jueves, 11 de septiembre de 2025

La cruz de las obviedades... también en la Iglesia.

La cruz de las obviedades... también en la Iglesia 

Hoy en día, luchar contra lo obvio es una tarea ardua. Y en cualquier ámbito… profano y sagrado - valga la expresión -. El uso de la obviedad es compulsivo. Parece que todo el mundo, también por supuesto los dirigentes, se siente obligado a decir y hacer cosas obvias, a producir cosas obvias, a propagar cosas obvias para, tal vez, alcanzar una notoriedad obvia.

 

Estamos asediados por lo obvio porque es la base de la ‘simplificación’, la musa inspiradora de la actualidad, a menudo confundida con la ‘simplicidad’, que es algo completamente diferente.

 

Lo obvio se presenta como el combustible del futuro, nada que ver con energías limpias como el sol, el viento o el agua. Es lo obvio lo que hoy arde, produciendo en la combustión la iluminación de ciertas mentes que dan a luz no se sabe qué grandes aforismos, pensamientos,…, algo así como el parto de los montes: Parturient montes, nascetur ridiculus mus - parirán los montes y nacerá un ridículo ratón -.

 

La obviedad es la fuente de inspiración constante de no pocos y tienen audiencia, incluso no poco éxito, entre quienes se dejan embaucar por la obviedad. Porque la obviedad, incluso revestida de sentido común, el famoso sentido común, es un combustible que cuesta poco, es más, no cuesta nada.

 

La obviedad está ahí, siempre disponible, muy fácilmente renovable porque las mentes de la mayoría de las personas parecen prosperar en la obviedad. La obviedad es utilizada por todos, indistintamente y con gran éxito.

 

Entre otras cosas, porque la obviedad es muy cómoda. Permite decirlo todo y no decir nada. O prácticamente nada. Porque, obviamente, el todo y la nada se anulan mutuamente, dejando las cosas como estaban antes.

 

Lo obvio ha comenzado a invadir y permear peligrosamente la reflexión. Hace tiempo vengo pensando que incluso en ciertas reflexiones e intervenciones en la Iglesia. De hecho incluso hay quien promueve la obviedad como paradigma.

 

Voy a poner un ejemplo: “es mejor un gobernante honesto que un gobernante deshonesto”.

 

Si intentas encontrar un defecto en esta obviedad que acabo de enunciar no lo encontrarás. Porque no lo tiene. La obviedad borra los matices que tal vez podrían hacerla menos obvia.

 

Hago notar que no he dicho: “es mejor un gobernante honesto y competente que un gobernante deshonesto e incompetente”. Lo cual es sin duda una obviedad enriquecida con profundos significados, pero ya expresa una cualidad que los obvios prefieren mantener oculta, antes de que la masa, tan amante de lo obvio, pueda darse cuenta de que quizás la competencia es una condición indispensable para un buen gobierno. Paradójicamente, esto no parece obvio para muchísimas personas.


 

Si yo digo “la situación en Gaza es realmente lamentable” seré considerado hasta el campeón de lo obvio. Con la lógica medalla de oro de la competición de la obviedad. Por supuesto, mi frase no dice la más mínima idea de los complejos mecanismos que regulan actualmente esa condición lamentable de Gaza. 


Y todo el mundo puede creer que esto es un gran pensamiento, porque es fácil de concebir, porque hace sentir inteligente el pensar y el defender una obviedad así. Si incluso yo entiendo esa obviedad, es de imaginar que todo el mundo, o gran parte, puede entenderla.

 

La obviedad hunde sus raíces y extiende sus ramas en el infantilismo. “Todos amigos… Hay que quererse… Aquí no ha pasado nada” es uno de los muchos paradigmas de la obviedad. Y es que la obviedad es ese cambio mental que modifica las conexiones neuronales en el cerebro de las personas y su percepción de la realidad, simplificándola al máximo y haciéndoles creer que el optimismo obvio, el pesimismo obvio o la obviedad obvia son la clave de todo.

 

Y es precisamente a nivel lingüístico donde lo obvio pone de manifiesto la confusión reinante. Me explico. El objetivo suele ser encontrar un lenguaje obvio que guste a todos y que satisfaga el consenso. Es una de las obsesiones del siglo. Precisamente por esta razón, lo obvio se ha convertido en la lengua franca más extendida del planeta. Incluso en la Iglesia.


 

A través de la obviedad es muy fácil tomar y mantenerse en el poder. En el mundo de la obviedad en el que nos encontramos es más fácil, menos complejo, y ciertamente nada problemático, seguir al llamado y obvio líder fuerte porque, obviamente, da confianza y seguridad. Únicamente porque todo esto es obvio.

 

Si, por el contrario, uno quiere seguir intentando encender el cerebro y recuperar un mínimo de dignidad, no debe practicar lo obvio porque al hacerlo se verá obligado a simplificar en no se sabe qué equidistancia. 


Por ejemplo, el amor o la fraternidad universales es, obviamente, una bonita y obvia trampa construida sobre la obviedad. La dificultad radica en amar al enemigo o a la persona que no me es amable o al Lázaro de turno que me incomoda o al apaleado que bajaba de Jerusalén a Jericó o a… Y eso es lo que no es obvio... Como no es obvia, por ejemplo, la subversión del Magnificat de la María del Reino... cuando lee esa oración despacio.

 

Por eso, sigo considerando que Jesús de Nazaret fue, y sigue siendo, el gran Maestro precisamente porque huyó de la obviedad y luchó contra esa ley simplista de la obviedad: “Sabéis que se dice… pero yo os digo…”Y creo que ésta es una clave para leer e interpretar el Evangelio del Reino, la Buena Noticia de Jesús.

 

Y es que el Dios cristiano, creo, se encuentra al otro lado de la obviedad. Por eso, creo, el cristianismo es una alternativa que no se ajusta a los criterios de este mundo por muy obvios y de sentido común que nos parezcan. 


La obviedad no es arriesgada. Mucho menos, peligrosa. Por eso, Jesús murió en una cruz. Y los profetas tuvieron el destino que tuvieron. Uno y otros fueron arriesgados y peligrosos porque fueron más allá de la tentación de la obviedad.

 

A lo mejor nos debiéramos plantear en la Iglesia, y como Iglesia, también pronunciar menos de esas obviedades, incluso no decir ninguna, en nuestros escritos, en nuestras homilías, audiencias,...


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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