sábado, 6 de septiembre de 2025

Tiempo de opción: cuando la libertad se convierte en elección, y la elección se convierte en vida - Lucas 14, 25-33 -.

Tiempo de opción: cuando la libertad se convierte en elección, y la elección se convierte en vida - Lucas 14, 25-33 - 

Hemos llegado al final del verano. Un final que se abre, no que se cierra. Nos hemos movido a lo largo de fronteras invisibles —entre el miedo y la confianza, la posesión y la relación, la culpa y el perdón, la soledad y la alianza— buscando una palabra que no nos dejara como nos encontró. Una palabra que, dicha en el límite, nos abriera al siguiente paso en el comienzo de un nuevo año pastoral. 

Hoy, el Evangelio nos pone ante la elección más radical: seguir a Cristo. No es un añadido, es una economía de la vida. Ahora estamos en el punto en el que la libertad de Jesús ya no es una idea, sino una relación arriesgada, una nueva llamada y entrega concreta, la de Jesús: «El que quiera venir conmigo, que tome su cruz, se niegue a sí mismo y me siga». 

Las suyas son palabras que pueden desanimar. Sin embargo, son las más verdaderas que podemos recibir si buscamos una vida plena. 

No es el peso de una obligación: es la ligereza de una elección que libera. Porque Jesús no roba la libertad a nadie, sino que la devuelve a todos. No la impone, la propone. No la define, la abre. 

A quienes temen perderse, les enseña que solo quien se entrega se encuentra a sí mismo. La devuelve desde lo más profundo: desde la ansiedad temerosa de salvarse a sí mismo, desde la necesidad continua de afirmarse, desde la mentira de que «basta con querer» para ser feliz; en la ligereza de un amor gratuito, en el soplo que abre las puertas de nuestras prisiones y nos cura nuestras heridas. Renacidos, volvemos a empezar a vivir. 

Hemos pasado el verano haciendo cuentas con nosotros mismos. Con el hambre, la culpa, el amor, la fragilidad, el dinero, la muerte. Cada etapa ha sido un umbral, una invitación a elegir, a perder algo para reencontrarnos a nosotros mismos. 

Pero ahora nos damos cuenta de que todos estos umbrales no son obstáculos, sino posibilidades. Oportunidades para preguntarnos: ¿qué vínculo vale mi libertad? ¿Por quién vale la pena perder algo de mí mismo? ¿De qué me dejo atar y a quién quiero entregarme? 

La verdadera libertad y sabiduría de la vida no consiste en romper los lazos, sino en romper las cadenas y crear nuevos lazos, buenos. No se puede amar sin perder algo. 

Quien sigue el Evangelio no es un desencarnado, sino alguien que ha hecho bien sus cuentas. Que ha visto cuánto cuesta la libertad y ha decidido que vale la pena. Seguir a Jesús no es adorarlo desde lejos, sino compartir su lógica: no de poder, sino de restitución. 

¿Somos realmente libres? Sin embargo, el corazón lo sabe: la libertad no es un espacio vacío, es una entrega concreta. Es elegir el bien y dejar que florezca en nosotros. Es aprender a perder algo hoy para ganar a alguien mañana. Es aceptar que no todo se mantiene unido... pero todo puede tener sentido si lo devolvemos al Amor. 

Filemón lo entendió bien, en la carta que leemos hoy: Recibe a Onésimo, el esclavo, ya no como esclavo, sino como hermano. Esto es lo que hace la sabiduría del Espíritu: no espiritualiza las cosas, las transforma en la carne de la realidad. El cuerpo nos pesa, el alma se vuelve pesada, la mente nos pesa. Somos una tienda de barro, dice la Sabiduría. Sin embargo, precisamente en esta tienda Dios implanta su Espíritu. Nos instruye sobre lo que le agrada a Él y a nosotros. 

Volver a ponerse en camino no es volver a hacer, sino renacer desde lo alto. Es creer que puede comenzar algo nuevo, incluso siendo viejos. «Si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5). 

Por eso, al comienzo de un nuevo año pastoral, necesitamos recentrarnos. Reajustar el cuerpo, el alma y el espíritu. El cuerpo es frágil, el alma se agobia, la mente se encierra en sus razonamientos inciertos. Pero si hacemos silencio, si dejamos espacio, si aligeramos los pensamientos y las pretensiones, algo puede suceder. El Espíritu puede hablar. Puede inspirar lo que aún no imaginamos. Puede enderezar nuestros caminos. Puede salvarnos con su Sabiduría. 

Tal vez hoy podemos orar así: Danos, Señor, sabiduría en nuestros días. Envíanos tu Espíritu Santo, para que, abriéndonos a la comprensión de lo que hay en la tierra, podamos finalmente entender lo que nos viene del cielo. 

El viaje entre las fronteras nos ha llevado hasta aquí, donde la libertad se convierte en elección, y la elección se convierte en vida. Quien se queda quieto, queda suspendido. Quien no se deja escapar nada, nunca podrá recibir el Todo. Quien solo ama lo que le conviene, nunca conocerá la alegría que permanece. 

Y es precisamente ahora, en el umbral de un nuevo año pastoral, con el corazón expectante, cuando resuena la promesa: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). 

La alegría: no un lujo más, sino el aliento pleno de la vida. No una emoción pasajera, sino el sentido que permanece. Un don. Un fruto que madura en la tierra fiel del corazón. ¿Quieres conocer la alegría de verdad? Mira tu lugar con ojos nuevos: no lo busques delante de todos, búscalo para alguien. Y ocúpalo con amor. Ahí es donde te esperan. Ahí es donde se cumple tu vida. Ahí es donde te descubrirás dichoso. «Y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16,22). 

He aquí, pues, la consigna que nos impulsa: que nada nos impida vivir de verdad. Que ningún vínculo falso nos impida los vínculos verdaderos. Que la riqueza se haga justicia, que la espera se haga promesa, que la libertad se haga don. 

Deja que algo tuyo se convierta en nuestro. Porque la alegría nunca es privada: siempre es un pan compartido. Es la luz de una comunidad que camina junta. Es la fuerza desarmada del Evangelio. Es el fruto del Espíritu en un corazón pacificado. Es la firma de Dios en la vida que hemos elegido servir. 

Transforma este nuevo comienzo en alianza. Alimenta la alegría de los encuentros que vendrán. Marca tu camino con pasos ligeros. Es la señal de que estás sirviendo a la Vida. Y ya es la Alegría de vivir. Es el momento adecuado.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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