intercambia incienso, mirra y oro con un corazón risueño de niño y, al intentar
caminos nuevos, se pierde en el polvo mágico del desierto.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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