domingo, 19 de octubre de 2025

El o la orante - San Lucas 18, 1-8 -.

 El o la orante

«Rezar siempre, sin cansarse nunca». 

Hacer de la oración un corazón, de carne, sístole y diástole, sin detenerse nunca. 

Y si se cansa, ralentizar, pero nunca interrumpir el latido, nunca, para no morir. 

Rezar para no morir. Me lo repito en voz baja, y ya es oración, ya es aliento. 

Rezar para no vivir sin corazón. 

«En aquella ciudad había también una viuda». 

Rezar es tener un corazón de viuda, y un corazón de viuda es un corazón que ha conocido al amado y que ahora sigue amando su presencia en la ausencia. 

«Hazme justicia», exige el corazón de viuda, sigue haciéndome vivir de amor, clama el amor. 

El juez, aquel que administra la vida, no puede entenderlo. 

Quien no ama no tiene consideración por nadie, tiene los ojos que no ven, que no miran, la viuda, en cambio, tiene un corazón que ama y que vuelve a amar. 

«En una ciudad vivía un juez que no temía a Dios ni tenía consideración por nadie». 

Rezar es tener un corazón de viuda, sin un encuentro personal con el Amado solo quedan palabras vacías, pretensiones cansadas, ejercicios de meditación vacíos. 

La oración no pacifica, la oración es un fuego, una necesidad. 

«Hazme justicia contra mi adversario», dice la viuda, porque hay un adversario, una bestia hambrienta de nosotros. 

El adversario es todo lo que no es Dios, todo lo que es ídolo. 

Difícil de desenmascarar. 

El adversario es todo lo que se alimenta de mí. 

Todo lo que quiere mi tiempo, mi atención. 

A menudo soy yo mismo mi adversario, disfrazando de caridad el narcisismo.

Adversario es todo lo que no me permite tener consideración por mí mismo, por mis hermanos, por el cosmos, por el tiempo, por la creación. 

Adversario es todo lo que me convierte en juez implacable y no en guardián.

Rezar es luchar. Para permanecer en la carencia, hambrientos de Ausencia, viudos de amor.

Rezar es matar con las manos desnudas todo lo que se aferra a nuestro corazón pero no es Él.

Viudo es un nombre nuevo, una condición y no un momento. 

Rezar no es un paréntesis en la vida, rezar es la vida. 

Uno es viudo siempre y para siempre. 

Uno vive en la carencia, cuando ríe, cuando llora, cuando duerme, con cada respiración.

Rezar es una condena... cumplir la pena de haber sido raptados por Su Amor.

«Durante un tiempo (el juez) no quiso, pero luego dijo para sí mismo...». 

El juez es dueño del tiempo, o al menos cree serlo, decide esperar, decide interrumpir la espera, decide por sí mismo. O al menos se engaña. 

La viuda no puede. 

La viuda sabe bien que solo el Esposo, solo su regreso, puede interrumpir el goteo de seguir en el mundo. La oración es estar a merced de su regreso.

La viuda insiste, la viuda molesta, la viuda obliga, la viuda es violenta, la viuda es radical.

No tiene nada más. 

No quiere nada más. 

Solo quiere ser reconocida por lo que es y protegida por el símbolo en que se ha convertido.

Viudo es aquel que vive en la ciudad pero no se deja domesticar. 

Viudo es un corazón inquieto y melancólico, incompleto. 

Viudo es un corazón que ya no se emociona por las cosas humanas, un corazón que relativiza todo, porque en lo bello ve un reflejo del Esposo y en lo malo sufre su ausencia.

Los corazones viudos no se exaltan ni se desesperan, esperan. 

Los corazones viudos nos obligan a mirar a otra parte, desenmascaran nuestra ilusión de plenitud mundana.

Los corazones viudos reconocen el eterno retorno de las cosas, de los acontecimientos, de las etapas de la vida, y tratan, gritando oraciones silenciosas, de romper el círculo. 

También Jesús tiene un corazón viudo. 

Porque nos echa de menos, porque también Él tiene miedo, miedo de que a su regreso ya no haya una esposa esperándole: 

«Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?».

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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