domingo, 5 de octubre de 2025

Nacer de nuevo, es decir, volver a ser niño.

Nacer de nuevo, es decir, volver a ser niño

Platón, en el “Timeo”, habla de un sacerdote egipcio muy anciano que se dirige a Solón diciendo: «Vosotros, los griegos, sois siempre niños, ¡no hay griegos viejos!», con lo que quiere subrayar la juventud espiritual de aquellos a quienes - ironía del destino - llamamos «antiguos griegos».

 

Pero no solo existe la posibilidad de ser espiritualmente jóvenes, también existe la posibilidad, no menos atractiva, de ser espiritualmente niños.

 

A la infancia espiritual está dedicado uno de los textos más bellos de la Biblia hebrea, el salmo 131: «Señor, mi corazón no se exalta, ni mis ojos miran hacia arriba; no busco cosas grandes, ni maravillas más altas que yo. Estoy tranquilo y sereno: como un niño destetado en brazos de su madre, como un niño destetado está mi alma en mí».

 

¿Qué decimos de una persona que se define a sí misma como tranquila y serena y que se compara con un niño en brazos de su madre?

 

Decimos que es feliz y contenta, adjetivos que provienen ambos del latín. El primer significado de felix es «fértil, fructífero», con referencia a fetus y fecundus, por lo que el adjetivo «feliz» tiene originalmente que ver con el nacimiento y la fertilidad: uno es feliz cuando es fértil y es capaz de engendrar y nutrir.

 

Contentus, por su parte, es el participio pasado de continere, «contener, retener», por lo que contento es quien permanece dentro de ciertos límites y no quiere más: se contiene, está contenido y, por lo tanto, está contento.

 

El niño en brazos de su madre es feliz porque tiene que ver con la fertilidad de la madre, y está contento porque eso le basta. Le basta vivir para vivir. Le basta ser para ser; no puede desear nada más, está contenido, y eso le hace contento.


 

Hay una infancia espiritual que es una condición soñada y a veces vislumbrada que expresa una característica particular de la felicidad: la felicidad como quietud y como paz, el estado de quien está contento porque está satisfecho y se conforma, no busca cosas superiores a sus fuerzas, sino que está satisfecho con lo que tiene y con lo que es.

 

Quizás fue precisamente pensando en estas cosas que un día Jesús dijo: «En verdad os digo: quien no acoge el reino de Dios como lo acoge un niño, no entrará en él» (Lucas 18,17).

 

Pero, en concreto, ¿qué significa que hay que comportarse y razonar como niños?

 

San Pablo no pensaba así: «Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé atrás lo que era de niño» (1 Corintios 13,11). Y aún más: «Hermanos, no os comportéis como niños en vuestros juicios... comportaos como hombres maduros» (1 Corintios 14,20).

 

La madurez y la razón son un instrumento precioso que hay que salvaguardar contra toda tendencia que favorezca la inmadurez y la irracionalidad. Pero entonces, ¿en qué consiste propiamente la infancia espiritual?

 

En comparación con la traducción católica oficial del salmo 131, la Biblia hebrea presenta una versión diferente en cuyo centro se lee: «He considerado mi persona y la he hecho igual a la de un niño recién destetado por su madre».

 

Aquí se habla de una acción que no tiene nada de infantil, se describe la madurez de quien llega a sopesar su propia persona y a elegir con plena responsabilidad qué sabor darle.


 

¿Qué significa decidir ser espiritualmente un niño?

 

En mi opinión, la infancia espiritual consiste al menos en dos actitudes fundamentales: el asombro y la confianza.

 

El asombro de que la vida exista y de que yo pueda vivirla, y la confianza en ella a pesar de todo.

 

En este sentido, creo que cada uno debería preguntarse si tiene confianza en la vida. La realidad que llamamos vida podemos compararla con una madre que nos alimenta y nos lleva: pues bien, ¿cómo te sientes en sus brazos? ¿Estás tranquilo y sereno, o por el contrario estás inquieto y te sientes mal y te gustaría estar en otro lugar?

 

Por supuesto, no somos los primeros en hacernos esta pregunta, los seres humanos se la han planteado desde siempre y sus respuestas se encuentran depositadas en ese conjunto de conocimientos y prácticas que con una sola palabra llamamos «espiritualidad» y que abarca el arte, la música, la literatura, la poesía, la danza, la religión, la filosofía...

 

Hay formas de sentir y de estar en el mundo que se determinan en la dirección del descontento y la rebelión: son las espiritualidades bajo el lema del no, en la convicción de que las cuentas no cuadran y que, por lo tanto, no es posible estar contento, sino que hay que gritar, protestar,…

 

También hay formas de sentir y de estar en el mundo que expresan tranquilidad, alegría, serenidad, y quienes las adoptan es como si se dijeran a sí mismos que la vida es una madre en la que se puede confiar y con la que se puede estar contento.

 

A este respecto, me gusta citar un pasaje de Pierre Teilhard de Chardin, jesuita francés, científico y teólogo, a quien la Iglesia de su época le retiró la docencia y le prohibió toda publicación, y que en una carta del 20 de febrero de 1947 decía así:

 

«A pesar del aparente caos del mundo, sigo siendo optimista, porque, en general, me parece que los acontecimientos van en la dirección que era legítimo esperar: la de una unificación planetaria de la humanidad, un proceso extremadamente peligroso pero biológicamente inevitable, al que nos veremos (y ya nos vemos) obligados a dedicar todas nuestras mejores energías espirituales».

 

Incluso Friedrich Nietzsche presenta una visión análoga. En su “Así habló Zaratustra” habla de «tres metamorfosis» al final de las cuales el león debe convertirse en un niño, y añade: 

 

«Inocencia es el niño y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira sola, un primer movimiento, un sagrado decir sí. Sí, para el juego de la creación, hermanos, se necesita un sagrado sí».

 

Creo que Jesús se refería a esta confianza y asombro primordiales cuando decía que para entrar en el Reino de Dios hay que hacerse como los niños. ¿no será éste el “nacer de nuevo” que enseñaba Jesús a Nicodemo?


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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