miércoles, 10 de septiembre de 2025

Jesús no exige nuestra vida, ofrece la suya - Juan 1, 29-34 -.

Jesús no exige nuestra vida, ofrece la suya - Juan 1, 29-34 -


Juan, al ver a Jesús venir hacia Él, dice: «He aquí el cordero de Dios». Palabras que se han vuelto tan habituales en nuestras liturgias que casi ya no sentimos su significado. 

Un cordero no puede dar miedo, no tiene ningún poder, es indefenso, representa al Dios manso y humilde (si te da miedo, ten por seguro que no es el Dios verdadero).

 

He aquí el cordero que quita el pecado del mundo, que hace más verdadera la vida de todos a través del escándalo de la mansedumbre.

 

Jesús-cordero, identificado con el animal de los sacrificios, introduce algo que da la vuelta y revoluciona el rostro de Dios: el Señor ya no pide sacrificios al hombre, sino que se sacrifica a sí mismo; no exige tu vida, ofrece la suya; no rompe a nadie, se rompe a sí mismo; no toma nada, lo da todo.

 

Prestemos atención al rostro de Dios que llevamos en el corazón: es como un espejo, y al mirarlo comprendemos cuál es nuestro rostro. Este espejo debe limpiarse cada día, a la luz de la vida de Jesús.

 

Porque si nos equivocamos con respecto a Dios, entonces nos equivocamos con respecto a todo, a la vida y a la muerte, al bien y al mal, a la historia y a nosotros mismos.

 

He aquí el cordero que quita el pecado del mundo. No «los pecados», en plural, sino «el pecado», en singular; no los actos individuales erróneos que seguirán haciéndonos daño, sino una condición, una estructura profunda de la cultura humana, hecha de violencia y ceguera, una lógica destructiva, de muerte. En una palabra, la falta de amor.

 

Que nos amenaza a todos, que es ausencia de amor, incapacidad de amar bien, cierres, fracturas, vidas apagadas. Jesús, que sabía amar como nadie, es el sanador del desamor.

 

Concluye la parábola del buen samaritano con palabras de luz: haz esto y tendrás vida. ¿Quieres vivir de verdad? Produce amor. Ponlo en el mundo, hazlo fluir... Y tú también te convertirás en un sanador del desamor.

 

Nosotros, los discípulos, somos los que seguimos al Cordero (Ap 14,4).

 

Si entendemos este seguimiento desde una perspectiva sacrificial, el cristianismo se convierte en inmolación, disminución, sufrimiento.

 

Pero si entendemos que la verdadera imitación de Jesús es amar a quienes Él amaba, desear lo que Él deseaba, rechazar lo que Él rechazaba, tocar a quienes Él tocaba y como Él los tocaba, con su delicadeza, concreción, cariño, y no tener miedo, y no infundir miedo, y liberar del miedo, entonces sí lo seguimos de verdad, comprometidos con Él para quitar el pecado del mundo, para quitarle el aliento y el terreno al mal, para oponernos a la lógica errónea del mundo, para curarlo del desamor que lo entristece.

 

He aquí que os envío como corderos... os envío a eliminar, con mansedumbre, el mal: brazos abiertos donados por Dios al mundo, brazos de un Dios cordero, indefenso y sin embargo más fuerte que cualquier Herodes.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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