El Señor está aquí, pero nos distraemos - Mateo 4, 12-23 -
Juan ha sido arrestado, la gran voz del Jordán calla, pero se alza una voz libre en el lago de Galilea.
Sale a la luz, sin miedo, un imprudente joven rabino,
solo, y va a enfrentarse a las fronteras, en la mestiza Galilea, crisol de
pueblos, casi Siria, casi Líbano, región casi perdida para la fe.
Comenzó a predicar y a decir: convertíos porque el Reino
de los cielos está cerca.
Estamos ante el mensaje generativo del Evangelio. La
Buena Noticia no es «convertíos», la palabra nueva y poderosa está en ese pequeño
término «está cerca»: el Reino
está cerca, y no lejos; el cielo está cerca y no perdido; Dios está cerca, está
aquí, y no más allá de las estrellas.
Hay polen divino en el mundo. Y tú estás inmerso en
él. Dios ha venido, fuerza de cercanía de los corazones, fuerza de cohesión de
los átomos, fuerza de atracción de las constelaciones.
¿Qué es esta pasión de cercanía nueva y antigua que
corre por el mundo? No es otra cosa que el amor, que se expresa en toda la
potencia y variedad de su fuego.
El amor es la pasión de unirse al amado, pasión de
cercanía, pasión de comunión inmensa: de Dios con la humanidad, de Adán con
Eva, de la madre hacia el hijo, del amigo hacia el amigo, de las estrellas con
las otras estrellas.
Convertíos, entonces, significa: ¡daos cuenta! Volveos
hacia la luz, porque la luz ya está aquí.
La hermosa noticia es esta: Dios está obrando, aquí
entre las colinas y el lago, en las calles de Cafarnaúm y Betsaida, para sanar
la tristeza y la falta de amor del mundo. Y cada camino del mundo es Galilea.
Nosotros, en cambio, caminamos distraídos y pisoteamos tesoros, pasamos junto a
joyas y no nos damos cuenta.
El Evangelio de Mateo habla del «Reino de los cielos»,
que es como decir «Reino de Dios»: y es la tierra tal y como Dios la sueña; el
proyecto de una nueva arquitectura del mundo y de las relaciones humanas; una
historia finalmente libre de engaño y violencia; una luz interior, una fuerza
que penetra en el entramado secreto de la historia, que circula en las cosas,
que no se detiene, que empuja hacia arriba, como la levadura, como la semilla.
La vida que vuelve a empezar. Y Dios dentro.
Mientras caminaba a lo largo del mar de Galilea, vio a
dos hermanos que echaban las redes al mar.
Jesús camina, pero no quiere hacerlo solo, necesita
hombres y también mujeres que estén cerca de Él (Lucas 8,1-3), que muestren el
rostro bello, orgulloso y luminoso del reino y su fuerza de comunión. Y los
llama a atreverse, a ser un poco locos, como Él.
Por toda Galilea pasa uno que es el sanador del
hombre. Pasa uno que sabe volver a encantar la vida. Y detrás de Él van hombres
y mujeres sin dotes particulares, y detrás de Él vamos también nosotros,
pequeños anunciadores para que solo sea grande el anuncio.
Tierra nueva, a orillas del mar de Galilea. Y aquí,
sobre nosotros, un cielo nuevo. Ese rabino nos ofrece un tesoro, de vida y de
amor, un tesoro que no engaña, que no decepciona. Lo escuchamos y sentimos que
la felicidad no es una quimera, es posible, es más, está cerca.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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