En esa familia, el destino del mundo - Mateo 2, 13-15. 19-23 -
Herodes envía soldados, Dios envía un ángel en el humilde camino de los sueños. Un grano de sueño caído en los duros engranajes de la historia basta para cambiar su curso.
José en su sueño no ve, pero escucha y siente. Un
sueño de palabras. Es lo que también se nos concede a nosotros: Dios
camina junto a nuestros miedos con su Palabra, camina con todos los refugiados
y con quienes les prestan socorro, con un sueño de palabras, un sueño del
Evangelio.
«José tomó al niño y a su madre durante la
noche y huyó a Egipto». ¡Un Dios que huye en la noche! ¿Por qué ordena
huir, sin garantizar un futuro, sin marcar el camino y la fecha del regreso?
Dios no salva del sufrimiento, sino en el sufrimiento;
no salva de la muerte, sino en la muerte; no protege de la noche, sino en la
noche.
José sueña tres veces. Cada vez es un anuncio parcial,
una profecía de corto alcance. Sin embargo, para partir no pide tenerlo todo
claro, ver el horizonte, sino solo la luz suficiente para dar el primer paso,
la fuerza necesaria para la primera noche.
A José le basta un Dios que entrelaza su aliento con
el de los tres fugitivos para saber que el viaje va hacia casa, aunque pase por
Egipto.
Es su fe: sé que en el mundo mandan los más fuertes y
los más violentos, sé que Herodes se sienta en su trono de muerte, sé que la
vida es una aventura de peligros, de caminos, de refugios y de sueños, pero sé
que detrás de todo esto hay un hilo rojo cuyo extremo está firmemente sujeto en
la mano de Dios.
Sé que en cada vida hay un sueño de Dios que se va
encarnando lentamente.
Sé que todo tiende a separar, a deshacer ese nudo
germinal de la vida que es la familia, pero sé que Dios viene como alegría y
como fuerza dentro del abrazo amoroso de las vidas, dentro de los afectos, en
nuestras familias.
Un padre, una madre, un hijo: el destino del mundo se
decide dentro de una familia, en el humilde coraje de una, de muchas, de
infinitas criaturas enamoradas y silenciosas.
José el justo representa a todos los justos de la
tierra, hombres y mujeres que,
asumiendo la vida de otros, viven el amor sin contar las fatigas y los miedos;
todos aquellos que, sin proclamas ni recompensas, en silencio, hacen lo que
deben hacer; todos aquellos que saben que la tarea suprema en el mundo es custodiar
vidas con la propia vida.
Y así lo hacen: concretos y a la vez soñadores,
indefensos y, sin embargo, más fuertes que cualquier faraón.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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