domingo, 7 de septiembre de 2025

Un elogio de la protesta pacífica y de la desobediencia civil.

Un elogio de la protesta pacífica y de la desobediencia civil

Las protestas siempre han sido un agente de cambio, una oportunidad para promover y defender los derechos propios y ajenos, y para favorecer el crecimiento social y civil de la sociedad. 

De hecho, las protestas han desempeñado un papel importante en la historia del progreso y la promoción de los derechos humanos. Desde la «Marcha de la sal» en la India en 1930 contra el dominio colonial británico, hasta el «Día Nacional de Protesta» de 1950 en Sudáfrica contra el apartheid, desde la «Marcha sobre Washington» de 1963 por los derechos civiles en Estados Unidos, hasta las protestas estudiantiles por la reforma democrática en la plaza de Tiananmen en China en 1989, o desde las revueltas de la «Primavera Árabe» que comenzaron en Túnez en 2010, hasta las numerosas protestas surgidas en el seno de movimientos desarrollados, como «Black Lives Matter», contra la discriminación de los afrodescendientes, o «Me Too», en apoyo a las mujeres víctimas de acoso.

 

Estas y otras protestas son famosas por el legado que nos han dejado. Pero a menudo las protestas individuales no necesitan ser históricamente famosas para tener un legado que perdure en el tiempo.

 

La jornada laboral de 8 horas, tan común en diferentes partes del mundo, es el resultado de muchos años de duras luchas y protestas contra las condiciones de trabajo agotadoras. A principios del siglo XX, las mujeres no podían votar en las elecciones nacionales en ningún estado. Tras innumerables manifestaciones a favor del sufragio femenino, ahora pueden votar legalmente en todos los países que celebran elecciones, aunque todavía existen algunas limitaciones. Cinco décadas de desfiles del «Orgullo» han aumentado la conciencia sobre los derechos de las personas LGBTI en todo el mundo, y aún queda mucho por hacer. Por estas y muchas otras razones, la protesta es un medio poderoso para promover y defender los derechos humanos.

 

En resumen, gracias a las grandes manifestaciones de protesta, temas como la sumisión de las mujeres, la discriminación racial, el colonialismo, la injusticia social y económica, la limitación de los derechos civiles y las libertades fundamentales, y la degradación medioambiental se han convertido a lo largo de la historia primero en objeto de debate, confrontación y enfrentamiento, y luego en medidas legislativas que han transformado, incluso profundamente, las formas de vivir y concebir el mundo.

 

También en los últimos años, favorecidos por el rápido crecimiento digital y las redes de comunicación, han surgido nuevos movimientos de protesta que traspasan las fronteras nacionales o regionales. Miles de personas salen a la calle, ya sea real o virtual, para unirse y hacer oír su voz.

 

Al mismo tiempo, sin embargo, los gobiernos perciben cada vez más esto como una amenaza a su control y reaccionan con diferentes formas de represión. En consecuencia, en muchas partes del mundo, quienes ejercen el derecho a la protesta de forma pacífica son denigrados, encarcelados, golpeados o incluso asesinados. El derecho a la protesta nunca ha estado tan amenazado como hoy.

 

Los gobiernos tienden a definir la democracia de la forma más restrictiva posible. Me explico.

 

La historia que cuentan es la siguiente: tú votas; el partido mayoritario llega al poder; lo dejas gobernar en tu nombre durante los próximos cuatro años o los años que sean.

 

Podemos confiar en que el gobierno gastará sabiamente nuestro dinero para defender a las minorías frente a grupos más poderosos o más grandes; para resistir a las fuerzas antidemocráticas como los oligarcas, los medios de comunicación que controlan y los grupos de presión empresariales.

 

Podemos confiar en que garantizará que se satisfagan las necesidades de todos, que no se explote a los trabajadores, que nuestros barrios y nuestra calidad de vida no se sacrifiquen en aras de los beneficios empresariales.

 

Podemos confiar en que no abusará del proceso político, que no emprenderá guerras de agresión contra otras naciones, que no infringirá la ley.

 

Sin embargo, no hay muchas personas que hayan vivido en los últimos años y que sigan creyendo en este cuento de hadas.

 

La confianza en los gobiernos destruye la democracia, que solo sobrevive a través del desafío constante. Requiere una ruptura continua de la cómoda relación entre nuestros representantes y las fuerzas poderosas: la prensa multimillonaria, los plutócratas, los donantes políticos, los amigos en las altas esferas… los intereses creados por los poderosos y nunca del todo confesados (ni confesables).


 

El desafío y la ruptura significan, sobre todo, protesta. La protesta no es, como tratan de describirla gobiernos como el nuestro, un lujo político. Es la base de la democracia. Sin ella, pocos de los derechos democráticos de los que disfrutamos existirían: el derecho al voto universal; los derechos civiles; la igualdad ante la ley; las relaciones legales entre personas del mismo sexo; la fiscalidad progresiva; las condiciones laborales justas; los servicios públicos y la red de seguridad social. Incluso el fin de semana es el resultado de una acción de protesta: las huelgas de los trabajadores de la industria textil en aquellos otros Estados Unidos de América que nada tienen que ver con el MAGA de Donald Trump.

 

Un gobierno que no puede tolerar la protesta es un gobierno que no puede tolerar la democracia. ¿Por qué los gobiernos quieren prohibir la protesta? Porque es eficaz. ¿Por qué quieren que aceptemos su visión limitada de la democracia? Porque hace que nuestro poder sea ineficaz.

 

Las protestas que los gobiernos intentan prohibir son las que amplían el alcance de la democracia. Nos permiten combatir las ilegalidades y resistir las políticas opresivas. Son el motor del cambio político y el sistema de alerta temprana que llama la atención sobre cuestiones cruciales que los gobiernos tienden a pasar por alto.

 

Casi todo lo que es realmente importante se está desintegrando rápidamente: los ecosistemas, el sistema sanitario, los estándares de la vida pública, la igualdad, los derechos humanos, las condiciones laborales, ...

 

Y esto ocurre mientras las elecciones van y vienen, los representantes hablan solemnemente en el Parlamento o en el Congreso o en otros foros y mesas, se escriben cartas diplomáticas y se presentan peticiones educadas ...

 

Nada de esto es suficiente para salvarnos del colapso planetario y democrático. El ‘statu quo’ es una amenaza para la vida en el mundo, en este momento de la historia, en la tierra. Acabar con él, el ‘statu quo’, es el mayor deber cívico de todos.

 

Seguirán demonizándonos como una amenaza para la democracia que intentamos proteger. Seguirán criminalizándonos, deteniéndonos y aumentando las sanciones por ser buenos ciudadanos. Y nosotros seguiremos saliendo a la calle en señal de desafío, como ha hecho la gente durante siglos, incluso ante la violencia y la represión del Estado. Todo lo que tiene valor para nosotros depende de ello.

 

Sí, Señora Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Doña Isabel Díaz de Ayuso, las protestas suelen tener un elemento perturbador, ya sea ralentizando o bloqueando el tráfico, haciendo ruido o incluso ocupando espacios privados y/o públicos.

 

Sin embargo, cuando se tilda a los manifestantes pacíficos de delincuentes y «alborotadores», o cuando se les demanda por daños y perjuicios, o se les acusa de delitos muy graves como «terrorismo» o «sedición», hay algo más inquietante en juego.

 

Cuando se criminaliza a los que protestan y manifiestan su protesta, no solo se silencia a las personas, sino que también se deslegitima a los grupos específicos que se manifiestan protestando y sus causas. Este proceso de estigmatización y criminalización de quienes protestan es un intento de disuadirles a ellos y a otros de unirse o simpatizar con sus acciones y reivindicaciones.

 

La criminalización de la intensidad que sea, baja, mediana o alta, como el arresto, la detención y el enjuiciamiento, de los manifestantes que protestan son también tácticas utilizadas por los gobiernos para «dar ejemplo» y, de este modo, silenciar la disidencia e infundir respeto y temor en la población en general para disuadirla de unirse a nuevas protestas o acciones directas.

 

También a este respecto, y con la intención de conocer y profundizar, merece la pena leerse “Disturbio. Huelga. Disturbio. La nueva era de los levantamientos” de Joshua Clover en la Colección “Prácticas Constituyentes” de la Editorial “Traficantes de Sueños”. Un referente iluminador.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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