miércoles, 10 de septiembre de 2025

He visto - Juan 1, 29-34 -.

He visto - Juan 1, 29-34 -

Juan, al ver a Jesús venir hacia él.

 

Es la primera acción que Jesús realiza en el Evangelio de Juan.

 

Jesús camina, es el caminante decidido a compartir con cada hombre un tramo del camino.

 

Y viene al encuentro, viene hacia Juan el Bautista, viene hacia mí.

 

Como hemos celebrado en este breve tiempo de Navidad que acaba de pasar, para recordarnos que Dios se ha acercado, nos alcanza, nos persigue.

 

Buscamos a quien nos busca. Pero no nos damos cuenta.

 

Por eso necesitamos Bautistas que nos lo señalen. Por eso la Iglesia es (debería volver a ser) la comunidad de Bautistas que señala a los demás al Señor que pasa.

 

Juan el Bautista ve a Jesús que viene hacia él y reconoce en Él no solo al penitente que se mezcla con la multitud, al solidario que comparte la condición de fragilidad y pena de todo ser humano.

 

Ve en él al cordero que lleva sobre sí el peso del pecado.


 

Ecce agnus

 

He aquí el cordero que quita el pecado del mundo.

 

La voz, ahora, está al servicio de la Palabra. Jesús es el cordero.

 

No un león, no un dragón, no una víbora.

 

Un cordero manso y sin pretensiones. Y todas las ideas de Dios que lo muestran como un horrible monstruo son visiones demoníacas que hay que borrar y olvidar.

 

Un cordero como los muchos sacrificados durante los holocaustos en el templo. Como los muchos corderos que aún hoy se sacrifican en los nuevos templos del interés, del odio, de la opresión. Millones de víctimas inocentes. Solidario para siempre, Jesús se pone del lado de los que están solos.

 

Y quita, borra, elimina el pecado del mundo.

 

El sacrificio, en las religiones, consiste en inmolar algo a Dios.

 

Aquí, en cambio, es Dios quien se inmola por nosotros.

 

No pide sacrificios (algo que seguimos exigiendo a quienes amamos), sino que santifica (de sacrum facere) cada gesto.

 

El hombre no puede evitar el mal, la parte oscura y mezquina de sí mismo, lo complace, se deja fascinar por él, queda atrapado en él.

 

El cordero lleva el pecado, lo quita, lo borra, lo redime.

 

No los pecados, los pequeños o grandes que podemos cometer y que inevitablemente cometemos. Sino el pecado. Esa distancia que nos alejaba inexorablemente de Dios. El pecado ya no existe. Nada puede separarnos más de Dios. Porque esa distancia se ha salvado.

 

Cualquier cosa que suceda en este año que acaba de comenzar, Dios la utilizará para salvarme.


 

Ignorancia

 

Yo no lo conocía, repite dos veces un absorto y asombrado Juan Bautista.

 

Ha pasado su vida preparando el camino para el Mesías, el justiciero, el vengador y restaurador.

 

Pero ahora su idea de Dios se ha trastocado. Admite que no sabe. Que no ha comprendido.

 

Creía saber, creía creer, creía conocer. Toda su vida se había consumido en torno a esa espera, a esa preparación, a ese encuentro. Toda su credibilidad, que atraía a multitudes desde la lejana Jerusalén, que sabía hacer frente a los espías enviados por el Sanedrín para ponerlo en aprietos, se basaba en esa coherencia radical, casi desagradable, brutal.

 

El último de los profetas, el más grande, el más épico, el más inalcanzable, ahora está desconcertado. Porque solo los grandes hombres aceptan que se les cuestione incluso cuando creen saber. Y tal vez realmente lo saben.

 

Sin embargo, admite que no le importa parecer tonto y expresar un error o una debilidad.

 

Yo no lo conocía.

 

Admite que existe un antes, un adelante, que el Nazareno conoce y él aún no.

 

Así es nuestra vida de búsqueda. Así comienza este tiempo donado por Dios.

 

Sin saber. Aunque ya sepamos. Sin sentarnos sobre las certezas adquiridas, sobre las cosas donadas y aprendidas, sin querer parecer llegados o sabios. La vida de fe es un ya y todavía no. Una búsqueda del tesoro que comenzó aquí y se trasladó al Eterno.

 

Dios sabe sorprendernos, si se lo permitimos.


 

He visto

 

He visto.

 

El conocimiento de Dios siempre nace de una experiencia. El ver no es solo una mirada distraída, estética, curiosa, superficial. Es la actitud de quien se enfrenta a la vida con mil preguntas, pero no por el placer de escuchar el sonido de su propia voz, sino con la conciencia de que o somos buscadores o no somos nada.

 

He visto, dice Juan.

 

Hemos visto a un Dios que se hace niño, que da un vuelco a nuestras perspectivas, que llena nuestros establos, que se dirige a los derrotados de la historia. Hemos visto, si no nos hemos dejado abrumar por el inútil buenismo que emociona y no convierte, si no nos hemos dejado envenenar por la desesperación de quienes han vivido estos días solos.

 

Esto es el cristianismo: el asombro de un Dios que toma la iniciativa, que anula las distancias, sin poner condiciones, sin pedir nada a cambio.


 

He sido testigo

 

He visto y he sido testigo.

 

En el Evangelio de Juan, cuyo autor, conviene recordar, era uno de los dos discípulos del Bautista que siguió al Maestro, el profeta no es un precursor, sino un testigo.

 

Solo podemos dar testimonio si experimentamos, no por lo que hemos oído decir. Solo podemos dar testimonio si admitimos que no sabemos y nos ponemos a escuchar, si admitimos que no sabemos lo suficiente. Juan da testimonio de que ha descubierto en Jesús al Hijo de Dios.

 

No al Mesías vengador, no a un gran hombre, no a un profeta o a un gurú, no a un autor espiritual. Al Hijo de Dios, sea lo que sea lo que esta afirmación signifique.

 

La comunidad cristiana naciente que narra este episodio, mientras Juan escribe, aún no ha analizado a fondo las consecuencias de esta afirmación. De la alta montaña solo se vislumbra aún la alta cima nevada.

 

Aún tiene que subir. Pero la dirección es esa. Y Jesús, el Hijo de Dios, es aquel que se anuncia solamente lejos de ceder a la lógica del mundo, lejos de quienes piensan que pueden hacer agradable el cristianismo diluyéndolo.

 

Los inquietos con pasión y buscadores por gracia dan testimonio de ello.

 

Y son los que han visto y han dado testimonio en su vida intensa, compleja, contradictoria, densa, misteriosa, de que Jesús es el Hijo de Dios. Y siguen vivos para comprender la profundidad de lo que han visto y que aún tienen que comprender.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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