martes, 21 de octubre de 2025

Los misioneros claretianos, como el Padre Claret, poetas del Dios del Reino.

Los misioneros claretianos, como el Padre Claret, poetas del Dios del Reino

La poesía es una actitud, una forma de relacionarse con el mundo que permite que las cosas, las personas y los acontecimientos se nos muestren como si nacieran cada vez. 

Una mirada poética a la realidad no significa eliminar los problemas y las dificultades, fingiendo que no existen, ni querer cubrirlo todo con un velo de sentimientos fáciles. 

«Poesía» deriva del término griego «poieo», que significa «hacer, crear», algo que antes no existía y que ahora existe. 

El poeta es aquel que sabe transfigurar la realidad, sabe hacerla renacer, vislumbrando un sentido oculto en cada cosa. 

¿Quién es más poeta que Jesús de Nazaret? 

Le basta ver una gallina con sus polluelos para captar la bondad de Dios que nos protege con sus alas. 

Los sembradores y los pescadores eran para él los mejores maestros para los pastores. 

Incluso un juez injusto que hace justicia a la pobre viuda para que no le moleste más le permite hablar de Dios, que es todo lo contrario a ese juez y que nos dará lo que realmente necesitamos: el Espíritu Santo del amor. 

Y un lago en tormenta, con un barco que hace agua por todas partes, sigue siendo la imagen que ilumina y da esperanza a todas nuestras tormentas y barcos destrozados. 

Jesús de Nazaret, el más cercano a la humanidad, el más humano entre las criaturas. Sus parábolas abren caminos y posibilidades antes inexistentes, suyo es el poder regenerador de la palabra. 

Jesús de Nazaret encarna en su estilo el poder poético de la palabra: sabe ir más allá de las fronteras, lleva en sí mismo una visión más amplia y auténtica. Contracorriente. Alternativa. 

Jesús de Nazaret mira la realidad desplazando su sentido más allá. Porque todo viene de más lejos y todo va más lejos. 

La Palabra de Jesús tiene su propia fuerza poética porque tiene la capacidad de crear, de hacer que algo nuevo suceda en el corazón que escucha, de rehacer la bondad, la belleza, la verdad. 

Nuestro Dios es un poeta, es un gran milagro. No hay verdad más hermosa para quien cree. Descubrir cada día que la fe renueva todas las cosas. Y para quien cree todo se convierte en un milagro. 

La fe cristiana tiene una relación especial con la palabra, no solo porque es la religión del Logos y de la creación con la palabra - Dabar -, una dimensión que nos une al judaísmo. 

El cristianismo se basa en la palabra y se difunde con la palabra-anuncio. Es la fe de escuchar la palabra. 

Dada esta íntima y particular relación con la palabra, Karl Rahner advertía que «no puede dejar de tener una relación particular también con la palabra poética». 

¿Qué relación hay entre la palabra y la palabra poética en la expresión de la fe cristiana? O, dicho de otro modo, ¿qué tienen en común el misionero claretiano y el poeta? 

La palabra-misterio se nos presenta bajo la forma del misterio, en la elocuencia de un silencio poético y místico que exige consonancia y que resuena en el corazón y en la experiencia en la medida en que el misionero claretiano se sintoniza con los sentimientos de Dios. 

La palabra creyente abraza el silencio porque respeta y refleja la profundidad de las cosas, inescrutable para la mera verborrea. 

Por eso, la palabra poética puede constituir un kairos expresivo y estilístico para evocar sin agitar y para sugerir sin encadenar el misterio. 

La palabra poética es, de hecho, un gesto de acogida e invitación, de disponibilidad y responsabilidad. 

El poeta y el misionero claretiano se encuentran unidos en este servicio de la palabra, en la memoria de lo que habita más allá, en el misterio de lo real. 

El ministerio de la palabra que de alguna manera une al poeta y al misionero claretiano es una anamnesis de lo más presente y presentido (o al menos «pre-sentido») en todo lo que es. 

La palabra poética invoca la Palabra de Dios y, cuando es auténtica, ya la hace intuir y desear. 

De ello se deduce que la poesía es necesaria para la fe de nosotros, misioneros claretianos, que tantas veces nos dejamos absorber por un logos pseudocientífico incapaz de reflejar el exceso de Dios y de su Reino. 

Al estilo del Padre Claret, los misioneros claretianos aprendemos… 

a ser poetas cuando permitimos que la vida conmueva nuestra alma, cuando nos dejamos tocar y marcar por el viento, la noche, la pasión y la tormenta, cuando no confiamos la palabra a una fría racionalidad sin corazón, cuando nuestra existencia se aventura en la profecía de los sueños; 

a tener una mirada poética cuando somos capaces de ver más allá y en el interior, cuando nos adentramos más allá de la mera representación de las cosas tal y como aparecen ante nuestros ojos, y dentro de esas mismas cosas captamos la revelación de significados diferentes y de una presencia silenciosa e invisible; 

a ser poetas cuando aprendemos de Jesús de Nazaret su propia forma de ver. Cuando nuestra mirada se posa sobre las personas y es capaz de superar las apariencias, vencer los prejuicios, liberar a quien tenemos delante del cautiverio de una etiqueta y nunca identificamos a la persona con aspectos parciales de su vida sino que la miramos en su totalidad y en su verdad; 

a tener una mirada poética cuando sabemos contemplar la realidad. Cuando observamos la creación, las cosas, lo que simplemente existe y nos encontramos al caminar, nuestra mirada nunca es violenta; no ansiamos poseer ni consumir ni usar; 

a ser poetas cuando contemplamos, con una mirada de asombro que se maravilla y juega con la vida; cuando nos dejamos rodear por los pequeños y jugamos con ellos en medio de una misión exigente y de jornadas agotadoras; 

a tener una mirada poética cuando la nuestra es una mirada alegre, que participa en toda fiesta de bodas, comiendo y bebiendo con los novios de la vida, pero también en la alegría de toda persona que encuentra lo que había perdido; 

a ser poetas cuando sabemos ir a lo esencial, a lo que realmente representa la realidad íntima de la realidad de las cosas y de las personas; cuando sabemos lo que hay detrás de la pérdida de algo o de alguien querido, y cuando conocemos el deseo de las personas al rehacerse a pesar de las mil y una dificultades. 

Al estilo del Padre Claret, los misioneros claretianos ponemos los ojos fijos en Jesus para que la nuestra sea una mirada poética… 

cuando, ante las situaciones cotidianas de la vida, nos preguntamos, deseamos, sabemos esperar, sabemos llegar a lo profundo para transmitir calidez, acogida y amor. Cuando, en cada cosa de la creación, sabemos captar la belleza y la verdad; 

cuando respetamos la forma en la que hablamos de Dios y de su Reino, no desde una cátedra sagrada y altisonante, sino simplemente observando e interpretando las cosas de cada día: imágenes de la vida vivida, del trabajo diario, del trabajo sudado, de los sueños rotos y nunca quebrados; 

cuando permitimos a quienes nos escuchan imaginar a Dios y su Reino a partir de las cosas de su vida, revelando que la grandeza del Dios Eterno se esconde y se revela en la pequeñez de los detalles; 

cuando sabemos hablar de Dios y de su Reino a través de imágenes de la vida, y acompañamos y ayudamos a las personas a leer a Dos en las experiencias cotidianas mirando en profundidad, cuando permitimos buscar y encontrar a Dios como Aquel que habita en la vida cotidiana como compañero de todos y cada uno de los caminos. 

Al contemplar el alma poética de Jesús de Nazaret, los misioneros claretianos nos dejamos transformar lentamente en la mirada, para aprender también nosotros a leernos a nosotros mismos, a los demás, la vida y la realidad que nos rodea a través de los ojos de la contemplación; nos acercamos a las cosas captando su sentido profundo, y nos acercamos a las personas quitándonos las sandalias y captando el misterio único que habita en ellas. 

Por eso los misioneros claretianos aprendemos a encontrar a Dios no solo en el acontecimiento, en la palabra, en el concepto, en el incienso de una bella liturgia, …, sino también en la cotidianidad de la vida, donde Él se revela como Dios de nuestros días y de nuestras noches, y nos habla y nos interpela en la mística de lo cotidiano, en la belleza del asombro de las fragancias más sencillas a través de las cuales llega el aroma divino de la gracia. 

Más que hablar de Dios y de su Reino a través de frías verdades y rígidos conceptos, los misioneros claretianos aprendemos, como Jesús de Nazaret, a contar historias, amasadas de vida y humanidad. Porque ahí, precisamente, el rostro de Dios brilla como el Dios de la poesía, que tiene una mirada de belleza sobre la historia y el mundo. Y mirando a Jesús de Nazaret, descubrimos y acompañamos a otros a descubrir al Dios de la Vida que habita en los pliegues ocultos de cada día. 

Por eso, lo poético y lo cristiano no pueden vivir separados porque toda realidad humana vive de la gracia de Dios desde que el Logos de Dios se hizo poeta en Jesús de Nazaret. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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