lunes, 20 de octubre de 2025

El retorno de lo sagrado salvaje con nuevas formas.

El retorno de lo sagrado salvaje con nuevas formas

El filósofo Ernst Cassirer, al hablar de la religión, afirmaba: 

«La religión sigue siendo un enigma no solo desde el punto de vista teórico, sino también desde el punto de vista práctico. Está llena de antinomias teóricas y contradicciones prácticas […] En sus manifestaciones concretas, la religión ha sido causa de profundos contrastes y luchas fanáticas entre los hombres. Pretende estar en posesión de la verdad absoluta, pero su historia es una historia de errores y herejías. Promete y proyecta un mundo que trasciende los límites de nuestra experiencia, y sin embargo sigue siendo humana, demasiado humana» (Un ensayo sobre el hombre). 

La verdad de estas palabras no necesita demostración; la historia humana, por desgracia, tanto la pasada como la presente, lo atestigua sin ninguna duda. Por otra parte, no es difícil comprender el sentido de este extraño destino; es el hombre mismo el que es un enigma, el que es un extraño ser vivo habitado por un deseo que no es una necesidad, un deseo que es indecible; es el hombre mismo el que es un extraño ser vivo habitado por una inquietud (San Agustín de Hipona) que no encuentra paz en ninguna satisfacción, ni siquiera en el goce más arrebatador. 

Atravesado por estas tensiones, pero al mismo tiempo animado y fecundado por ellas, el ser humano nunca ha dejado de «ir de aquí para allá», en la búsqueda continua de un punto de apoyo, de un lugar de llegada, nunca ha dejado de intentar poner nombre a lo innombrable que lo habita, y al hacerlo no ha logrado o no ha podido ser, cabría decir inevitablemente, más que humano. 

Por eso, cuando se atraviesa esta región, cuando se afronta la imposible búsqueda del nombre de lo innombrable, hay que proceder con extrema cautela y humildad: en particular, cuando se adentra uno en lo religioso y lo artístico, los fantasmas acechan en cada esquina, las trampas de la ilusión y el autoengaño abundan a lo largo de los caminos de estas tierras. 

Desde este punto de vista, lo que afirma Friedrich Nietzsche sobre la moral, más concretamente sobre los discursos sobre la moral, es válido en cierto sentido, y quizás con mayor razón, también para la religión: 

«Es muy importante que reflexionen sobre la moral el menor número posible de hombres, por lo que es muy importante que la moral no se convierta un buen día en algo interesante» (Más allá del bien y del mal). 

No es de extrañar que lo que ha ocurrido sea, y siga siendo, exactamente lo contrario de lo que deseaba el filósofo alemán: todo el mundo es un apasionado de la moral, todo el mundo se siente en la obligación de dar su opinión sobre la moral y la ética, y del mismo modo, todo el mundo, especialmente los representantes del poder político, manifiesta su vivo interés por la religión. 

Abrumada por tales manifestaciones de afecto, la religión, y más en general la temática semántico-simbólica relativa a lo sagrado, es utilizada, manipulada, abusada, explotada, revelando así un rostro sombrío e inquietante. 

Recientemente, algunos han sostenido que no hay que entusiasmarse por un posible retorno de lo sagrado, porque donde hay lo sagrado, y por consiguiente la religión, siempre hay fatalismo y fanatismo. 

Se pensaba que estas consideraciones estaban totalmente superadas, pero no se puede negar que las recientes manifestaciones religiosas, así como ciertos usos recientes de la semántica y la simbología religiosa, han dado nuevo impulso a ese juicio erróneo. 

Lo que hace más de cincuenta años un tal Roger Bastide definió acertadamente como «lo sagrado salvaje» ha reaparecido, pero no solo en el extremismo islámico, sino también en las ciudades de esa América que se suele considerar el corazón de Occidente. 

En este caso, lo «salvaje» ha adoptado la forma extremadamente «domesticada» de una espectacularización mediática capaz de explotar, sin ninguna precaución ni humildad, sin un mínimo de dignidad, el universo simbólico cristiano. 

Ciertamente, se podría argumentar que no hay nada de qué sorprenderse; es de nuevo Friedrich Nietzsche quien nos recuerda lo esencial, es decir, que «en el mundo hay más ídolos que realidades» (El crepúsculo de los ídolos), y estos ídolos abundan tanto en Oriente como en Occidente, en las aldeas perdidas de Asia como en las metrópolis tecnológicas de los Estados Unidos de América y Europa. 

Pero una proliferación tan democrática de la idolatría y el fanatismo religioso no es un gran consuelo, sobre todo para quienes esperaban, o quizá más bien se ilusionaban, que la larga y gloriosa historia del cristianismo hubiera dejado ya atrás el fácil entusiasmo de tales infantilismos. 

Durante un acto en honor a Charlie Kirk, asesinado el miércoles 10 de septiembre de 2025 en el escenario de la Utah Valley University, una gran cruz guiada por un hombre recorrió el escenario ante los ojos de miles de espectadores: la cruz estaba apoyada sobre ruedas y avanzaba con fluidez sobre el suelo liso. 

Sí, se trata de un detalle, un pequeño detalle, pero la cruz que oprimía a Jesús, que no se deslizaba con fluidez y bajo la cual cayó tres veces, no tenía ruedas; por desgracia, diríamos, pero al mismo tiempo, y más allá de toda emoción y todo espectáculo, también por suerte.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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