Lo más grande es el amor
Para mantener un equilibrio saludable frente a las realidades de la vida, necesitamos distanciamiento, porque solo desde lejos se pueden ver los objetos en su totalidad. El distanciamiento requiere pérdida. Es un camino de liberación hacia la libertad.
Y en este camino de liberación resulta útil la auto-ironía, donde no tomarse demasiado en serio a uno mismo es una válvula de objetividad; nunca dejemos de reírnos de nosotros mismos. Quien capta el aspecto cómico de las cosas es inteligente; quien no, es autocrítico, es decir, rígido (y a menudo también insoportable). Por lo tanto, necesitamos abstenernos de las cosas que nos hacen perder el contacto con la evaluación serena de la realidad.
Es necesario abstenerse de lo que nos atonta, de lo que nos embrutece o nos congestiona. La relación directa con Dios en la oración es capaz de relativizarnos, de ponernos en nuestro lugar. Es un camino de verdad. Es muy útil medirnos con la única tautología significativa: Dios es Dios.
Las tautologías en general no son relevantes, pero esta es una tautología que tiene un significado profundo. Repetir «Dios es Dios» es muy importante y se le pueden dar varios acentos.
Dios es Dios, Él, no nosotros. Dios es Dios, es decir, Dios no es algo pequeño... estar ante Él y recuperar nuestro lugar en la realidad para recalibrar la percepción de los dramas, de los miedos, es un camino sano hacia el equilibrio.
Y hemos de recuperar una santa pereza: esa actitud por la que hay cosas en las que ser perezosos, es decir, todos los esfuerzos inútiles que debemos saber evitar. Como hay una santa avaricia que significa mantener siempre el contacto con la verdadera riqueza, la percepción de lo que es realmente valioso. También hay que beneficiarse de una santa superficialidad, para ser menos feroces en el análisis de las cosas, es decir, menos minuciosos y pedantes. Prestar atención a los detalles se convierte en una tortura.
Es sabio creer y vivir según la máxima «a cada día le basta su pena» que, traducida, quiere decir que cada día tendremos la gracia para afrontar el reto de ese día. El mañana siempre será diferente de lo que pensamos, porque lo que pensamos es principalmente una proyección; reproducimos los traumas ya vividos en la pantalla del futuro y es bueno mantener los pies en el presente.
Además, hay que practicar el arte de interrumpirse, de saber liberarse de los planes. Y también existe el arte de contradecirse. Nadie que no cambie de opinión puede madurar más de lo que es. Nadie que no cuestione lo que ha afirmado puede aprender algo nuevo.
Todo este itinerario tiene un destino que coincide con el origen. ¿Cuál es la urgencia de este camino? El objetivo es la misericordia. En cierto sentido, identificar ese destino con todo el recorrido es responder a la pregunta: «¿A quién beneficia?». Que se trabaje en el equilibrio, la empatía y la misericordia. Un enfoque sin absolutos ni trivializaciones favorece la serenidad y el desapego necesarios para la comunión fraterna.
Aclaro un punto vital: ¿qué es imprescindible en la vida cristiana? ¿Qué es lo que más importa? ¿Cuándo se puede afirmar que un camino espiritual ha llegado a buen puerto? ¿Qué debemos alcanzar en nuestro crecimiento espiritual?
Sin lugar a dudas, la misericordia. Un cristiano sin misericordia no es cristiano. Sin misericordia, todo es falso y está lejos de Dios, que es misericordia en sí mismo.
Precisamente la subestimación de este centro existencial puede generar un grande problema. Yo creo que el más grande. Cuando se tienen otras prioridades, comienzan las patologías.
Solo la misericordia deja a las personas en el centro. Si el centro se convierte en la verdad, la justicia o la perfección personal, las cosas cambian y se pierde la relación con lo real, porque estos no son centros auténticos.
A menos que por verdad entendamos el amor; a menos que por justicia entendamos la misericordia; a menos que por perfección personal entendamos el amor, el perdón, la capacidad de amar.
Al final, necesitamos percibir la importancia de ese objetivo. ¿En nombre de qué relativizarse? En nombre del santo temor de volvernos incapaces de doblegarnos al amor; acto que siempre requerirá relativización y capacidad de adaptarse a la realidad, a las situaciones, al bien ajeno.
Vivir de esta manera requiere flexibilidad. Criar a una nueva generación en la misericordia requiere saber escuchar y saber doblegarse a la realidad del otro; entrar en su dimensión, dejar de lado nuestra estatura, compostura y postura.
Cuando hablamos de misericordia, como cada vez que hablamos de amor, hay muchos malentendidos, muchas mistificaciones. Normalmente tenemos una mistificación de fondo que es la de confundir el amor y la misericordia con actitudes personales o aspectos del carácter. No hablo de este tipo de realidad.
O pensar que el amor es cualquier tipo de movimiento que va de mí hacia el otro, cualquier tipo de afecto. Debemos recordar por qué los cristianos eligieron palabras diferentes para hablar del amor de Jesús, para hablar del amor que fue anunciado y promulgado por Jesús en su Año de Gracia.
Si los latinos tenían la palabra amor, ¿por qué los cristianos eligieron “caritas” para referirse al amor? ¿Por qué utilizar un término tan inusual? Los griegos tenían otros términos, “philia”, “eros” ... ¿por qué los cristianos eligieron “agape” para explicar este tipo de amor?
Porque el amor del que hablamos no es el amor humano simple e instintivo y, para ser claros, el amor humano no es el amor de Dios. Dios ama de una forma que no era posible ni comprensible si no era descendiendo del Cielo. Requería encarnarse, morir en la Cruz para mostrar el rostro del Padre y, de esta manera, proclamar la vida y darnos su Espíritu Santo.
El amor cristiano coincide con el Espíritu Santo, nace de la gratitud y del amor de Jesús, que está agradecido al Padre. Él, que siendo Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, es pura gratitud, y todo el amor que nos tiene brota del amor que tiene al Padre, y nosotros somos amados en una dimensión que nos hace entrar directamente en la corriente de amor interna a la Santísima Trinidad.
Lo que recibimos en la misericordia de Dios es su verdadera naturaleza, no es fruto de nuestra psique, no es fruto de nuestro esfuerzo, no es algo tan ridículo y tan pobre como lo que la naturaleza humana puede producir. Por eso se define como virtud teologal. Solo Dios puede generarla en el hombre.
Por eso no solemos encontrar mejores palabras que aquellas del Capítulo 13 de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios: el himno a la caridad.
Esa página cristiana es una gran obra de relativización realizada por San Pablo. Ni siquiera conocer todas las lenguas, ni siquiera tener una sabiduría que conoce todos los misterios es nada frente al amor.
Tener una fe capaz de mover montañas, pero no tener amor... tampoco. ¿Es posible tener fe sin tener amor? Según San Pablo, sí.
¿Es posible tener muchos dones, muchos carismas, muchas cosas, muchas características maravillosas, humanas o cristianas, pero no tener amor? Es trágicamente posible.
He aquí, esto es lo verdaderamente absoluto: el amor. Todo lo demás es vanidad.
También porque incluso los demonios creen en Dios (cf. Santiago 2, 19).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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