sábado, 6 de septiembre de 2025

La humilde huida responsable de un justo - Mateo 2, 13-15. 19-23 -.

La humilde huida responsable de un justo - Mateo 2, 13-15. 19-23 -

La infancia de Jesús está marcada por amenazas, hostilidad y enemistades que obligan a los padres del niño a emigrar a Egipto: una sombra de muerte se cierne sobre el niño que acaba de nacer.

 

El primer Domingo después de Navidad presenta el acontecimiento de la encarnación en su reflejo sobre la familia en la que Jesús nació y creció. Si, por tanto, el tema de la familia parece relevante en este Domingo, hay que decir, para evitar posibles caídas retóricas y devocionales relacionadas con la idealización de la familia y de la «sagrada» familia, y también con las derivas y los abusos ideológicos o políticos a los que este delicado tema está sujeto hoy en día, que, en la economía cristiana, y según las propias palabras de Jesús, la realidad decisiva es la nueva familia de Jesús, la de sus discípulos reunidos en torno a él por el anuncio de la Palabra de Dios y que se basa no en los lazos de sangre, sino en «hacer la voluntad de Dios» (cf. Mt 12,46-50).

 

En este año el pasaje del Evangelio según Mateo presenta la infancia de Jesús marcada por amenazas, hostilidades y enemistades que obligan a los padres del niño a emigrar a Egipto para escapar de la amenaza de muerte dirigida al recién nacido por el poderoso y cruel Herodes. Una sombra de muerte se proyecta sobre el niño que acaba de nacer.

 

Varios indicios subrayan esta situación de peligro. Mateo utiliza el verbo anachoréo para decir que los Magos acababan de alejarse, de retirarse (Mt 2,13; cf. Mt 2,12). Se trata de un verbo que no solo indica una partida, sino un alejamiento casi fugitivo, apresurado, precipitado, porque se enfrentan a un grave peligro.


 

En particular, en Mateo, el «retirarse», el «hacer anacoresis» está a menudo relacionado con peligros o situaciones de muerte (Mt 2,14.22; 9,24; 14,12-13; 27,5). El mismo Jesús hace anacoresis cuando se enfrenta a situaciones que lo amenazan (Mt 4,12) o ante amenazas de muerte (Mt 12,14-15).

 

Nuestro texto evangélico se titula a menudo «Huida a Egipto» y, efectivamente, presenta una huida: y la huida no siempre es un acto deshonroso, sino que también puede ser un acto de discernimiento que lee la historia y capta los peligros que se esconden en ella, y un acto de valentía que se atreve a afrontar el miedo y toma la decisión posible.

 

Y, a veces, no hay otra posibilidad que la huida. La huida puede convertirse en un acto de humildad (porque expresa la conciencia de la propia limitación e impotencia) y en un acto de resistencia (porque no se doblega ante el mal dominante). Y en el caso concreto de nuestro texto evangélico, es un acto de responsabilidad con el que José asegura un futuro a María y a Jesús.

 

Pero también es un acto de fe. Mateo señala que es el Ángel del Señor quien se aparece en sueños a José y le dice que huya a Egipto. Esta expresión, «Ángel del Señor», designa la intervención divina en los asuntos humanos para poner fin a situaciones desesperadas, sin salida, que parecen no tener remedio.

 

Es el «Ángel del Señor» el que se presenta a Agar, que ha huido de Sarai, la esposa de Abraham, que la maltrataba y le hacía la vida imposible, y le dice que vuelva con Sarai, asegurándole con su promesa que tendrá descendencia (Gn 16,7-11).

 

Es el «Ángel del Señor» quien detiene la mano armada con un cuchillo con la que Abraham se disponía a sacrificar a su hijo Isaac, y así se salva la historia de la salvación (Génesis 22,11-15).

 

Es de nuevo un «Ángel del Señor» quien pone fin al cautiverio de Pedro en Hechos 12,7.


 

En los dos primeros capítulos de Mateo, el Ángel del Señor interviene tres veces: para resolver el dilema de José y orientarlo a tomar a María como su esposa (1,20), para impulsarlo a huir a Egipto llevando consigo al niño y a su madre (2,13) y, finalmente, para hacerlo regresar a la tierra de Israel llevando consigo al niño y a su madre (2,19).

 

La solución, la salida de situaciones desesperadas, va siempre acompañada del acto de responsabilidad, que es también un acto de amor y justicia, con el que se invita a José a «tomar consigo», primero a María como su esposa, y luego «al niño y a su madre».

 

Si José huye a Egipto, ciertamente no huye ni de la responsabilidad, ni del amor, ni de la justicia. Es significativo que el Ángel del Señor intervenga en otra situación a puerta cerrada, es decir, en la tumba donde había sido depositado el cuerpo de Jesús, el día de la resurrección (Mt 28,2). Su intervención declara la apertura de una situación cerrada, proclama la victoria de la vida sobre la muerte.

 

El texto evangélico pretende sin duda mostrar que Jesús recorre el camino de Israel, «el hijo de Dios» («Israel es mi hijo primogénito»: Ex 4,22), descendiendo a Egipto y luego regresando a la tierra de Israel. Es como si toda la historia de la salvación se resumiera en la persona y en la historia de Jesús.

 

La historia de la salvación se desarrolla a través de historias particulares, historias de nombres y rostros, historias familiares, a través de esa red de relaciones cotidianas que teje la existencia humana.

 

Y pasa a través de la salvación de historias y relaciones cotidianas: al salvar a su familia del peligro inminente, José salva también la historia de la salvación de Dios con toda la humanidad. Salvar una vida es salvar el mundo.

 

Y aquí hay que decir que Jesús, en nuestro texto, aparece como objeto de salvación. Él es salvado, sustraído de la matanza que Herodes llevará a cabo con los niños menores de dos años, gracias a la acción de José. Este, llevándose al niño y a su madre, bajando a Egipto y luego haciendo el camino de vuelta, como en un nuevo éxodo, desempeña esa tarea de presencia y protección propia de los padres y que permite al niño atravesar esas contradicciones y dificultades de la infancia —que podrían marcar profundamente su futuro— habiendo conocido el amor y el cuidado.

 

El decreto de Herodes que ordena el exterminio de los niños menores de dos años es una repetición y evocación, una referencia y remisión, según la técnica judía del midrash, al texto del Éxodo en el que se narra el exterminio ordenado por el faraón de los hijos varones de los hebreos (Éxodo 1,15-22).

 

Moisés se salvó de ese exterminio al ser escondido primero durante tres meses y luego abandonado en una cesta en el Nilo, donde fue encontrado y adoptado por la hija del faraón, que lo llamó Moisés, diciendo: «Yo lo he salvado de las aguas» (Éxodo 2,10). Jesús también fue salvado. La tipología de Moisés se refleja en Jesús. El que «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21) es el que ha sido salvado él mismo, el que ha conocido en su carne la experiencia de ser salvado.

 

Ciertamente, a diferencia de Moisés, que nunca entró en la tierra prometida, Jesús sí entrará en ella. De hecho, Mateo especifica en tres etapas el regreso de José, Jesús y María: tierra de Israel (Mt 2,21); región de Galilea (Mt 2,22); ciudad llamada Nazaret (Mt 2,23).


 

Y precisamente el destino final de Jesús en la tierra de Israel, es decir, la ciudad de Nazaret, localidad que nunca se menciona ni en el Antiguo Testamento ni en el Talmud, le brinda a Mateo la oportunidad de mostrar cómo en esa historia de enemistad y crueldad, de sufrimiento y penurias, se esconde la realización de la historia de la salvación.

 

El establecimiento en Nazaret tiene como objetivo el cumplimiento de lo dicho por los profetas: «Será llamado Nazareno» (Mt 2,23). El significado de este apelativo es objeto de debate.

 

Un primer significado es que indica a Jesús como aquel que tuvo Nazaret como lugar de infancia y adolescencia. Sin embargo, es más probable que el término contenga diferentes resonancias que se revelan en posibles alusiones a algunos textos del Antiguo Testamento.

 

Por ejemplo, la palabra podría ser una referencia al término hebreo que en Is 11,1 indica el «brote», término que designa al Mesías. O bien que signifique «nazareo», «consagrado», «santo». O incluso que signifique «salvado», «preservado», «superviviente», en referencia a un término que aparece en Is 49,6. Y esta última referencia nos remitiría de nuevo a la experiencia de salvación que conoció el propio Jesús.

 

Lo que es seguro es que, para Mateo, la historia de la salvación que Dios lleva a cabo con los hombres pasa por acontecimientos oscuros y tenebrosos, acontecimientos en los que el mal y la prepotencia, la violencia y la crueldad prevalecen, causando la muerte de muchos inocentes (Mt 2,16-18) y obligando a mucha gente pobre a éxodos forzados.

 

De hecho, no se puede olvidar que esta página de Mateo, al presentar la migración forzada de José con su familia, se presenta como de gran actualidad.

 

Lo expreso con las palabras del papa Francisco en la homilía de la noche de Navidad de 2017:

 

«En los pasos de José y María se esconden muchos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a partir. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse, sino que se ven obligadas a separarse de sus seres queridos, son expulsadas de su tierra. En muchos casos, esta partida está llena de esperanza, llena de futuro; en muchos otros, esta partida solo tiene un nombre: supervivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que, para imponer su poder y aumentar sus riquezas, no tienen ningún problema en derramar sangre inocente».

 


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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