Esa invitación a convertirse en pescadores de hombres - Mateo 4, 12-23 -
La poderosa voz del desierto calla, pero se alza una voz libre sobre el lago de Galilea.
Un imprudente joven rabino sale a la luz, sin miedo, y
se enfrenta, solo, a problemas fronterizos, de vida y muerte, en la mestiza
Galilea, crisol de pueblos. En Cafarnaúm, en el camino del mar: una de las
rutas más transitadas por comerciantes y ejércitos, zona de contagio, de
contaminaciones culturales y religiosas, y Jesús la elige.
No es el monte Sión de los elegidos, sino Cafarnaúm la
que acoge a todos. Hay confusión en la Via Maris, y también sombra, dice el
profeta, como nuestra existencia a menudo confusa, como el corazón que a menudo
tiene una sombra..., y Jesús los elige.
Comenzó a predicar y a decir: convertíos porque el Reino
de los cielos está cerca. Son
las palabras originales, el mensaje generativo del Evangelio: Dios ha venido,
está obrando, aquí entre las colinas y el lago, en las calles de Cafarnaúm, de
Magdala, de Betsaida.
Y hace florecer la vida en todas sus formas. Lo miras
y te sorprendes creyendo que la felicidad es posible, que está cerca.
Jesús no dará una definición del Reino, sino que dirá
que este mundo lleva otro mundo en su seno; esta vida tiene a Dios dentro, una
luz dentro, una fuerza que penetra en el tejido secreto de la historia, que
circula en las cosas, que las empuja hacia arriba, como una semilla, como la
levadura.
Entonces: ¡convertíos! Es decir: celebremos lo bello que
nos mueve, que nos mueve desde dentro. Volveos hacia la luz, porque la luz ya
está aquí.
No es una orden, sino una oferta: en el camino que os
muestro, el cielo es más azul, el sol más hermoso, el camino más ligero y más
libre, y caminaremos juntos cara a cara. La conversión es precisamente el
efecto de mi «noche tocada por la alegría
de la luz» - María Zambrano -.
Jesús camina, pero no solo. Ama los caminos y el grupo,
y enseguida llama a ir con Él.
¿Qué les faltaba a los cuatro pescadores para
convencerlos de abandonar sus barcas y redes y arriesgarse a perder el corazón
tras aquel joven rabino?
Tenían trabajo, más bien una pequeña empresa pesquera,
una casa, una familia, la sinagoga, salud, fe, todo lo necesario para vivir, y
sin embargo les faltaba algo.
Y no era un código moral mejor, doctrinas más
profundas o pensamientos más agudos.
Les faltaba un sueño. Jesús vino para mantener los
sueños de la humanidad, para sintonizarlos con la salud de la vida.
Los pescadores sabían de memoria las migraciones de
los peces, las rutas del lago.
Jesús ofrece el mapa del mundo y del corazón, cien
hermanos, el cromosoma divino en nuestro ADN, una vida indestructible y feliz.
Jesús les da la vuelta al mundo: «¿Sabéis qué? Ya no
hay que pescar peces, hay que tocar el corazón de la gente». Hay que añadir
vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario