José, mediador de salvación para su familia - Mateo 2, 13-15. 19-23 -
En este primer Domingo después de Navidad meditamos sobre un aspecto particular del misterio de la encarnación y humanización de Dios en Jesucristo.
Apenas nacido, Jesús es hostigado por los poderosos de
este mundo, como sucederá a lo largo de toda su vida; en este caso, sin
embargo, él no es capaz de pensar en sí mismo en primera persona y solo gracias
a los cuidados de José y María se salva la vida: la historia de la salvación pasa a través de los acontecimientos
cotidianos de la familia de Jesús, a través de la salvación de las historias
cotidianas.
Los Reyes Magos acaban de partir de Belén, después de
adorar a Jesús (cf. Mt 2,9-12), y he aquí que la luz resplandeciente da paso a
la noche.
Sobre Belén reina el rey Herodes el Grande, quien,
turbado por la búsqueda del recién nacido «rey de los judíos» (Mt 2,2) por
parte de los Magos, decide tomar medidas drásticas para eliminarlo. Entonces,
un ángel, un mensajero del Señor, se aparece en sueños a José y le ordena: «Levántate,
toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te avise,
porque Herodes busca al niño para matarlo».
José obedece prontamente, toma consigo al recién
nacido y a María y se dirige a Egipto, tierra en la que Israel había conocido
la dura opresión y la esclavitud: de este modo, Jesús recorre el camino del pueblo de Israel, llamado por Dios mismo
«mi hijo» (cf. Ex 4,22), revive el éxodo descendiendo a Egipto y luego
regresando a la tierra de Israel.
No solo eso, al igual que Moisés tuvo que huir del
faraón que «quería matarlo» (Ex 2,5), Jesús tiene que huir de Herodes, el
poderoso que siempre se opone a los designios de Dios.
Al conducir a Jesús en este éxodo, sus padres le
hablan del Dios salvador, y lo hacen viviendo su experiencia de peligro a la
luz de la fe en Dios y en su Palabra: así «se cumple lo que había sido dicho por el Señor por medio del profeta:
«De Egipto llamé a mi hijo»» (Os
11,1), un Mesías que debe huir porque está amenazado de muerte, un
Mesías salvado (cf. Zc 9,9).
Es más, bajo la custodia de José se cumple aquí lo que
Jesús realizará como sujeto libre y responsable cuando se retire al desierto
durante cuarenta días para vivir más intensamente en la presencia del Padre
(cf. Mt 4,1-2), actualizando los cuarenta años de Israel en el desierto antes
de entrar en la tierra prometida...
Después de algún tiempo, a la muerte de Herodes, un Ángel
revela de nuevo en sueños a José que puede regresar a Israel.
Sin embargo, la situación aún no es segura, porque en
Judea reina Arquelao, hijo de Herodes. Por eso, Jesús y los suyos se dirigen a
Galilea, tierra que, según el profeta, vería primero el amanecer de la gran luz
(cf. Is 8,23-9,1; Mt 4,15-16), tierra de tinieblas que vería sentarse en el
trono de David al niño llamado «Consejero admirable, Dios poderoso, Padre
eterno, Príncipe de la paz» (Is 9,5).
Se trata de una tierra impura porque también está
habitada por paganos, pero al ir allí José lleva inmediatamente a Jesús a todos
los hombres, a los judíos y a las gentes... Y Jesús «fue a vivir a una ciudad llamada
Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: «Será llamado
Nazareno»».
El nombre del lugar lleva al Evangelista a un doble
juego de palabras significativo: Jesús, llamado Emmanuel, Dios-con-nosotros
por el Ángel, será llamado también «Nazareno», es decir, habitante de Nazaret
y, al mismo tiempo, «nazir», nazareo, es decir, separado de Dios y consagrado a
él desde el seno de su madre (cf. Hch 2,22; 3,6).
Padre de Jesús según la Ley, José es verdaderamente el
instrumento de Dios para salvar a Jesús: lo salva de nacer sin un padre legal,
lo salva de la amenaza asesina de Herodes, lo salva del exilio en tierra
extranjera.
Así se cumple el designio de salvación querido por
Dios, a pesar de la oposición de los poderosos de este mundo, que con su
arrogancia parecen dirigir el curso de la historia: pero Dios necesita hombres y mujeres que escuchen su voz y preparen
todo para que su salvación se manifieste en la tierra.
Este debe ser nuestro compromiso diario, para que la
oscuridad de nuestras noches sea iluminada por la luz del Hijo de Dios.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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