¿El regalo más preciado de los Reyes Magos? Su propio viaje - Mateo 2, 1-12 -
La Epifanía, fiesta de los buscadores de Dios, de los lejanos, que se pusieron en camino siguiendo a su profeta interior, a palabras como las de Isaías.
«Levanta la cabeza y mira». Dos verbos hermosos: levanta, alza los ojos, mira hacia arriba y a tu alrededor, abre las ventanas de tu casa al gran aliento del mundo. Y mira, busca un hueco, un rincón del cielo, una estrella polar, y desde allí interpreta la vida, partiendo de objetivos elevados.
El Evangelio narra la búsqueda de Dios como un viaje, al ritmo de la caravana, al paso de una pequeña comunidad: caminan juntos, atentos a las estrellas y atentos los unos a los otros.
Mirando fijamente al cielo y al mismo tiempo a los ojos de quienes caminan a su lado, ralentizando el paso al ritmo del otro, del que más fatiga tiene.
Luego llega el momento más sorprendente: el camino de los Magos está lleno de errores: pierden la estrella, encuentran la gran ciudad en lugar del pequeño pueblo; preguntan por el niño a un asesino de niños; buscan un palacio y encuentran una casa pobre. Pero tienen la infinita paciencia de volver a empezar. Nuestro drama no es caer, sino rendirnos ante las caídas.
Y he aquí: vieron al niño en brazos de su madre, se postraron y le ofrecieron regalos.
El regalo más preciado que traen los Reyes Magos no es el oro, es su propio viaje. El regalo inestimable son los meses pasados en la búsqueda, yendo y volviendo a ir tras un deseo más fuerte que los desiertos y las fatigas.
Dios desea que tengamos deseo de Él. Dios tiene sed de nuestra sed: nuestro mayor regalo.
No solo en Navidad Dios es como nosotros, no solo es el Dios-con-nosotros, sino que es un Dios pequeño entre nosotros. Y no puedes tener miedo de él, y no puedes alejarte de un niño al que amas.
¡Informaos bien sobre el Niño y luego hacédmelo saber para que yo también vaya a adorarlo! Herodes es el asesino de los sueños aún en pañales, está dentro de nosotros, es ese cinismo, ese desprecio que destruye los sueños y las esperanzas.
Me gustaría rescatar estas palabras de su profecía de muerte y repetírselas al amigo, al teólogo, al artista, al poeta, al científico, al hombre de la calle, a cualquiera: ¿Has encontrado al Niño?
Por favor, sigue buscando, con cuidado, en la historia, en los libros, en el corazón de las cosas, en el Evangelio y en las personas; sigue buscando con cuidado, fijando la mirada en los abismos del cielo y los abismos del corazón, y luego cuéntamelo como se cuenta una historia de amor, para que yo también pueda adorarlo, con mis sueños salvados de todos los Herodes de la historia y del corazón.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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