martes, 7 de octubre de 2025

La no violencia como cultura cotidiana de convivencia.

La no violencia como cultura cotidiana de convivencia

Lo que está sucediendo estos días —especialmente me refiero a las manifestaciones populares y a la flotilla humanitaria hacia Gaza— también marca un punto de inflexión. 

Tras meses de estancamiento e impotencia política, por fin algo se mueve desde abajo. 

La sociedad civil, los sindicatos, las organizaciones sociales, las asociaciones de derechos humanos vuelven a hacerse oír, demostrando que la necesidad de paz y justicia nunca ha desaparecido, sino que solo esperaba un momento propicio para volver a respirar. 

Las plazas, tras tanto silencio, ya no son simples lugares de desahogo o de testimonio simbólico: vuelven a ser espacios políticos y morales, donde la palabra se entrelaza con la responsabilidad y donde la conciencia colectiva redescubre su papel. 

Es una señal valiosa, porque indica que la paz, para volver a ser posible, necesita manos que se unan, cuerpos que se expongan, voces que ya no se dejen silenciar. 

Pero ¿cuál es el riesgo de momentos como estos? Que acaben siendo catalogados como excepciones que confirman las reglas en lugar de cambiarlas. Se trata de mirar más allá, de darse cuenta de lo que está en juego en estos momentos y que no solo tiene que ver con la protesta, la indignación, las movilizaciones, esas palabras, esos problemas, sino que tiene que ver con el futuro, es decir, con la apuesta de no sofocar lo positivo que ha surgido. 

Estoy convencido de que ninguna pregunta colectiva que se plantee debe perderse nunca. Aunque existe el riesgo, en cambio, de que esta pregunta sea sofocada por la violencia insensata y condenable que se ha producido, o de que se olvide o se ahogue con el restablecimiento de la normalidad de los equilibrios políticos o de la acción defensiva del poder establecido, pero también, al mismo tiempo, de un posicionamiento entusiasta y demasiado emocional. A partir de ahora, lo que importa es la responsabilidad de proponer algo constructivo. 

Pero este levantamiento inesperado por sí solo no basta si no va seguido de una nueva lucidez, capaz de ir más allá de las emociones puras y necesarias. Pero también debemos preguntarnos con honestidad: ¿Cómo cuidar del dolor que atraviesa a ambos pueblos, el israelí y el palestino? ¿Y de los temores que ha difundido en el mundo? ¿Qué efectos tendrá este trauma colectivo en generaciones enteras, que han crecido en el miedo, la ira y el odio mutuo, pero también habiendo presenciado en directo la destrucción y las masacres? 

Antes del 7 de 2023 de octubre existía, aunque de forma frágil, casi inconsciente, una narrativa de convivencia posible. Hoy esa narrativa se ha roto: el miedo y el rencor han ocupado el espacio que ha dejado vacío la política. Pero si la guerra ha destruido la confianza, ahora corresponde a los ciudadanos y a los movimientos populares reconstruir una nueva narrativa, basada en la dignidad humana y la igualdad de derechos. 

Quienes se movilizan hoy —trabajadores, estudiantes, asociaciones, vecinos…— deben asumir una nueva responsabilidad: transformar la solidaridad en acción, la compasión en proyecto, la protesta en construcción. Las fuerzas sociales tienen una función decisiva: mantener viva la dimensión colectiva, contra la fragmentación, la indiferencia, la impotencia. 

¿Cómo continuar el diálogo con el mundo musulmán, mientras alrededor crece una retórica antislámica alimentada por algunas figuras políticas que utilizan el miedo como instrumento de consenso?

La tarea de todos los hombres y mujeres de buena voluntad y sentido común, hoy en día, no es solo tomar partido, sino dar testimonio de una voluntad concreta de paz, que nace de la escucha, del encuentro y de la defensa de los más vulnerables. 

Ante los episodios de violencia, ya no basta con limitarse a condenarlos. Es hora de que los principios de la no violencia activa salgan de los libros para entrar en la vida cotidiana: en los lugares de trabajo, en las escuelas, en las familias,…, en las calles y en las plazas. 

La no violencia no es ingenuidad ni resignación: es una forma de organización social que construye vínculos en lugar de destruirlos. Es una forma diferente de ejercer el poder, basada en el cuidado mutuo y el respeto al otro. 

Como cualquier conquista sindical, social, política y cultural, la paz también requiere un trabajo lento, paciente y colectivo. Es fruto de la perseverancia, del diálogo, del esfuerzo compartido. Es una obra en construcción, no un punto de llegada. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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