Las raíces del clericalismo son también doctrinales
En el documento conciliar «Dei Verbum» (n.º 8) se
afirma que «la Iglesia transmite todo lo que vive y todo lo que es».
En su Carta al Pueblo de Dios de agosto de 2018, el
Papa Francisco escribía que «cada vez que hemos intentado suplantar,
silenciar, ignorar o reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios, hemos
construido comunidades, programas, opciones teológicas, espiritualidades y
estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin
vida».
Preguntémonos qué ha sucedido en los aproximadamente
dieciséis siglos en los que la Iglesia ha sufrido el clericalismo. Tomemos el
ejemplo de la doctrina.
El clero estableció los dogmas y otras definiciones
doctrinales que están presentes en el Catecismo. No se permitió ninguna
contribución por parte de las mujeres y los hombres laicos. No era posible
hacerlo porque el clero se reservó la potestad magisterial. No se reconoció
ninguna autoridad doctrinal a las mujeres y los hombres laicos.
La doctrina resultó ser la expresión no de todo el Cuerpo
de Cristo, sino solo de una de sus componentes, la clerical.
El resultado de unos dieciséis siglos de tradición
doctrinal es una Iglesia con rostro clerical. Lo que hay que creer es una doctrina de impronta
clerical. La propia Biblia ha sido leída, estudiada e interpretada por el
clero, sin ninguna ayuda de los laicos. Cada doctrina se ha basado en un texto
de las Escrituras leído, estudiado e interpretado por el clero.
¿Qué se ha transmitido entonces?
Se ha transmitido un Evangelio para uso y consumo del
clero. Incluso con la mejor de
las intenciones, es inevitable que el punto de vista clerical haya sido predominante,
hasta el punto de distorsionar considerablemente una interpretación correcta de
los textos bíblicos.
Y sobre esta interpretación parcial se ha construido
la doctrina. La doctrina
transmitida hasta nuestros días. Una doctrina inmutable e irreformable, a la
que se debe una obediencia total.
Hasta no hace tanto en el tiempo, los teólogos no
podían objetar nada. La teología era una sierva del magisterio jerárquico, sin
sentido crítico, sin desviación de la ortodoxia doctrinal.
Luego, algo cambió ligeramente y hoy los teólogos y teólogas tienen una mayor autonomía con respecto a la autoridad vaticana. Hoy en día, la ciencia bíblica avanza sin estar sujeta a las rígidas reglas de la exégesis tradicional. Y poco a poco está surgiendo un nuevo punto de vista.
También las mujeres y los hombres laicos leen,
estudian e interpretan la Biblia. Y surgen nuevas perspectivas teológicas,
menos condicionadas por la hegemonía clerical.
Sin embargo, la doctrina oficial es impermeable a las nuevas
reflexiones y sigue siendo fuertemente clerical. Ahí es donde reside la raíz
última del clericalismo. Es una raíz doctrinal. Consiste en la doctrina que el
clero ha elaborado sin la contribución de las mujeres y los hombres laicos.
Y aquí es donde se impone una estrategia clara para
combatir el clericalismo. Es necesario considerar la dimensión estructural del
clericalismo. Hay que secar sus raíces doctrinales. Lo que hay que creer debe
reformularse y reelaborarse con la contribución activa de todos, en primer
lugar de las mujeres y los hombres laicos.
La autoridad doctrinal de los fieles no puede seguir
siendo mortificada. Esos «programas»,
esas «opciones teológicas», esa «espiritualidad» y esas «estructuras sin raíces, sin memoria, sin
rostro, sin cuerpo, en definitiva sin vida», a las que se refiere el Papa
Francisco, deben cambiar.
Solo así se combatirá seriamente el clericalismo y
solo así la Iglesia transmitirá «todo lo
que vive y todo lo que es». Una reforma así requiere valentía y no tolera las
palabras bonitas.
Si realmente queremos vivir una fe encarnada en la
historia, debemos abrazar la dimensión de laicidad que era propia de Jesús y de
las primeras comunidades cristianas, donde no existía el clero.
El clericalismo se combate teniendo el valor de ir a
la raíz del problema. El sistema de poder basado en lo sagrado se combate con
una perspectiva cultural laica, genuinamente y evangélicamente laica.
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