lunes, 13 de octubre de 2025

Islam quiere decir paz.

Islam quiere decir paz 

La paradoja es que Islam proviene de la raíz ‘s-l-m’, que en árabe forma «salam» y en hebreo «shalom», es decir, paz. Por lo tanto, significa paz y se refiere a la paz del corazón y de la mente que se obtiene cuando uno se somete a esa verdad última del mundo tradicionalmente llamada Dios. 

Sin embargo, esta sumisión no debe entenderse como la cesación de la libertad, como la entienden a su vez los integristas islámicos de todo tipo, Is, Al Qaeda, Boko Haram, Hezbollah y similares. Se trata más bien de someterse en el sentido de «ponerse debajo», refugiarse, como cuando llueve fuerte y nos refugiamos del aguacero. 

Es la misma disposición existencial que nos lleva a los cristianos a decir «Amén», es decir, «así es, estoy de acuerdo, me entrego», o a recitar Sub tuum praesidium. 

La sumisión equivale a la custodia y la realización de la libertad del individuo que encuentra un puerto al que llegar y, por tanto, una dirección hacia la que navegar: este es el fundamento original en el que se basa el Islam y todas las demás religiones... 

Hoy, sin embargo, en la mente occidental, el Islam está muy lejos de asociarse con lo que remite su raíz. Más bien evoca lo contrario: la guerra, la lucha, el terror. 

Por lo tanto, a toda persona responsable le espera una doble tarea: primero comprender, y luego hacer comprender, que no es así en absoluto. 

Cuando iba a una de nuestras capellanías pensaba que en el Colegio de las Hermanas Dominicas de la Anunciata habrá niños de fe musulmana y me preguntaba con qué ojos los mirarán los demás niños. La disposición de la mirada de los niños depende mucho de la mirada y las palabras de los adultos. 

Que alguien intente ponerse en la piel de un musulmán de quince años que cada día siente sobre sí miradas recelosas y rencorosas, e imagine lo que acabará pensando del Occidente. 

No estoy diciendo en absoluto que si existe el terrorismo islámico es culpa nuestra porque los occidentales somos malvados e imperialistas, también porque estoy convencido de lo contrario, es decir, que si existe el terrorismo islámico es sobre todo por la complejidad y dificultad del Islam y de sus líderes espirituales para gestionar el encuentro con la modernidad. 

Lo que digo es que, dado que, lamentablemente, el terrorismo islámico existe, nos corresponde a cada uno de nosotros decidir si convertimos a todos los musulmanes en enemigos y terroristas potenciales o no. Y todo depende de cómo hablamos del Islam y de cómo vemos a los musulmanes. 

El Islam es una gran tradición espiritual con catorce siglos de historia y más de mil millones de fieles. La idea de que la violencia es inherente a esta religión es profundamente errónea desde un punto de vista teórico y, sobre todo, tremendamente perjudicial desde un punto de vista práctico, porque no hace más que provocar a su vez violencia y, de ahí, el remolino que puede acabar absorbiendo irremediablemente la vida de las generaciones jóvenes. 

Es cierto que en el Corán hay páginas violentas y que la historia islámica conoce episodios violentos, pero esto es válido para cualquier fenómeno humano. La Biblia tiene páginas de violencia inaudita y tanto el judaísmo como el cristianismo conocen el fanatismo religioso y la violencia que emana de la Biblia. 

Lo mismo ocurre con el hinduismo con la ideología llamada hindutva. Incluso el budismo, más moderado, conoce hoy episodios de intolerancia por ejemplo en Sri Lanka y Myanmar. 

Si echamos un vistazo a la política, lo que han producido la derecha y la izquierda en el siglo XX es bien conocido: represión de los derechos humanos y millones de víctimas inocentes. 

Si nos remontamos al acontecimiento que dio origen a la idea de laicidad en la sociedad europea, es decir, la Revolución Francesa, en los diez años que duró (1789-1799) se registró un número de víctimas estimado de forma diversa por los historiadores, pero en cualquier caso enorme, ya que en los diecisiete meses del Terror, entre 1793 y 1794, pudo haber cien mil víctimas, lo que supone una media de casi 200 muertos al día. Y todo ello en nombre de la «liberté, égalité, fraternité». 

No tenemos ningún derecho a dar lecciones a los musulmanes, salvo uno: que somos más antiguos y tenemos más historia. 

Hoy en día, gran parte del Islam, al igual que el Occidente cristiano en el pasado, está viviendo el encuentro con la secularización sintiéndose agredido, en el sentido de que los procesos de laicidad y modernidad le parecen virus infecciosos a los que reacciona atacando y haciendo así desaparecer la tolerancia tradicional que ha caracterizado gran parte de su historia. 

Desde la Revolución Francesa hasta la Segunda Guerra Mundial, en un arco de más de 150 años, Occidente ha vivido su influencia con fiebres muy altas, aprendiendo al final a utilizar ese método de gestión de la vida pública entre personas de diferente orientación cultural y religiosa que se llama ‘democracia’ -aunque todavía de forma muy imperfecta-. 

Y eso es lo que debemos hacer: exportar la democracia. Y hacerlo en el sentido del respeto por las ideas y la vida de los demás, de donde surge esa mirada amistosa que es el único método verdadero para suscitar la paz y dejar una sociedad mejor a quienes vendrán después de nosotros. 

¿Quién habla ya de aquel acuerdo entre el Papa Francisco y Ahmed El-Tayeb, el Gran Imán Al-Azhar, y que se refiere a la Declaración de Abu Dabi (también conocida como Documento sobre la Fraternidad Humana del 4 de febrero de 2019? ¿No habría que volver una y otra vez a aquel documento que era un llamado a la fraternidad universal y a la paz, instando a la reconciliación y a que las religiones se usen como herramientas para el bien, en lugar de ser motivo de conflicto?  

Nada de esto significa que no debamos ser decididos en la lucha contra los terroristas islámicos (como decididos hemos de ser en contra de aquellos ‘terrorismos’ de baja intensidad, de guante blanco, …). Solo significa que siempre hay que saber distinguir el organismo de la enfermedad contraída. Y en esta distinción deberá consistir nuestra lucha diaria en favor de la paz mundial. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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