lunes, 13 de octubre de 2025

Educar en la diferencia.

Educar en la diferencia 

En un mundo cada vez más globalizado e interconectado, el tema de la diferencia adquiere un papel central en la reflexión educativa, social y cultural. 

Acompañar la diferencia significa aceptar y valorar la singularidad de cada individuo sin caer en la fácil tentación de uniformizar, de aplanar las diversidades en nombre de una aparente armonía común. 

Este reto, nada sencillo, representa uno de los ejes fundamentales para la construcción de una sociedad más inclusiva y justa. 

Cuando se habla de acompañar la diferencia, se hace referencia a la actitud de apertura, escucha y respeto hacia el otro, ya sea portador de una cultura, una visión del mundo, una religión o un estilo de vida diferente al propio. 

En el ámbito educativo, esta responsabilidad se traduce en la capacidad de los educadores de ofrecer herramientas para el crecimiento personal, sin imponer modelos preestablecidos o recetas universales. 

No existe un único camino para convertirse en buenos ciudadanos; cada uno lleva consigo un patrimonio irrepetible de experiencias, emociones y talentos. 

La tentación de la uniformidad surge a menudo del deseo de simplicidad, orden y previsibilidad. Es más fácil gestionar un grupo homogéneo, donde las reglas se aplican a todos por igual y las diferencias se reducen al mínimo. 

La uniformidad, si se lleva al extremo, corre el riesgo de sofocar la creatividad, la innovación y, sobre todo, el derecho de cada uno a ser uno mismo. 

Aceptar la diferencia no significa limitarse a tolerarla, sino saber valorarla como fuente de enriquecimiento colectivo. 

Entre nosotros, al igual que en muchos otros países europeos, y aunque no sea sin dificultad, se quiere abrir paso y afianzar lentamente una cultura de la pluralidad que apuesta por la inclusión y la participación activa de todos los ciudadanos, sin distinción de origen, género, orientación o capacidad. 

Algunos rasgos de esa cultura pueden ser, por ejemplo, los siguientes: 

1.- Escucha activa: Escuchar profundamente al otro significa reconocer sus necesidades, sus miedos y sus aspiraciones, sin juzgar ni etiquetar. 

2.- Educación en y para la complejidad: Ayudar a las nuevas generaciones a orientarse en un mundo complejo y cambiante permite construir puentes, no muros. 

3.- Flexibilidad y personalización: adaptar las propuestas formativas a las características de cada uno, sin encasillarlos en esquemas rígidos, favorece el desarrollo auténtico del potencial individual. 

4.- Promoción del encuentro y diálogo interculturales: el encuentro entre culturas, lenguas y tradiciones diferentes contribuye a superar estereotipos y prejuicios, creando un clima de confianza mutua. 

Acompañar la diferencia sin ceder a la uniformidad es un ejercicio diario que requiere conciencia, competencia y una buena dosis de humildad. Solo así podremos construir una sociedad en la que la diversidad no sea motivo de exclusión, sino motor de crecimiento común. 

El futuro pertenece a quienes saben apreciar la belleza de la diferencia y convertirla en un valor compartido. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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