Dios se sacrifica por el hombre - Juan 1, 29-34 -
He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. He aquí el cordero, he aquí el pequeño animal sacrificado, la sangre derramada, la víctima inocente. Pero, ¿de qué es víctima Jesús?
¿Quizás de la ira de Dios por nuestros pecados, que
solo se apacigua con la sangre de los sacrificios? ¿De la justicia de Dios que
exige como compensación la muerte del único inocente? No, Dios ya había dicho
por boca de Isaías: estoy cansado de tus innumerables sacrificios. No bebo la sangre de tus
corderos, no como su carne (cf. Isaías 1, 11).
Aparece, en cambio, el cambio radical que trae Jesús:
en todas las religiones el hombre sacrifica algo por Dios, ahora es Dios quien
se sacrifica por el hombre.
Dios no exige la vida del pecador, sino que da su vida
incluso a aquellos que se la quitan. Y de su costado abierto en la cruz no
brota venganza ni ira, sino sangre y agua, sangre de amor, agua de vida, la
capacidad de amar siempre y en cualquier circunstancia.
¿De qué es víctima entonces el Cordero de Dios?
Jesús es víctima del amor. Orígenes escribe: «Dios
primero sufrió, luego se encarnó. Sufrió porque caritas est passio», el
sufrimiento de Dios es fruto de su pasión de amor; sufrió al ver el mal que el
hombre tiene y hace, sintiéndolo como una llaga en su corazón; sufrió por amor.
Jesús es víctima de la violencia.
Ha desafiado y desenmascarado con amor la violencia,
dueña y señora de la tierra. Y la
violencia no ha podido soportar al único hombre que era totalmente libre. Y ha
convocado a sus adeptos y ha matado al cordero, al manso, al hombre de la
ternura.
Jesús es la última víctima de la violencia, para que
no haya más víctimas. Tenía que ser el último asesinado, para que nadie más
fuera asesinado. Juan decía
palabras fulminantes: «He aquí la muerte de Dios para que no haya
más muerte», y nuestra mente solo puede asomarse al borde de este
abismo.
He aquí al que quita el pecado; no un verbo en futuro,
en espera; no en pasado, como un hecho concluido, sino en presente: he aquí al
que incansablemente sigue quitando, raspando mi pecado de ahora.
¿Y cómo? ¿Con el castigo? No, con el bien. Para vencer la noche, comienza a soplar la luz del
día; para vencer la estepa estéril, siembra millones de semillas; para desarmar
la venganza, pone la otra mejilla; para vencer la cizaña del campo, cuida el
buen trigo.
Nosotros somos enviados para ser brecha de este amor,
brazos abiertos donados por Dios al mundo, pequeño signo de que cada criatura
bajo el sol es amada tiernamente por nuestro Dios, cordero manso y fuerte que
se entrega a sí mismo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario