La humilde huida responsable de un justo - Mateo 2, 13-15. 19-23 -
La infancia de Jesús está marcada por amenazas, hostilidad y enemistades que obligan a los padres del niño a emigrar a Egipto: una sombra de muerte se cierne sobre el niño que acaba de nacer.
El primer Domingo después de Navidad presenta el
acontecimiento de la encarnación en su reflejo sobre la familia en la que Jesús
nació y creció. Si, por tanto, el tema de la familia parece relevante en este Domingo,
hay que decir, para evitar posibles caídas retóricas y devocionales
relacionadas con la idealización de la familia y de la «sagrada» familia, y
también con las derivas y los abusos ideológicos o políticos a los que este
delicado tema está sujeto hoy en día, que, en la economía cristiana, y según
las propias palabras de Jesús, la realidad decisiva es la nueva familia de Jesús, la de sus
discípulos reunidos en torno a él por el anuncio de la Palabra de Dios y que se
basa no en los lazos de sangre, sino en «hacer la voluntad de Dios» (cf. Mt
12,46-50).
En este año el pasaje del Evangelio según Mateo
presenta la infancia de Jesús marcada por amenazas, hostilidades y enemistades
que obligan a los padres del niño a emigrar a Egipto para escapar de la amenaza
de muerte dirigida al recién nacido por el poderoso y cruel Herodes. Una sombra
de muerte se proyecta sobre el niño que acaba de nacer.
Varios indicios subrayan esta situación de peligro.
Mateo utiliza el verbo anachoréo para decir que los Magos acababan de
alejarse, de retirarse (Mt 2,13; cf. Mt 2,12). Se trata de un verbo que no solo
indica una partida, sino un alejamiento casi fugitivo, apresurado, precipitado,
porque se enfrentan a un grave peligro.
En particular, en Mateo, el «retirarse», el «hacer anacoresis» está a menudo relacionado
con peligros o situaciones de muerte (Mt 2,14.22; 9,24; 14,12-13; 27,5). El
mismo Jesús hace anacoresis cuando se
enfrenta a situaciones que lo amenazan (Mt 4,12) o ante amenazas de muerte (Mt
12,14-15).
Nuestro texto evangélico se titula a menudo «Huida
a Egipto» y, efectivamente, presenta una huida: y la huida no
siempre es un acto deshonroso, sino que también puede ser un acto de
discernimiento que lee la historia y capta los peligros que se esconden en
ella, y un acto de valentía que se atreve a afrontar el miedo y toma la
decisión posible.
Y, a veces, no hay otra posibilidad que la huida. La
huida puede convertirse en un acto de humildad (porque expresa la
conciencia de la propia limitación e impotencia) y en un acto de resistencia
(porque no se doblega ante el mal dominante). Y en el caso concreto de nuestro
texto evangélico, es un acto de responsabilidad con el que José asegura
un futuro a María y a Jesús.
Pero también es un acto de fe. Mateo señala que
es el Ángel del Señor quien se aparece en sueños a José y le dice que huya a
Egipto. Esta expresión, «Ángel del Señor», designa la
intervención divina en los asuntos humanos para poner fin a situaciones
desesperadas, sin salida, que parecen no tener remedio.
Es el «Ángel del Señor» el que se presenta a Agar, que
ha huido de Sarai, la esposa de Abraham, que la maltrataba y le hacía la vida
imposible, y le dice que vuelva con Sarai, asegurándole con su promesa que
tendrá descendencia (Gn 16,7-11).
Es el «Ángel del Señor» quien detiene la mano armada con
un cuchillo con la que Abraham se disponía a sacrificar a su hijo Isaac, y así
se salva la historia de la salvación (Génesis 22,11-15).
Es de nuevo un «Ángel del Señor» quien pone fin al
cautiverio de Pedro en Hechos 12,7.
En los dos primeros capítulos de Mateo, el Ángel del
Señor interviene tres veces: para resolver el dilema de José y orientarlo a
tomar a María como su esposa (1,20), para impulsarlo a huir a Egipto llevando
consigo al niño y a su madre (2,13) y, finalmente, para hacerlo regresar a la tierra
de Israel llevando consigo al niño y a su madre (2,19).
La solución, la salida de situaciones desesperadas, va
siempre acompañada del acto de responsabilidad, que es también un acto de amor
y justicia, con el que se invita a José a «tomar consigo», primero a María como
su esposa, y luego «al niño y a su madre».
Si José huye a Egipto, ciertamente no huye ni de la
responsabilidad, ni del amor, ni de la justicia. Es significativo que el Ángel
del Señor intervenga en otra situación a puerta cerrada, es decir, en la tumba
donde había sido depositado el cuerpo de Jesús, el día de la resurrección (Mt
28,2). Su intervención declara la apertura de una situación cerrada, proclama
la victoria de la vida sobre la muerte.
El texto evangélico pretende sin duda mostrar que
Jesús recorre el camino de Israel, «el hijo de Dios» («Israel es mi hijo
primogénito»: Ex 4,22), descendiendo a Egipto y luego regresando a la tierra de
Israel. Es como si toda la
historia de la salvación se resumiera en la persona y en la historia de Jesús.
La historia
de la salvación se desarrolla a través de historias particulares,
historias de nombres y rostros, historias familiares, a través de esa red de
relaciones cotidianas que teje la existencia humana.
Y pasa a través de la salvación de historias y relaciones cotidianas: al salvar a su
familia del peligro inminente, José salva también la historia de la salvación
de Dios con toda la humanidad. Salvar una vida es salvar el mundo.
Y aquí hay que decir que Jesús, en nuestro texto,
aparece como objeto de salvación. Él es salvado, sustraído de la matanza que
Herodes llevará a cabo con los niños menores de dos años, gracias a la acción
de José. Este, llevándose al niño y a su madre, bajando a Egipto y luego
haciendo el camino de vuelta, como en un nuevo éxodo, desempeña esa tarea de presencia
y protección propia de los padres y que permite al niño atravesar esas
contradicciones y dificultades de la infancia —que podrían marcar profundamente
su futuro— habiendo conocido el amor y el cuidado.
El decreto de Herodes que ordena el exterminio de los
niños menores de dos años es una repetición y evocación, una referencia y
remisión, según la técnica judía del midrash, al texto del Éxodo en el
que se narra el exterminio ordenado por el faraón de los hijos varones de los
hebreos (Éxodo 1,15-22).
Moisés se salvó de ese exterminio al ser escondido
primero durante tres meses y luego abandonado en una cesta en el Nilo, donde
fue encontrado y adoptado por la hija del faraón, que lo llamó Moisés,
diciendo: «Yo lo he salvado de las aguas» (Éxodo 2,10). Jesús también fue
salvado. La tipología de Moisés se refleja en Jesús. El
que «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21) es el que ha sido salvado él
mismo, el que ha conocido en su carne la experiencia de ser salvado.
Ciertamente, a diferencia de Moisés, que nunca entró
en la tierra prometida, Jesús sí entrará en ella. De hecho, Mateo especifica en
tres etapas el regreso de José, Jesús y María: tierra de Israel (Mt 2,21);
región de Galilea (Mt 2,22); ciudad llamada Nazaret (Mt 2,23).
Y precisamente el destino final de Jesús en la tierra
de Israel, es decir, la ciudad de Nazaret, localidad que nunca se menciona ni
en el Antiguo Testamento ni en el Talmud, le brinda a Mateo la oportunidad de
mostrar cómo en esa historia de enemistad y crueldad, de sufrimiento y
penurias, se esconde la realización de la historia de la salvación.
El establecimiento en Nazaret tiene como objetivo el
cumplimiento de lo dicho por los profetas: «Será llamado Nazareno»
(Mt 2,23). El significado de este apelativo es objeto de debate.
Un primer significado es que indica a Jesús como aquel
que tuvo Nazaret como lugar de infancia y adolescencia. Sin embargo, es más
probable que el término contenga diferentes resonancias que se revelan en
posibles alusiones a algunos textos del Antiguo Testamento.
Por ejemplo, la palabra podría ser una referencia al
término hebreo que en Is 11,1 indica el «brote», término que designa al Mesías.
O bien que signifique «nazareo», «consagrado», «santo». O incluso que
signifique «salvado», «preservado», «superviviente», en referencia a un término
que aparece en Is 49,6. Y esta última referencia nos remitiría de nuevo a la
experiencia de salvación que conoció el propio Jesús.
Lo que es seguro es que, para Mateo, la historia de la
salvación que Dios lleva a cabo con los hombres pasa por acontecimientos
oscuros y tenebrosos, acontecimientos en los que el mal y la prepotencia, la
violencia y la crueldad prevalecen, causando la muerte de muchos inocentes (Mt
2,16-18) y obligando a mucha gente pobre a éxodos forzados.
De hecho, no se puede olvidar que esta página de
Mateo, al presentar la migración forzada de José con su familia, se presenta
como de gran actualidad.
Lo expreso con las palabras del papa Francisco en la
homilía de la noche de Navidad de 2017:
«En los pasos de José y María se esconden
muchos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a
partir. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse, sino que
se ven obligadas a separarse de sus seres queridos, son expulsadas de su
tierra. En muchos casos, esta partida está llena de esperanza, llena de futuro;
en muchos otros, esta partida solo tiene un nombre: supervivencia. Sobrevivir a
los Herodes de turno que, para imponer su poder y aumentar sus riquezas, no
tienen ningún problema en derramar sangre inocente».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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