Feliz Fiesta de San Antonio María Claret
Del Padre Claret aprendemos también que el Evangelio se transmite a través de encuentros reales y vínculos auténticos, en carne y hueso, que permiten escuchar las historias de las personas, caminar con ellas y ofrecer signos concretos de esperanza y amor.
Nosotros, misioneros claretianos, hijos de nuestro tiempo, vivimos dentro de muchas culturas, y muchas culturas viven dentro de nosotros; pertenecemos a diferentes culturas y esto conlleva la gracia de enriquecer nuestro centro interior.
Nosotros, seres humanos, discípulos del Caminante Peregrino y misioneros claretianos del Año de Gracia y del Reino somos esencialmente relaciones. La felicidad de un misionero son los lazos de amistad, auténticos y profundos, que se crean con las personas que nos rodean.
Esto no solo es un don precioso, sino también el camino para el anuncio del Evangelio. Y, por eso, vivimos en una permanente tensión: no permanecemos anclados en nuestros puntos de partida que nos impiden entrar realmente en las nuevas realidades y en los nuevos encuentros con nuestros hermanos.
El significado de nuestra misión es presencia e intercesión. Como Jairo en el Evangelio, que se postra a los pies de Jesús implorándole por la vida de su hija (Lc 8,40-41), también nosotros sentimos nacer en nuestro corazón la misma oración: «¡Señor, ten piedad, tu pueblo está muriendo!».
A pesar de las dificultades, siempre elegimos permanecer junto a la gente, compartiendo sus sufrimientos y escuchando sus historias. Al igual que Jesús con la mujer hemorroisa, que se detiene para acoger su experiencia de dolor y darle la curación, también nosotros tratamos de escuchar profundamente a las personas.
Nuestra presencia va más allá de la ayuda material: nos esforzamos por crear un ambiente de fe en el que las personas puedan «tocar el manto de Jesús» y encontrar consuelo, cuidado y esperanza en el Señor.
Este compromiso de estar cerca de las personas, incluso y sobre todo en los momentos más complejos difíciles, demuestra cómo la misión, en contextos de extremo sufrimiento, se convierte en un acto de cercanía capaz de transformar el dolor en una oportunidad de encuentro con el Señor.
Para nosotros anunciar el Evangelio del Reino es estar del lado de la gente. La biografía de nuestro Padre Fundador nos replantea profundamente la forma misma de anunciar el Evangelio. En el siglo XXI los misioneros claretianos creemos en la prioridad del encuentro con las personas, en la escucha atenta de sus historias.
Anunciar el Evangelio es estar del lado de la gente, del lado de quienes sufren. La alegría de ser misioneros claretianos proviene de la verdad, en carne y hueso, de las relaciones con nuestros hermanos.
Los misioneros claretianos estamos llamados a promover un pensamiento crítico, capaz de discernir lo verdadero de lo falso. Y tratamos de colaborar con otros y con todos en ayudar a tender puentes y favorecer un entendimiento mutuo que supere las barreras culturales e ideológicas.
Nuestra presencia quiere ser una voz profética que se comprometa con la justicia y defienda los derechos de los más desfavorecidos. El misterio de la encarnación nos recuerda que el ser humano es morada de Dios y que nuestra fe se basa en la realidad del Hijo de Dios encarnado y resucitado.
Los misioneros claretianos llevamos un misterio en nuestras vidas del cual somos vasijas de barro y testigos. Parafraseando a Martin Heidegger podríamos preguntarnos: ¿Y por qué los misioneros en una época privada de Dios y de lo sagrado?
Y, sin embargo, el mundo sigue necesitando de personas de carne y hueso, de una pieza, tensos entre el cielo y la tierra, que con su existencia que apuesta por lo invisible, hablemos todavía de un Más Allá que puede fundar nuestras esperanzas, de un Otro en el que todavía podemos confiar, de un Amor que no depende del cambio de las situaciones y las circunstancias, sino que promete estar ahí para siempre.
Nuestra presencia, entre la gente y en la sociedad, aunque no sea evidente e incluso aunque no sea reconocida, tal vez ya no sea una respuesta a necesidades que ya no existen, pero es una pregunta sobre otra forma elevada de ser y de vivir, de sentir, de pensar y de hacer.
En el fondo,
hoy más que nunca, el misionero claretiano es un poeta que, como diría Martin
Heidegger, en la noche del mundo canta lo Sagrado, es decir, habla de un Dios
quizás olvidado, pero que no deja de arder en lo más profundo de los deseos
humanos, como el fuego bajo las cenizas.
En el Inmaculado Corazón de María encontramos la inspiración samaritana de la presencia compasiva y del encuentro cordial con nuestros hermanos para brindarles el servicio de la humanidad del Evangelio.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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